Etimológicamente significa “creyente, cristiano”. Viene de la lengua latina.
Cuando la persona comprende que Dios la ama, y que la ama hasta en los momentos más deplorables, se vuelve más atenta a los demás. Todo el arte de la existencia consiste en vivir el amor de Dios reflejado en la gloria de todo ser humano.
El joven Christian, acompañado de sus amigos Benito, Isaac, Santiago y Mateo, llevaban en sus corazones las ilusiones de todo buen creyente: trabajar por la conversión de su país al cristianismo.
Llegaron de Italia hasta Polonia y, no teniendo sitio en donde cobijarse, se establecieron en el bosque de Kazimeierz, al sur de Gniezno.
Pertenecían todos a la orden de los camaldulenses. El apóstol siente en sus venas el gozo de llevar la Buena Noticia del Evangelio a todos los rincones del universo.
Sin embargo, hay personas que no solamente persiguen a los hombres de paz, sino que los persiguen y acaban con ellos.
Una noche, la del 11 de noviembre del año 1003, mientras dormían en su cama, fueron unos bandidos a hurtadillas a matarlos.
¿Cuál era la razón de semejante acto de barbarie? La banda de criminales creía, que los chicos que habían llegado de Italia, llevaban consigo un tesoro inapreciable.
La única forma de tenerlo – se decían – es matarlos.
Al día siguiente, los habitantes del lugar los encontraron muertos. Y como buena gente, les dieron sepultura. Y entre los creyentes corrió en seguida la voz de que habían muerto como mártires.
Christian era el cocinero del grupo, y era polaco. Al encontrarlo algo apartado de los otros, lo enterraron en el claustro de la iglesia. Hoy es uno de los patronos de la nación polaca.
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