jueves, 13 de octubre de 2016

La fuerza de los estereotipos


Es muy conocida la narración de Kierkegaard sobre el payaso y la aldea en llamas. El relato cuenta cómo en un circo de Dinamarca se declaró un incendio. El director del circo se dirigió a uno de los payasos, que ya estaba preparado para actuar, y le pidió que fuera corriendo a la aldea vecina para pedir auxilio y para avisar de que había peligro de que las llamas se extendiesen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a sus habitantes que fuesen con la mayor urgencia al circo para apagar el fuego. Pero los aldeanos creyeron que se trataba de un truco ideado para que asistiesen en masa a la función.
Aplaudieron y hasta lloraron de risa. Pero no se movieron de allí. Al payaso le daban aún más ganas de llorar. En vano trataba de explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, sino que había que tomarlo muy en serio y que el circo estaba ardiendo realmente. Su énfasis no hizo sino aumentar las carcajadas. Creían los aldeanos que estaba desempeñando su papel de maravilla, y reían despreocupados..., hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. La ayuda llegó demasiado tarde, y tanto el circo como la aldea fueron consumidos por las llamas.
Esta narración puede servir para ilustrar la situación por la que a veces pasan los cristianos, o la propia Iglesia como tal, cuando comprueba su fracaso en el intento de que los hombres escuchen su mensaje. Aunque se esfuerce en presentarse con toda seriedad, observa que muchos escuchan despreocupados, sin temor al grave peligro del que se les advierte.
La Iglesia se encuentra muchas veces con una enorme y agobiante dificultad para remover algunos estereotipos del pensamiento o del lenguaje, con la tristeza de no alcanzar a hacer ver que la fe es algo sumamente serio en la vida de los hombres.
— ¿No será un problema de saber explicarse, o de que se plantean demasiadas cosas como misterios?
Puede haber, en efecto, un problema de comunicación, y por eso es preciso por parte de los cristianos un esfuerzo de comprensión, de explicación, de capacidad comunicativa.
En cuanto a lo que dices sobre los misterios, no debe entenderse, al hablar de ellos, que la fe cristiana sea un conjunto de paradojas incomprensibles. Sería un desacierto recurrir al misterio como pretexto para no esforzarse en la comprensión o la explicación. El misterio, tal como lo entiende la Iglesia católica, no quiere destruir la comprensión, sino posibilitarla. Y eso no va contra la racionalidad. También Einstein, por ejemplo, escogió la palabra misterio para expresar la incalculable racionalidad del universo; y también es un misterio la salud, o la felicidad, o el amor, o la educación, y eso no quiere decir que no se pueda profundizar racionalmente en su comprensión. Se les llama misterios en cuanto que son realidades complejas en cuyo conocimiento se puede avanzar racionalmente pero nunca se llegan a abarcar o comprender del todo. AA

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