jueves, 6 de agosto de 2015

El dolor es un reloj

El dolor es un reloj (07-08-15)

El dolor es un reloj. Es algo lleno de ingenio que sirve para partir el tiempo en una enormidad de trozos pequeños, muy pequeños. Es algo realmente útil, porque con sus dos agujas divide las horas de alegría y las de abatimiento. El dolor puede ser muy perjudicial, si no se vive bien. El dolor es mágico, porque una hora puede transformarse en sesenta minutos de aflicción o en segundos de dicha.
Examinemos algunos relojes que han dado la hora correctamente. Algunos, al inicio, se retrasaron. Pero después han funcionado con la fidelidad del cuarzo. No podría valorar el precio de estos quilates...
Recuerdo el testimonio del doctor Vallejo-Nágera. Le habían diagnosticado una úlcera de duodeno. Le hicieron volver todos los lunes. Después de una revisión más profunda, le dijeron:
-Tienes un cáncer de la cabeza del páncreas-.-¿Es operable?-Por la metástasis en el hígado no lo juzgamos conveniente.-¿Y quimioterapia?-Lo hemos consultado y no hay ninguna adecuada.¿Entonces?-Esto puede durar unos meses... Podrás llevar una vida de cierta actividad en este tiempo.
Días después mandaron el expediente a Houston, para mayor tranquilidad. No había nada que hacer. Juan Antonio continúo su vida normal, pero en otra dimensión. Hacía menos cosas, pero mejor, con más gravedad.
Un periodista y amigo suyo recogió el siguiente testimonio: “Religiosamente estaba un poco descuidado. Tenía una buena formación, pero con una práctica moderada. Y, sin embargo, sin ningún mérito por mi parte. Al oír eso del cáncer me vino instantáneamente una gran serenidad y pensé: Dios mío, muchas gracias, me has mantenido hasta los sesenta y tres años con una vida sumamente agradable; he tenido ocasión de situar a mis hijos; ya está casada la menor; no me queda nada importante en la vida por resolver y has hecho el favor de avisarme”.
Otro reloj. Es el caso de “Lolo”. ¿Quién sabe si en unos años no lo invocaremos como San Lolo Garrido? Su historia es muy luminosa. A los 22 años, recién terminados sus estudios de magisterio, una enfermedad comenzó a paralizar su cuerpo. Sus días transcurrían en una silla de ruedas. Le entró una fiebre literaria: leía libros y devoraba artículos. Escribió. Cuando se le paralizó la mano derecha, aprendió a escribir con la izquierda. Al perder incluso la sensibilidad en ésta, pidió que le amarraran una pluma a su mano insensible con una cuerdita. Quería seguir escribiendo. Lolo no perdía el buen humor: “Señor, ahí tienes mi pila de revistas. Y si no te valen, que los ángeles las vendan como papel de envolver”.
Luego la enfermedad le llegó a los ojos. Al quedar ciego, grababa sus libros. En los últimos 10 años de su vida publicó nueve libros. Su testimonio constituye un canto a la dignidad del dolor y del sufrimiento. Estoy seguro que estas palabras le acompañaron en la cabecera de su lecho de dolor e iluminaban más su alma que las miradas de los visitantes. Estas frases bien valen un marco o una estatua: “¡Señor, líbrame de esta tentación de apreciar el tiempo de la enfermedad como un período estéril y sin valor! Una vida de enfermo no es una vida fracasada. Aceptar mi enfermedad, ofreceros alegremente mi sufrimiento, esto no demanda más que un momento”.
La silla de ruedas, la cama. El misterio de encontrarse con uno mismo. El dolor, la enfermedad valen no tanto por lo que quitan, sino por lo que dan.
El dolor es un misterio, como la misma vida de las personas. Nunca lograremos explicarnos totalmente a nosotros mismos, nunca nos comprenderemos. La explicación del dolor, el porqué de la enfermedad, la incógnita del sufrimiento no es una respuesta abstracta. Yo sólo encuentro una: el amor.
No cabe duda de que la enfermedad y el sufrimiento siguen siendo un límite y una prueba para la mente humana, algo así como un tapón para el corazón. Sin embargo, quienes lo han vivido han aumentado su estatura humana.
Todos sufrimos y de muy diversas maneras. La enfermedad y las dolencias se compran en cualquier rincón de nuestro mundo. Uno sufrirá un infarto, otro un cáncer. A alguna la nostalgia y el desaliento le enredarán entre sus telarañas. Los que sigamos, nos haremos viejos. Nos dolerá la espalda, perderemos la memoria... Pero la paz y la vida están seguras. Un Hombre ha roto la piedra del sepulcro y ha dado sentido a la vida. Desde ese momento se han sincronizado todos los “relojes”. MdeA-JPL

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