Defender la libertad de dejar la religión a la que uno pertenecía si ha llegado a la convicción, en conciencia, de que existe otra religión verdadera y de que debe adherirse a ella, no es defender un privilegio, sino un derecho humano básico.
Defender que todas las familias merecen ayuda en sus necesidades mínimas (alimento, vestido, vivienda, salud) y que deben evitarse leyes que las perjudiquen, no es defender un presupuesto ideológico, sino un derecho humano básico.
Defender que todo hijo, antes o después del parto, cuando tiene unas horas de vida o cuando está dañado por alguna enfermedad grave, ha de ser respetado, protegido y amado, sin que nadie pueda discriminarlo o matarlo, no es defender un principio particular de algunos, sino un derecho humano básico.
Por eso sorprende encontrarse con personas que dicen que ir contra el aborto significaría imponer una idea religiosa de la Iglesia católica a toda la sociedad. Al contrario, ir contra el aborto es una de las opciones más nobles y urgentes de cualquier sociedad que pretende alcanzar un mínimo nivel de justicia y de respeto.
En cambio, reivindicar como “derecho” de la mujer poder decidir sobre la vida o la muerte de su hijo antes de nacer, no sólo es algo propio de una ideología manipuladora, sino que va contra un principio básico de la convivencia humana: el respeto a la vida de todos, sin discriminaciones.
Sólo hay justicia y respeto en un pueblo cuando ningún ser humano puede ser privado de sus derechos fundamentales, empezando por el derecho a la vida. Reconocer esto no es acoger una idea religiosa que vale sólo para quienes tienen fe en unas creencias, sino simplemente avanzar hacia un mundo más justo, más respetuoso, más inclusivo, más bueno. FP
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