miércoles, 5 de abril de 2017

Cómo crear en los niños el hábito de beber agua


El agua es un nutriente esencial en la dieta de los niños, quienes no siempre tienen un consumo adecuado a pesar de que una deshidratación leve afecta su rendimiento diario. 
Mantener un adecuado equilibrio hídrico permite el buen funcionamiento del organismo, ejerciendo efectos benéficos para el rendimiento físico y cognitivo en las actividades diarias de los niños. Un paso clave para garantizar una adecuada ingesta de líquidos a lo largo de la vida es el desarrollo de los hábitos de hidratación desde temprana edad. 
“En la infancia temprana, la ingesta de leche es el principal determinante de la ingesta de líquidos; luego, con la incorporación de alimentos, se instala de manera paulatina un hábito que condiciona la cantidad, calidad y modalidad de consumo de agua” , explica el Dr. Esteban Carmuega, director del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (CESNI), en el trabajo “Hidratación saludable en la infancia”. 
Según detalla el especialista, en los recién nacidos, la leche de madre aporta el 100% de sus necesidades hídricas a la par de la totalidad de las necesidades nutricionales. Por ello, los recién nacidos no requieren recibir ningún líquido adicional a la leche materna hasta los seis meses de edad. 
A partir de este momento, ya con una médula renal más desarrollada y con la capacidad de concentrar la orina, los niños son capaces de recibir alimentos que contienen una mayor carga de solutos y una menor proporción de agua. 
“En esta instancia de la vida es muy difícil diferenciar la sed del hambre y los niños suelen llorar por las dos sensaciones (en general una combinación de ambas) pero, a medida que progresa el desarrollo, los niños son capaces de identificar la necesidad de comida de la de agua”, añade. 
Podría decirse que en los primeros años de la vida se aprende a discriminar entre un alimento líquido que satisface todas las nuestras necesidades, de aquellos progresivamente más sólidos que aportarán energía (y obviamente el resto de los nutrientes) y los líquidos que aportarán las necesidades de agua. “No se trata de un cambio brusco, sino de un proceso que comienza en la alimentación complementaria y que finaliza bien avanzada la niñez”, aclara el Dr. Carmuega. 
“Es precisamente en esta ventana de tiempo en la que se afianzan muchas de las conductas que nos acompañarán el resto de la vida”, enfatiza. 
Sin embargo, de acuerdo con el estudio HidratAr (2009) el 44% de los niños de 4 a 12 años no alcanza a satisfacer sus necesidades diarias de agua. 
¿Por qué sucede esto? En primer lugar, porque la sed es un mecanismo tardío para recuperar el balance de agua perdido, explica el director del CESNI. 
“La sed es una sensación compleja que se pone en marcha cuando la pérdida de agua excede al aporte de líquidos. Es una sensación subjetiva que está influenciada tanto por señales orgánicas (osmorreceptores hipotalámicos, tonicidad celular, volumen extracelular, distensión gástrica, niveles de hormona antidiurética) como por factores conductuales (hábitos, preferencias, actitud, atención, entre otros)”, detalla. 
Existen niños que se habitúan a tomar agua regularmente, y que es más probable que se encuentren adecuadamente hidratados a lo largo del día, y otros que solamente ingieren líquidos cuando la sed se hace presente. 
“En este sentido, el papel de los padres para ofrecer y hacer disponible el agua es clave, al igual que lo es que en el ámbito educativo y en los espacios públicos –donde los niños juegan o hacen deportes– existan fuentes de agua fácilmente accesibles”, remarca el Dr. Carmuega.
“Ofrecer a los niños agua, hacerla disponible en sus espacios de juego, anticipar en los días de calor o en ambientes muy secos su ingesta, no sólo es contribuir a una mejor hidratación, sino que constituye un aprendizaje que se incorpora como hábito”, insiste. 
Según pone de manifiesto el experto, hoy es frecuente que las plazas de juego no cuenten con bebederos higiénicos, o que en las escuelas las canillas estén en mal estado o en lugares poco accesibles o en el baño, circunstancias que no son propicios para que los niños construyan el hábito saludable de la hidratación. La jarra de agua ha dejado de ser parte habitual de la mesa.
“En los restaurantes no se sirve agua de cortesía. Los profesores de educación física no invitan a los niños a tomar agua antes de hacer deporte, anticipando la pérdida inevitable de agua durante el ejercicio. Los padres no solemos llevar en largos viajes una botella de agua, aun cuando los ambientes climatizados (tanto con frío como con calor) suelen incrementar las pérdidas insensibles de agua. Podrían mencionarse otras numerosas situaciones que no hacen más que ayudar a comprender por qué nuestros niños no ven el consumo de agua como un hecho cotidiano, cercano, frecuente y saludable”, reflexiona el profesional y de este modo insta a poner en práctica medidas que contribuyan a enseñar desde temprana edad el hábito de una adecuada hidratación.

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