Cuando hay dudas sobre algo que puede llevar a un peligro grave respecto de la salud o de la vida de otros, se hace necesario escoger el camino más seguro, aquella opción que evite los daños que puedan producirse.
Esto vale para muchos ámbitos. Si tengo duda de que hay un gas tóxico en un almacén no puedo pedir a nadie que entre a recoger una maleta perdida. Si sospecho que los frenos no están bien, no puedo prestar mi coche a un vecino. Si hay cierta probabilidad de que llegue una riada en estos días, no hay que permitir a un grupo de montañeros acampar en zonas peligrosas.
¿Es lícito aplicar este criterio al tema del aborto? Una crítica que se lanza con frecuencia contra los grupos pro vida es que estos grupos intentarían imponer sus certezas a otros. Al afirmar que la vida humana inicia con la concepción, y al defender que todos los seres humanos son dignos y merecen respeto, los grupos “pro vida” usarían convicciones que los abortistas rechazan. El conflicto entre ambas posiciones es, entonces, inevitable.
Lo que resulta paradójico es que, para defender el aborto, se ataque a otros de intransigentes y de impositores, cuando en realidad son los mismos abortistas quienes no sólo buscan imponer su punto de vista a otros, sino que promueven decididamente el que una convicción se convierta en permiso para eliminar a seres humanos declarados, de modo muy discutible, “no dignos” o no merecedores de respeto.
Entre los abortistas, sin embargo, no todos tienen una ideología “fuerte”, ni quieren imponer a la sociedad sus ideas contra la dignidad que merecen los embriones humanos. Hay abortistas que se mueven en un horizonte de dudas, y consideran que respecto a lo que ocurre tras la concepción resulta muy difícil tener certezas y son mucho más abundantes las dudas.
En un contexto de dudas sobre lo que sea o deje de ser un embrión, algunos piensan (erróneamente) que entonces quedaría abierta, para la mujer que ha quedado embarazada, la opción de abortar o de no hacerlo.
Sin embargo, defender el aborto desde algunas dudas sobre la identidad del embrión va contra el criterio que, como vimos antes, se aplica en muchos otros ámbitos de la vida humana: en el caso de duda sobre temas importantes hay que escoger el camino más seguro. En otras palabras, las dudas sobre el estatuto del embrión no otorgan un permiso para abandonarlo a su suerte, sino todo lo contrario: son un motivo válido para renunciar a cualquier comportamiento que pueda dañarlo de algún modo.
Esto se aplica con claridad en el ámbito de los productos farmacéuticos. Si un médico atiende a una mujer embarazada sabe perfectamente (o tendría que saber) que no debe recetarle una medicina sobre la que no se sepa con claridad qué tipo de daños pueda causar en el hijo.
¿No resulta extraño condenar o incluso encarcelar a un médico que no haya respetado este criterio si un hijo ha sido dañado al recetar a la madre durante el embarazo una medicina “dudosa”, y defender al mismo tiempo el aborto como un asunto libre porque, según algunos, existen dudas sobre la dignidad del embrión humano?
Vivimos en sociedades llenas de paradojas. Mientras se exige lo más seguro para muchos ámbitos de la vida y se actúa con firmeza con quienes, en situaciones de duda, se comportan de modo irresponsable hasta el extremo de causar daños a otros, al mismo tiempo se permite el aborto como si fuese un asunto privado en el que no ocurriría nada grave.
La realidad es otra. En cada aborto muere, de modo violento, un ser humano inocente. Para quienes dudan sobre si el embrión pequeño sea realmente un ser humano, bastaría con reconocer que una duda en un tema tan importante es suficiente para actuar con la mayor cautela y siempre a favor de esa vida que acaba de empezar.
Escoger esa actitud prudencial a favor del embrión humano permitirá a muchos, ojalá a todos, salir de sus dudas cuando, después de los meses de embarazo, puedan ver y, sobre todo, amar, al hijo que, tras la aventura del parto, empieza a dormir sereno y confiado en los brazos de su madre. FP
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