Sufrir bullying en la etapa escolar, ser víctima de burlas en la adolescencia, tener dificultades para enfrentar situaciones cotidianas, como rendir un examen oral, decir el importe del boleto al colectivero, pedir un menú en un restaurante o ir a una entrevista laboral. Estos y otros obstáculos son los que muchas veces tiene que afrontar la persona tartamuda, para quien la vida puede convertirse en una pesadilla, sin la ayuda de expertos.
Así lo explicó la Lic. María Silvana Petrolati, fonoaudióloga especialista en disfluencia y miembro de la 'Asociación Argentina de Tartamudez', con motivo del próximo “Día Internacional de la toma de conciencia de la tartamudez”, que se conmemorará el 22 del corriente mes.
“Además del padecimiento personal, es un gran problema convivir en una sociedad donde para muchos es difícil la aceptación e integración de las diferencias. Aún hoy vemos en la calle y en los medios la discriminación, los chistes, las burlas e imitaciones de ‘tartamudos’”, agregó la experta, quien también es consultora psicológica.
Según explicó Petrolati, en la actualidad la palabra correcta para referirse a la tartamudez es “disfluencia”, ya que se trata de un desorden de la fluidez del habla, de origen neurobiológico.
Si bien no existen datos estadísticos de la incidencia de este desorden en el país, se sabe que afecta al 2% de la población mundial y que es más prevalente entre los varones: por cada mujer con disfluencia, hay cuatro varones que la padecen.
La fonoaudióloga señaló que hay distintos tipos de disfluencias. “Las disfluencias típicas son errores normales de la fluidez, que se presentan en el normal desarrollo de la adquisición del lenguaje en niños preescolares. Consisten en vacilaciones, pausas, interjecciones, modificación de frases, prolongaciones sin tensión, repeticiones de sílabas, palabras o frases (dos veces o menos y sin tensión)”, describió la especialista, al tiempo que aclaró que “son pasajeras, remiten espontáneamente y no requieren intervención”.
En tanto, “cuando las disfluencias típicas son excesivas en cantidad (tres repeticiones o más) y llama la atención su frecuencia, se convierten en disfluencias atípicas”, precisó Petrolati, quien enfatizó que estas últimas requieren de intervención fonoaudiológica indirecta.
En estos casos, indicó, el fonoaudiólogo analiza el tipo de interacción familiar y orienta a los padres para que logren un equilibrio entre las demandas del medio y la capacidad del niño.
Los síntomas habituales de las disfluencias atípicas son: las repeticiones de sílabas, palabras o frases (tres o más), acompañadas de tensión audible o visible; las repeticiones de sonido; el bloqueo; y el compromiso corporal global (movimientos corporales asociados). También implica dificultades para planificar el lenguaje.
“Con tratamiento adecuado, las disfluencias atípicas abordadas en edades tempranas, remiten en el 80% de los casos, por eso la importancia de la consulta precoz con un fonoaudiólogo especializado”, remarcó la profesional.
Asimismo, precisó que cuando no aparece el compromiso motor sino que predomina la alteración de la planificación lingüística se denomina “tartamudez subperceptual” (oculta). “Si bien en estos casos la dificultad es imperceptible para el que lo escucha, el que habla percibe temor a la pérdida del control motor, temor a ‘trabarse’, y esto acarrea mucha tensión psíquica, lo cual afecta la calidad de vida”, añadió.
¿Se hereda?
Respecto de las causas de las disfluencias, Petrolati expresó que no es posible establecer una única etiología, ya que es un desorden multicausal. “Se han comprobado factores genéticos predisponentes, características biológicas cerebrales particulares del funcionamiento cerebral que interactúan con factores socioambientales, que actúan como desencadenantes”, apuntó.
Por otra parte aclaró que las dificultades de índole emocional surgen al convivir con la disfluencia, siendo su consecuencia y no su causa. “En la mayoría de los casos se detectan antecedentes familiares de primer o segundo grado de parentesco”, prosiguió.
La especialista comentó que la base biológica se ha podido comprobar a través del uso de la tecnología PET (Tomografía por emisión de positrones), visualizándose la interferencia interhemisférica cerebral. “En personas disfluentes -al hablar- se activan zonas del hemisferio derecho que debieran permanecer inactivas, ya que es el hemisferio cerebral izquierdo el preparado para tal función”, señaló.
¿Cuándo aparece?
Consultada sobre el momento de la vida en que suele surgir la disfluencia, Petrolati dijo que mayormente su aparición se manifiesta entre los dos y cinco años de edad, cuando se da la posibilidad de incorporación de un mayor vocabulario y de estructuración de frases.
También subrayó que es muy poco frecuente que aparezca en la pre-adolescencia, adolescencia o en la adultez, y aún en estos casos al indagar en la historia personal es común detectar que en realidad ya había manifestaciones en la infancia.
“Si bien, no se puede saber -a priori- si la tartamudez será temporaria o no, los niños con perfil de riesgo tendrán menos posibilidades de evolucionar favorablemente sin tratamiento. Dicho perfil estará dado por antecedentes familiares de tartamudez, retraso en la adquisición del lenguaje, perfil familiar exigente y rígido y estrés en la comunicación”, insistió.
¿Tiene cura?
Al referirse a las alternativas de tratamiento que existen para las disfluencias, Petrolati aclaró que no puede hablarse de “cura”, ya que no es una patología. “Se puede revertir con tratamiento especializado hasta los seis años de edad. Muchas veces, se sugiere simplemente esperar su remisión sin tener conocimientos del tema y cuando finalmente la persona llega a la consulta el cuadro se tornó crónico”. Por eso, reiteró la gran importancia de la derivación precoz.
“Actualmente se implementan dos tipos de abordaje: el tratamiento para niños preescolares (a partir de los dos años) cuyo objetivo es restablecer la fluidez a partir de la lentificación, suavidad y respeto de turnos del habla. Y el tratamiento para niños escolares, adolescentes y adultos con el objetivo de que la persona disfluente pueda entrenarse en la adquisición de herramientas facilitadoras, que le permitan hablar más cómodo (por ejemplo, con técnicas de inicio suave, fonación continuada, cancelación) para poder hablar con el menor esfuerzo posible y enfrentar situaciones temidas”, resumió.
También se trabaja sobre “la aceptación de la dificultad -todos las tenemos, de diversa índole- y la conciencia del ‘Ser persona’ antes que cualquier limitación”, agregó.
Por último, si bien la experta afirmó que la tartamudez o disfluencia es un trastorno complejo que no se logra modificar a partir de la implementación de tips o consejos, brindó una serie de recomendaciones para las personas que se relacionan con niños disfluentes:
• Hablar con el niño de forma pausada, sin llegar a ser poco natural.
• Reducir la cantidad de preguntas, hacer más comentarios.
• No completarle la frase ni interrumpirlo.
• No decirle “tomá aire”, “repetí”, “respirá”, “tranquilizate”.
• Aprender en familia a escucharse y a respetar los turnos del habla.
• No apurarlo, darle el tiempo que necesita, escuchándolo con atención.
• Prestar más atención al contenido de lo que dice más que a la forma en que lo expresa.
• Sobre todo, manifestar al niño que se lo acepta como es.
• Reducir la cantidad de preguntas, hacer más comentarios.
• No completarle la frase ni interrumpirlo.
• No decirle “tomá aire”, “repetí”, “respirá”, “tranquilizate”.
• Aprender en familia a escucharse y a respetar los turnos del habla.
• No apurarlo, darle el tiempo que necesita, escuchándolo con atención.
• Prestar más atención al contenido de lo que dice más que a la forma en que lo expresa.
• Sobre todo, manifestar al niño que se lo acepta como es.
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