Se sospechaba que hacía mucho tiempo un empleado postal estaba robando sellos.
Los investigadores escribieron unas palabras al dorso de unas hojas de sellos con tinta especial y las metieron con las otras hojas en el lugar donde trabajaba el sospechoso. Más tarde las encontraron en posesión del empleado. Éste insistió en que había comprado las hojas de sellos.
– ¿Estás seguro? ¿Estas hojas también?- Le dijeron los investigadores, y pasaron una brocha húmeda por las hojas haciendo aparecer en grandes letras rojas lo que había escrito en ellas: “Robado de Correos”. El culpable tuvo que confesar.
Hay mucha gente que cree que, al igual que el empleado de correo, nunca nadie sabrá lo que hace, confían tanto en sus capacidades y habilidades que en lugar de arrepentirse tratan de perfeccionar su técnica del engaño.
No faltan quienes llevan una doble vida, tratando de agradar a todos, mostrándose compasivos y misericordiosos, tratando de ser un ejemplo de personas piadosas, buscando que la gente los admire o los siga; sin embargo, tienen tanta maldad en el corazón que sus palabras y actitudes pueden ser sumamente hirientes con otros si éstos no cumplen sus propósitos o no estuvieran de acuerdo con ellos. No se hacen problema de mentir, engañar, robar, traicionar ni de cometer ningún otro pecado.
Lo cierto es que aunque las cosas malas parezcan bien ocultas y pareciera que esas personas saldrán victoriosas, eso no sucederá. En Jeremías 17:10 se nos revela una gran verdad: “Pero yo, el Señor, investigo todos los corazones y examino las intenciones secretas. A todos les doy la debida recompensa, según lo merecen sus acciones”.
Dios ve todo lo que hacemos y conoce los secretos de nuestros corazones, no hay nada que pueda ocultarse y Él nos recompensará a todos de acuerdo a nuestros hechos. Tarde o temprano nuestras acciones, buenas y malas, saldrán a luz y tendremos que hacernos responsables por nuestros actos.
Que en todo tiempo podamos vivir tranquila y reposadamente, sabiendo que nuestro actuar público y privado es acepto a los ojos de Dios, que todo lo que hicimos fue de corazón y no como una simple pantalla.
Todos cometemos errores pero lejos de encubrir nuestros pecados, que nuestra oración humilde y sincera de todos los días sea como el Salmo 139: 23-24: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna”.
No dejes pasar un instante más sin confesarle a Dios tus pecados y esfuérzate por vivir íntegramente, recuerda que todo sale a luz. AMFI
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