Gregorio nació a mediados del siglo VIII (según el car. baronio en el 762) en Irenopoli, una de las ciudades de la Decápolis de Isaura, de ahí su apodo de «Decapolita». A temprana edad abrazó la vida religiosa, pero sin obligarse a la estabilidad en cuanto al lugar: en efecto, pasó catorce meses en un monasterio en su país, se retiró a una cueva, para luego dirigirse hacia el Norte. Pasó algún tiempo en un monasterio cerca de Éfeso, y a continuación pasó a Constantinopla, a Proconeso, y se movió hacia el oeste a través de Tracia y Macedonia. Permaneció durante algún tiempo en Tesalónica, junto a la iglesia de San Menas, y continuó luego su viaje a Corinto, Reggio Calabria, Roma, Siracusa y Otranto, para regresar finalmente a Tesalónica. Allí conoció y trabó amistad con San José el Himnógrafo: juntos hacia el 840 se establecieron en Constantinopla en la iglesia de San Antipas. Gregorio Decapolita falleció finalmente el 20 de noviembre del 842.
Esta vida errante nunca lo dejó, sin embargo, ajeno a la vida de la iglesia de su tiempo y, en particular a la política llevada a cabo por los emperadores iconoclastas. Durante su estancia en Roma le había pedido al Papa León III a tomar medidas contra León V el Armenia, mientras que en el 841 habría enviado junto con sus amigos a José el Himnógrafo a buscar la ayuda de Gregorio IV, pero éste fue hecho prisionero por los piratas y cuando queda libre y regresa a Constantinopla encuentra a su maestro muerto. José se consagró a su culto y compone un canon en su honor. A san Gregorio Decapolita se le ha atribuido arbitrariamente una historia de la conversión de un pirata. La vida del santo fue escrita por Ignacio, diácono y sacristán de la famosa basílica de Santa Sofía de Constantinopla. Las reliquias del santo son veneradas en Rumania, a donde fueron trasladadas.
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