viernes, 8 de mayo de 2015

Presencia viva… plenitud de vida

Presencia viva… plenitud de vida (09-05-15)

Cuando estoy en tu presencia, Señor, ahí, desde el Sagrario donde me miras y me escuchas... me da gusto recordar pasajes de tu vida y pienso que a ti te gusta... ¿Recordamos?
Ya resucitado te apareces a tus amigos, a los que tanto quisiste, a los que se durmieron cuando les pediste que velasen mientras sudabas sangre y estabas lleno de tristeza...
En la primicia de tu resurrección te apareciste a la mujer pecadora, porque ya arrepentida, te amaba en entrega total,... a tus seguidores en el camino de Emaús que iban decepcionados tras la muerte del Maestro, porque eran pesimistas y en su corazón solo tenían tristeza y desánimo..., al amigo que no creyó lo que le contaron sus compañeros... y tuvo que meter sus dedos en tus llagas y la mano en tu herida palpitante para creer, e hizo que tu, Jesús, le dijeras: - “Tomás, porque has visto has creído. Dichosos los que creen sin ver”
Y en ese momento nos llamaste dichosos y bienaventurados a todos los que en el tiempo y la distancia creemos en Ti por la fuerza y la gracia de la fe.
Te volviste a aparecer una y otro vez después de tu resurrección...no como un fantasma, no como fue la resurrección de Lázaro, que a pesar del milagro de volver a la vida, quedó sujeto a volver a morir. No como algo irreal e intocable, no, te presentaste con una realidad tangible y transfigurado al mismo tiempo. Tú ya no pertenecías a la Tierra pero vivías en ella.
Eras presencia viva, plenitud de vida.
Y como queriendo demostrar que no eras una aparición, un fantasma o figuración de las mentes de tus discípulos, te sientas con ellos, conversas con sencillez y les pides de comer...
Hubo en tu tercer encuentro, un cuadro bellísimo. Estaban pescando. No sacaban nada. Toda la noche fatigosa y sin ningún logro.
Al amanecer, la figura de un hombre joven, en la playa, les hace señas. Se acercan, El les dice: - “¿Muchachos, tenéis algo que comer?” (Jn 21,5). Estaban malhumorados y te contestaron, que no. Y les dijiste: - “Echad la red a la derecha y hallareis”. Así lo habían estado haciendo toda la noche pero obedecieron en silencio, quizá recordando otra ocasión parecida... ¡y las redes se llenaron!
Volvieron a mirar a la orilla buscando al desconocido y te vieron encendiendo la hoguera. Todos los corazones latían fuerte por el mismo pensamiento y Juan fue el que habló:- ¡Es Él, el Señor!
Pedro no pudo contener su carácter vehemente y se arrojó al agua con la túnica arrollada al cuello y cuando llegó a la orilla se la puso y corrió hacia Ti.
Luego se les unieron los demás, felices y seguros. Allí estabas Tú, el resucitado pero asando un pez, como antes, como un viejo y querido amigo, como el Maestro de siempre, sencillo, tierno, bondadoso, con tu mismo estilo de mansedumbre y con la misma forma, tan especial, de partir y repartir el pan.
Y Tu, Jesús, te acercas a nosotros así, en mil formas diferentes.
Te vemos en el que nos pide pan, en el que nos pide ayuda. Tenemos que estar alertas para conocerte, que no estemos distraídos con “una y mil cositas que no tienen valor”... y no tengamos que experimentar la tristeza de que LLEGASTE Y PASASTE DE LARGO.
Que tuviste ganas no solo de comer con nosotros sino de ser nuestro alimento... y tocaste a nuestra puerta y... ¡no te reconocimos!
Tú que eres, Señor, presencia viva, plenitud de vida. ¡Ayúdanos, Señor! MEdeA

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