La vejez de los padres cambia las reglas de juego en el tablero familiar. “Los hijos enfrentan sentimientos de ambivalencia: tienen la necesidad y las ganas de ayudarlos, pero también quieren sacárselos de encima. El amor-odio por los padres está presente más que nunca cuando ellos necesitan de los hijos”, dijo el Dr. Enrique Rozitchner, psicoanalista especializado en psicogeriatría y miembro de APA, Asociación Psicoanalítica Argentina.
Es que la situación obliga a conciliar la propia vida sin dejarlos a la deriva. “Los hijos están acostumbrados a ser hijos: no sabemos cómo se hace, no terminamos de tener claro si tenemos que tomar decisiones por ellos o no y, a la vez, en muchos casos los padres toman decisiones que nos involucran como insistir en seguir viviendo solos, mientras muchas veces el hijo se preocupa porque les suceda algo que ponga en riesgo sus vidas”, dijo la Lic. Elia Toppelberg, psicóloga especializada en tercera edad y escritora de una serie de libros sobre la longevidad, como “Mi padre envejece, ¿qué hago?” (Ed. Dunken).
Primero que nada: escucharlos. “Ser mayor y tener muchos años no significa estar incapacitados para poder elegir cómo se quiere vivir. Los hijos tienen que poder prestar atención al deseo de los padres y aprender a respetarlos”, explicó el Dr. Rozitchner. Uno de los grandes errores que generalmente se cometen es el de pretender que la vejez modifique el pasado radicalmente.
“Los padres no tienen por qué cumplir con las expectativas de los hijos. Buscar que hagan muchas actividades, que sea un gran abuelo o salga con amigos cuando durante toda la vida fueron personas más bien solitarias, no tiene ningún sentido. Se envejece como se ha vivido. Sólo por cumplir años no se cambia: hay personas que tienen carácter fuerte y los hijos terminan entre la espada y la pared porque no se dejan ayudar”, puntualizó.
El diálogo, acuerdan los especialistas, deberá estar signado por la negociación justa que resuelva de manera equilibrada cuidando la salud mental y física de todos los implicados. Pero hay que hablar. El miedo a conversar libremente sobre estos temas hace más complejo el panorama: “Siempre se espera hasta el último momento porque hay un miedo latente, como si hablar de las alternativas de cuidados pudiera atraer una tragedia. Nos vamos callando y cuando pasa algo no tenemos previsión, se nos cae todo encima y queda destruido todo el estado familiar”, aclara la psicóloga social y licenciada en gerontología María Inés Gamble.
La resistencia a la planificación trae como consecuencia que alternativas creativas, como vivir entre amigos después de los 70 años, no sean frecuentes, como sí lo son en países europeos.
Marta Donda, de 88 años, optó por mudarse al complejo habitacional Villa Linda en el barrio de Belgrano apenas murió su esposo. Es una de las 200 personas de entre 70 y 100 años que transcurren sus días entre clases de yoga, cine privado, bingo y, por supuesto, cuidados ante emergencias...
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