—Muchos dicen que nadie puede dictarles lo que tienen que hacer con su sexualidad. Que para ellos “vale todo”.
Desde luego, yo no voy a dictarles nada. Pero me parece que ese modo de hablar es una forma un poco tosca de eludir la realidad moral.
En cualquier análisis sobre lo que debe o no hacerse, decir que “vale todo”, es como decir que nada vale, pues, al hablar así, todo diálogo y todo uso de la inteligencia pierden su sentido. No parece un buen enfoque para hablar de valores ni para llevar una vida razonable.
De todas formas, pienso que es una actitud que, como todas, hay que procurar comprender. No creo que haya que responder a esas personas con prepotencia ni menosprecio, pues todos esos planteamientos suelen responder a una crisis personal que cuesta superar, y lo más sensato es manifestar una comprensión sincera, y no enfrentarse sino ofrecer ayuda.
Como ha escrito Carmen Martín Gaite, para muchos el sexo es “un intento de remediar el aislamiento personal, pero que solo lo proyectan fuera de sí. Y aunque, en el mejor de los casos, pueda coincidir con la proyección fuera de sí que desencadena el aislamiento del otro, siempre se tratará de individuos que, si comparten algo, es un estado de crisis. La crisis más intensa que se pueda imaginar, pero al mismo tiempo la más insignificante. Lo mismo que las olas: perseguirse, gozar y luego deshacerse por separado”.
Esas personas deberían comprender que desentenderse de la ley moral acaba tarde o temprano en serios disgustos. Así queda reflejado con brillantez, por poner un ejemplo, en la película “Infiel”, de Liv Ullmann, que aborda con cierta profundidad el drama del adulterio. Cuando dos personas inician una relación adúltera, piensan quizá que es como un juego para adultos. Los principios morales desaparecen. Amémonos al límite, seamos felices juntos, olvidémonos de qué es bueno y qué es malo, que no pasa nada.
Sin embargo, tarde o temprano descubren que no da igual olvidarse de la naturaleza y de sus leyes. Querían hacer como que eran dioses que se dan a sí mismos su naturaleza y sus leyes, y no tardan mucho en comprobar que se han mentido a sí mismos, y sobreviene entonces la consiguiente tragedia. Querían jugar a que no había principios morales, y súbitamente aquella simulación y aquel fingimiento se desmoronan.
Lo que era un matrimonio unido, una hija feliz, un buen amigo, acaba todo deshecho por la irreflexión, por el egoísmo de la sensualidad que ciega y lleva a la irresponsabilidad, e incluso a la crueldad, a destrozarlo todo. Las víctimas son ellos mismos, sus familias, esa niña que ha sido utilizada en el juego de adultos, arrollada por un torbellino emocional que desgarra su vida, sin entender bien cuál es su papel en esa historia de deslealtades.
—Pero los modelos de castidad que muchas veces se nos han presentado suenan a rigorismo, a represión, a algo antiguo...
En cuanto a lo de antiguo, habría que decir que el relajamiento en la conducta sexual es mucho más antiguo. La laxitud de costumbres en estos temas está presente desde épocas muy primitivas, como bien atestigua la historia.
En cuanto a los viejos y necios rigorismos, estoy de acuerdo en que conviene romper con las visiones timoratas o encogidas de la sexualidad, pero no sería sensato invocar esos errores para justificar otros. No se trata de defender antiguos puritanismos, ni de volver a la época victoriana, ni a la Edad Media. Se trata de caminar hacia la verdad sobre el hombre.
—Otras veces lo que piensas es que todas esas ideas que dices son muy bonitas, estupendas, pero demasiado difíciles, y que lo realista es aprovechar un poco los pocos placeres de que hoy se puede disfrutar...
Ese señuelo que describes se ha presentado siempre ante el hombre, y no solo para seducirle por los placeres del sexo sino por otros muchos caminos. Son razonamientos muy parecidos a los que se hace quien cae en las redes de la mentira, el alcohol, el juego, o la comisión ilegal.
Todas las deslealtades y todas las infidelidades suelen empezar poco a poco, con pequeños hábitos, sin movimientos ni quiebras violentas, sin derrumbamientos repentinos..., pero cuando uno se quiere dar cuenta está enganchado. Son -en palabras de Robert McCammon- “monstruos horribles que se cuelan en las casas, retorcidos y sonrientes detrás de la cara de un ser querido”.
Por eso, en los momentos de tentación hay que levantar un poco la mirada hacia el tipo de persona que uno quiere ser, hacia la necesidad de alcanzar un dominio sobre los propios instintos para así fortalecer la propia afectividad y ser una persona honesta.
—Sí, pero cuando estás en esas tesituras no sueles querer pensar mucho en el futuro, piensas sobre todo en el presente...
Es cierto, y ese es casi siempre el juego dialéctico de cualquier tentación. Su principal empeño es impedir que pienses en el futuro. Su triunfo es conseguir que pienses solo en ese placer cercano, de ese momento. Su gran logro es..., en definitiva, que no quieras pensar. Pero bien sabemos que la calidad de una persona se muestra, entre otras cosas, en que es también capaz de pensar con sensatez cuando la tentación arrecia.
O que, al menos, es capaz de darse cuenta de que las cosas no son como las ve cuando está bajo el hechizo de la tentación, sino que son como las veía cuando pensaba con lucidez. AA
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