No resulta fácil, en algunos ambientes, hacer ver los males inherentes a ciertas técnicas de fecundación artificial. Sobre todo, porque tales técnicas son presentadas en sus no pocos “resultados buenos”, mientras se cubre de silencio todo el mal que las acompaña.
Por ejemplo, muchos alaban la “bondad” de las técnicas de fecundación in vitro (FIVET e ICSI) porque a través de ellas pueden tener hijos parejas que no los “conseguirían” de otra manera. ¿Cómo puede ser mala, nos dicen, una técnica que llena de alegría a unos padres? ¿Cómo acusar de inmoralidad a un laboratorio gracias al cual nace un niño acogido y amado por su familia?
Un nuevo ámbito de estas técnicas está siendo centro de no pocas discusiones: a través del uso de la FIVET y de la selección de embriones, ya resulta posible que nazcan hijos “escogidos” para luego dar algunos tejidos a sus hermanos enfermos.
Nadie puede negar que el nacimiento de un hijo sea un acontecimiento maravilloso. Nadie se atrevería a condenar una donación de células, tejidos u órganos desde un niño sano para posibilitar la curación de un niño enfermo.
Pero los beneficios obtenidos no son capaces de ocultar los males realizados. En toda fecundación artificial que suponga la “creación” de embriones en probeta, se da un dominio, que puede llegar a extremos y abusos intolerables, sobre cada uno de esos embriones. Tal dominio permite a los médicos y a los padres decidir si congelar o no a esos embriones, si transferirlos al seno materno o destruirlos, si seleccionarlos según los deseos de los adultos o respetarlos a todos y a cada uno de ellos en su igual dignidad.
Los miles de embriones congelados en el uso casi rutinario de técnicas de fecundación artificial, los miles de embriones muertos por causa de esas mismas técnicas, son males que no deberían ser tolerados en ninguna sociedad verdaderamente justa. Porque buscar el nacimiento de un hijo no es excusa suficiente para permitir que otros hijos (los embriones son siempre hijos) sean tratados como si se tratase de individuos de segunda clase a disposición de la voluntad de los adultos, expuestos a peligros y a daños que muchas veces ocasionarán la muerte de esos hijos.
Igualmente, la búsqueda de la curación de un hijo enfermo no otorga un permiso absoluto para recurrir a cualquier tipo de técnica. Cuando para curar a un enfermo son producidos en laboratorio diversos embriones para escoger luego sólo aquellos “útiles”, mientras que los “embriones inútiles” son desechados o congelados “por si algún día serán útiles”, está siendo permitido un trato a esos hijos como si fuesen menos dignos de respeto que el (o los) embrión afortunado y escogido para nacer y ayudar a la curación del hermano enfermo.
La ética no se opone a la búsqueda de caminos justos para promover bienes tan maravillosos como el tener un hijo o el curar a un hijo enfermo. En cambio, está llamada a oponerse firmemente a la búsqueda de tales fines a través de caminos injustos y discriminatorios.
Por eso, se hace cada día más urgente reconocer la dignidad que posee todo embrión humano. Merece nuestro respeto, no sólo en cuanto ser humano, sino especialmente en cuanto hijo. Un respeto que ya recibe y seguirá recibiendo a través del cariño de tantos miles de familias que renuncian a técnicas de fecundación in vitro injustas y peligrosas. Un respeto que sostiene la profesionalidad y honradez de tantos médicos que buscan caminos éticamente correctos para curar, siempre con mayor eficacia, enfermedades que afligen a millones de seres humanos. FP
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