viernes, 14 de abril de 2017

Viernes Santo – El misterio de Jesús


“Jesús sufre en su pasión los tormentos que le infligen los hombres; pero en la agonía sufre los tormentos que se da a sí mismo: «se turbó a sí mismo». Es un suplicio de una mano no humana, sino omnipotente, porque hay que ser omnipotente para soportarlo.
Jesús busca algún consuelo por lo menos en esos tres amigos, los más queridos, y duermen; les ruega que se sostengan un poco con él, y le dejan con una completa negligencia, y tan poca compasión, que no fue capaz de impedirles dormir ni un solo momento. Y así, Jesús quedó solo, abandonado a la cólera de Dios.
Jesús está en la tierra solo, sin nadie, no solamente que sienta y comparta su pena, pero ni tan siquiera que la conozca: sólo el cielo y Él tienen este conocimiento.
Jesús está en un jardín, no de delicias como el primer Adán, en que se perdió todo el género humano, sino en un jardín de suplicio, donde se salvó Él y todo el género humano.
Sufre esta pena y este abandono en el horror de la noche.
Se me figura que Jesús no se ha quejado más que esta única vez; pero entonces se quejó como si no hubiera podido contener su excesivo dolor: «Mi alma está triste hasta la muerte.»
Jesús busca compañía y alivio por parte de los hombres. Creo que esto es algo único en toda su vida. Pero no lo encuentra, porque sus discípulos duermen. Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: no hay que dormir durante este tiempo.
En medio de este abandono universal y de sus amigos elegidos para velar con Él, Jesús, al encontrarles dormidos, se enfada a causa del peligro a que se exponen, no Él, sino ellos mismos, y les amonesta acerca de su salvación propia y de su bien con una ternura cordial por ellos durante su ingratitud, y les advierte que el espíritu está pronto, y la carne es flaca.
Jesús, al encontrarles todavía durmiendo, sin que ni su consideración ni la de ellos les hayan contenido, tiene la bondad de no despertarles, y les deja en su reposo.
Jesús ora en plena incertidumbre acerca de la voluntad del Padre, y teme la muerte; pero, al conocerla, se adelanta a ofrecerse a ella: «vayamos. Es necesario» (Juan).
Jesús ha rogado a los hombres y no fue escuchado.
Mientras sus discípulos dormían, Jesús ha operado su salvación.
La ha operado a cada uno  de los justos mientras dormían, y en la nada antes de su nacimiento, y en los pecados después de su nacimiento. No ruega sino una sola vez que el cáliz pase, y todavía con sumisión, y dos veces que venga si hace falta.
Jesús, viendo a todos sus amigos dormidos, y a todos sus enemigos vigilando, se entrega  por entero a su Padre.
Jesús no ve en Judas su enemistad, sino la orden de Dios, que es a quien ama; y lo confiesa,  puesto que le llama amigo. Jesús se arranca desgarradoramente de sus discípulos para entrar en la agonía; hay que arrancarse de los más próximos y de los más íntimos para imitarle.
Puesto que Jesús está en la agonía y en medio de los más grandes sufrimientos, oremos más largamente.
Imploramos la misericordia de Dios, no para que nos deje en paz en nuestros vicios, sino para que nos libere de ellos.
Si Dios nos diese por su propia mano maestros, ¡oh, cómo habría que obedecerles de todo corazón! La necesidad y los acontecimientos lo son infaliblemente.
-Consuélate, tú no me buscarías si no te hubieras encontrado conmigo. Yo pensaba en ti en mi agonía, he derramado por ti tales gotas de sangre.
-Es tentarme a mí más que probarte a ti el pensar si tú harías bien tal o cual cosa ausente: yo la haré en ti cuando llegue.
-Déjate conducir por mis reglas; mira cómo he conducido a la Virgen y a los santos que me  han dejado obrar en ellos.
Al Padre le complace todo lo que yo hago. ¿Pretendes que ello me cueste siempre sangre de mi humanidad sin que tú des lágrimas?
-Tu conversión es cosa mía; no temas, y ruega con confianza como por mí.
Yo te estoy presente con mi palabra en la Escritura, por mi espíritu en la Iglesia, y por las inspiraciones, por mi poder en los sacerdotes, por mi oración en los fieles.
-Los médicos no te curarán, porque, por fin, morirás; pero soy yo quien cura y hace que el cuerpo sea inmortal.
-Sufre las cadenas y la esclavitud corporales; yo no te libero actualmente sino de la espiritual.
-Te soy más amigo que tal o cual; porque he hecho por ti más que ellos y no te aguantarían lo que yo te he aguantado, y no morirían por ti en el tiempo de tus infidelidades y crueldades, como yo lo he hecho y estoy dispuesto a hacerlo en mis elegidos y en la Sagrada Eucaristía.
-Si conocieras tus pecados, te descorazonarías.
-Me descorazonaré, pues, Señor, porque creo en su malicia por vuestra palabra.
-No, porque yo, que te lo he enseñado, puedo curarte de ellos, y el que te lo diga es señal de que te lo quiere curar. A medida que los espíes, los conocerás y te será dicho: «Mira los pecados que te son remitidos.» Haz, pues, penitencia por tus pecados ocultos y por la oculta malicia de los que tú conoces.
-Señor, os doy todo.
-Yo te amo más ardientemente que lo que tú has amado tus mancillas, «ut immundus pro luto».
-Sea la gloria para mí, y no para ti, gusano y tierra. Interroga a tu director cuando mis propias palabras sean para ti ocasión de mal o de vanidad y curiosidad.
-Veo mi abismo de orgullo, de curiosidad, de concupiscencia. No guardo relación ninguna con Dios ni con Jesucristo justo. Pero ha sido hecho pecado por mí; todas vuestras plagas han caído sobre él. Es más abominable que yo, y lejos de aborrecerle, se considera honrado con que vaya a él y le ayude. Pero se ha curado a sí mismo, y con mayor razón me curará.
-Hay que añadir mis llagas a las suyas, y unirme a él, y me salvará salvándose. Pero no hay que añadir nuevas plagas en el futuro
«Seréis como dioses, conociendo el bien y el mal.»
Todo el mundo hace de Dios al juzgar: «esto es bueno o malo»; y afligiéndose o alegrándose demasiado de las cosas que suceden.
Hacer las cosas pequeñas como si fueran grandes, a causa de la majestad de Jesucristo, que las hace en nosotros, y que vive nuestra vida; y las grandes como si fueran pequeñas y fáciles, a causa de su omnipotencia”.

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