Tu y yo somos iguales
Tu y yo somos iguales (26-11-13)
Imagina que eres un joven de veintiún años, padre de un niño muy pequeño y en proceso de divorcio. Toda la vida has crecido en una iglesia, en la que el divorcio es considerado “un fracaso por el cual orar pero que debes evitar.” Ahora Tú eres un divorciado. Te encuentras en ese sucio fracaso. Con eso en mente, Horacio programaba una cita para orar con su pastor.
El sacerdote recibió a Horacio en la puerta de su oficina, con cálida sonrisa y y un fuerte apretón de manos. Para sorpresa de este, el sacerdote no le indico la silla que estaba frente al escritorio para luego instalarse en en su asiento de cuero y espaldar alto, ubicado en la parte posterior del mismo. En cambio, se sentó en una silla cómoda y le indicó sentarse en el sofá adyacente. Este simple hecho de sentarse eliminando el escritorio entre ambos, dejó a Horacio pasmado.
Según el modo de pensar del joven, el sacerdote era santo y él, indigno. No obstante, ahí se encontraba, siendo tratado como si sus necesidades fueran, lo único importante para el pastor. Sus acciones manifestaron. “No me considero superior a ti simplemente porque Dios me haya llamado a servir como pastor en esta iglesia. Estoy aquí para servirte, y deseo que te sientas cómodo ya que eres importante para mí, así como te lo demuestro hoy.”
El tormento de Horacio y su duda, comenzaron a desvanecerse. Una sensación de descanso y confianza reconfortó su herido corazón.
Aunque el divorcio es un aspecto tan común en la vida moderna, esto no es algo que contribuya a minimizar el dolor de aquellos que lo experimentan. Si tienes la oportunidad, sé hoy un sacerdote para algún Horacio.
Tanto tu vida como la de ellos será más enriquecida por tu compasión.
Vuelve, alma mía, a tu reposo, porque el SEÑOR te ha colmado de bienes. Salmos 116:7
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