—Algunos defienden que solo sería válida una ética que fuera totalmente laica, sin tintes religiosos, que deben quedar como algo personal de cada uno.
Es un abuso pretender silenciar las convicciones morales del otro -una persona, la Iglesia católica, o quien sea-, solo porque esas ideas o esas personas tienen conexión con unas creencias religiosas. Actuar así no es neutral ni laico, sino simplemente injusto. Supone acallar al creyente por ser creyente y dejar hablar solo al que no lo es.
Como ha escrito Rafael Serrano, para que haya juego limpio en el debate moral contemporáneo, hay que partir de una cierta disciplina lógica. Invocar la ética laica no debe bastar para menospreciar las razones del creyente. La ética laica es un concepto que sirve a algunos de comodín para desconcertar al creyente poco documentado, eludiendo de entrada el debate y los puntos flacos de su propia postura. “¿Dices que el aborto es inmoral...? Eso es lo que dice la Iglesia -contestarán-, pero el Estado es laico... ¿No querrás que la Iglesia dicte las leyes?”. Son respuestas más o menos ingeniosas, pero que siempre eluden lo sustancial de la cuestión (si el aborto es o no inmoral), y se limitan a descalificar al interlocutor, no a sus opiniones.
Descalificar al interlocutor por el mero hecho de ser creyente es de un dogmatismo impresentable. Es una forma sutil y hábil de rechazar una idea sin tomarse la molestia de rebatirla. Y una forma bastante hábil de imponer el propio criterio moral mientras -paradójicamente- se invoca la tolerancia y el respeto al legítimo pluralismo.
Se trata de una curiosa forma de pensar que recurre a la vieja fórmula de presentar a la Iglesia católica como intolerante, como demasiado anticuada, pasada de moda o incompatible con la modernidad, y que, por tanto, debe ser reprimida. Y logra con eso una enorme presión que exige a la Iglesia que se acomode a los estándares de esa doctrina laicista. En esa batalla el laicismo utiliza todos sus resortes, incluido auténticos linchamientos mediáticos que crean estados de opinión muy beligerantes contra la Iglesia. Todo eso hace que en no pocos ámbitos de la vida haga falta verdadero valor para manifestarse como católico consecuente, y que mucha gente buena no se atreva a mostrar su inconformismo ante tales atropellos. AA
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