“No vayas
detrás de tus pasiones, tus deseos refrena” (Si 18,30).
El Catecismo de
la Iglesia Católica (n. 1809) nos dice: “La templanza es la virtud moral que
modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los
bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y
mantiene los deseos en los límites de la honestidad”.
Esta virtud no
siempre es bien entendida. Algunos la minusvaloran como si fuera algo de
caracteres débiles, pusilánimes o apocados. Otros la reducen mucho y no le dan
toda la amplitud que ella tiene en la formación del hombre virtuoso. Veamos esto
un poco más detenidamente.
En los días que
vivimos, nuestra sociedad ha olvidado muchas cosas, aunque quizá lo que ha
olvidado con mayor facilidad es a dominar sus pasiones, precisamente porque
estas son lo más natural y primitivo en el ser humano. Hoy se abusa de la
comida, del alcohol, del sexo, de las drogas, de la violencia, es decir, de
todo aquello relacionado con los cinco sentidos que puede ser necesario como es
el caso del alimento para la conservación del individuo y de las funciones
sexuales para la conservación de la especie, o que incluso que no son
necesarias, como es el caso de las drogas.
Hoy se achaca a
los cristianos y más directamente a los católicos que no sabemos vivir porque
no sabemos disfrutar la vida y sus placeres. Se mira a la Iglesia Católica con
sospecha y se le echa en cara predicar una religión de lo prohibido: “no hagas,
no digas, no pienses, no desees…” Pareciera que hoy los católicos estamos
sobrando en un mundo que ha renunciado a mantener los tabúes de antes, y, según
ellos, mantenemos estúpida y fanáticamente unos comportamientos y unas reglas
aparentemente superadas. Vivimos en un siglo en el que la vergüenza ya no
existe porque las acciones culpables ya no son consideradas como vergonzosas, y
en el que la honestidad, que es la “disposición de lo perfecto para lo mejor”
(Aristóteles), brilla por su ausencia. Cuántos de nosotros hemos olvidado de
sentir pudor por nuestras faltas, dominados por el espíritu imperante; cuántas
veces la sociedad acepta vicios, alentándonos a caer en ellos a través
principalmente de los medios de comunicación, de las películas y de los
anuncios.
Esto nos lleva
a hablar del placer, porque en sentido genérico la virtud de la templanza se
asocia al término ‘temperantia’ relacionado con la moderación. A la templanza
le corresponde regular los actos humanos que requieren moderación o contención.
Dios, nuestro Creador, lo hizo todo bien y asoció a unos actos humanos
concretos una especie de recompensa que se obtiene al llevarlos a cabo. De esa
forma sabiamente determinó que los actos repetitivos necesarios para la vida
como el comer y el reproducirse, entre otros, lejos de ser enojosos, cansinos o
dolorosos fueran placenteros.
Hasta aquí la
sabiduría de Dios es perfecta. Pero he aquí que el gran “sabio de este mundo”,
la creatura humana, decidió corregir la plana al Creador y demostrarle que no
es necesario mantener la relación intrínseca que Él determinó entre el acto y
el placer, y así buscó disfrutar del placer evitando las cargas y las
responsabilidades de los actos implicados.
Volvamos a
nuestro mundo y démonos cuenta cómo muchas personas han dejado de practicar la
virtud de la templanza, que es precisamente la que nos ayuda a moderar y a
equilibrar los deseos de placer a los que nuestra naturaleza tiende. El apetito
natural puede llevar a la persona a realizar actos que sobrepasen la norma de
la razón, elevando el plano animal sobre el plano racional. Por eso la
templanza debe moderar y rectificar ese apetito natural, manteniendo el justo
medio, para que no pervierta el orden de la razón. Ciertamente Dios, que puso
este orden entre el acto y el placer, puso también el orden en nuestras
facultades: las superiores –inteligencia y voluntad– nunca pueden estar por
debajo de las inferiores –sensibilidad, sentimientos, emociones.
Ahora bien, en
nuestro tiempo la palabra ‘templanza’ se ha ido reduciendo mucho hasta llegar a
identificarla en ocasiones con la moderación en el comer y en el beber. La
virtud de la templanza es algo mucho más amplia y de mucha mayor categoría. Es,
como indicamos arriba, una virtud cardinal que conduce a la Vida.
Asimismo se ha
entendido la templanza como la moderación de la pasión de la ira. Al airado se
le aconseja que se modere y que no dé rienda suelta a su enojo, pero de nuevo
aquí se vuelve a reducir el entorno de esta gran virtud considerándola
exclusivamente como un refrenamiento de impulsos. Hay que evitar esta
consideración reduccionista que nos podría llevar a ser personas tímidas,
apocadas, pusilánimes, cuando en realidad un apasionamiento bien dirigido
siempre es el mejor camino para emprender grandes obras y elevadas empresas.
Un tercer
reduccionismo lo encontramos cuando vinculamos la templanza al miedo y a la
prevención ante cualquier clase de exaltación. Pero entonces ¿dónde quedarían
las valiosas y reconocidas acciones de los héroes y los santos? Siempre se les
podría tildar de exaltados, fanáticos, radicales, es decir de intemperantes.
Entonces ¿qué
es la templanza y cómo debemos practicarla en nuestra vida? Indicaré algunas
notas que por sentido de brevedad no expondré ampliamente:
1. Orden en
el interior del hombre: el primer efecto de la templanza es la tranquilidad de
espíritu o de ánimo, entendiendo por espíritu el lugar interno donde la persona
humana toma las decisiones. Realizar el orden en el propio yo. Actuar con
templanza quiere decir que el hombre se enfoca sobre sí y sobre su situación
interior conformándola con sus principios morales.
2. Convertirse
a sí mismo: es misterioso el hecho de que el orden interior del hombre no sea
algo que se dé de forma espontánea, como una realidad natural. Las mismas
fuerzas que alimentan la vida humana pueden pervertir el orden interior. La
templanza nos ayuda por medio de la reflexión, examen y actuación a poner en
orden el desorden interior provocado.
3. Defender
este orden interior restaurado contra nuestras propias pasiones practicando:
a. la
sobriedad en los deleites del gusto,
b. la
castidad frente a la lujuria,
c. la
mansedumbre y dulzura frente a las tentaciones de vengar una injusticia,
d. la
humildad ante el instinto de dominio y la propia valoración personal,
e. la
discreción ante el instinto de la curiosidad y el ansia de conocer.
A modo de
conclusión sobre este tema de la templanza propondría algunas líneas prácticas
que nos ayudarán a tomarla más en cuenta en nuestra vida diaria:
1. No te
rijas por las modas del momento o por los comportamientos grupales impuestos:
sé tú mismo con tus propias convicciones personales y cristianas.
2. Adquiere
el hábito de la reflexión. No actúes al primer impulso: eso no es espontaneidad
ni libertad, eso es irracionalidad.
3. La moral
no la impone la mayoría ni las leyes civiles. La moralidad de cualquier acción
la juzga la conciencia individual rectamente formada a la luz de la recta razón
y de la fe.
4. Examina
con frecuencia tu conciencia reflexionando sobre tus actos, descubriendo a
tiempo los desórdenes internos y jerarquizándolos. Esto dará paz y serenidad a
tu vida.
5. Sé
humilde, bondadoso y discreto en tu relación con los demás, esto te hará crecer
y te llenará de fuerza y seguridad en ti mismo.
6. Usa el
sacrificio, como medio para dominar tus propios impulsos, incluso en cosas o
acciones lícitas. Esto te ayudará a tener un espíritu más dispuesto para que
cuando se presente la tentación puedas salir triunfante. MALl
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