‘A
la puerta, sin escándalo’.
No
hay truenos. No hay ángeles cantando. Solo una casa sencilla, una noche callada
y Cristo esperando.
No
derriba. No exige. Solo está... como quien respeta el umbral del alma ajena.
Quizá
adentro hay miedo, cansancio o silencio acumulado. Pero Él no se impacienta. Porque
el amor verdadero no toca para entrar: toca para avisarte que está ahí... cuando
te atrevas a abrir.
“Mira que
estoy a la puerta y llamo...” (Ap
3,20)
Ni la fe de tus
padres, ni las oraciones de otros pueden girar el picaporte por ti.
Solo tú puedes abrir. Solo tú decides si se queda
fuera... o si conviertes tu casa en hogar. RM
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