Hay personas que creen -como dice aquel dicho popular- que “todo lo que nos gusta, está prohibido o engorda”. Piensan que la virtud, o la religión, son realidades que vienen a aguarles la fiesta de la vida. Las ven como una ingrata secuencia de restricciones, obligaciones y renuncias. Solo se fijan en el lado antipático que siempre presenta cualquier esfuerzo, y no advierten el lado atractivo de la virtud, su rostro amable, su efecto liberador.
“Solamente haciendo el bien se puede realmente ser feliz”, decía Aristóteles. Todo lo que Dios exige, nos lo exige precisamente porque es lo que más nos conviene.
Dios no ha señalado una serie de exigencias morales con el sencillo objeto de fastidiarnos. Sería un error asociar la voluntad de Dios, o el premio en el más allá, a una supuesta resignación a la infelicidad en esta tierra. Si la vida es un don de Dios, y la felicidad eterna es su destino, tiene razón Aristóteles cuando dice que la felicidad está unida a cumplir ese designio divino. La ética es una facilitación de la vida, no su constante entorpecimiento.
Vivir los mandatos de Dios tiene cierto parecido -aunque lejano- con seguir las instrucciones de mantenimiento de un vehículo. Esas instrucciones pueden prescribir algunas normas cuyo motivo no siempre el usuario entiende totalmente. Pero el fabricante, que conoce bien el funcionamiento, nos recomienda que, por nuestro bien, cumplamos esas normas, aunque no siempre terminemos de comprenderlas bien. Si alguna cosa nos parece inútil es porque quizá ignoramos los daños que provocaría su incumplimiento.
—Pero ya que la fe es algo razonable, lo lógico sería que entendiéramos bien por qué conviene hacer las cosas.
Siguiendo con el ejemplo del vehículo, imagina una persona que quisiera utilizar durante años un automóvil sin querer cambiar el aceite, o sin reponer el líquido de frenos, porque dice no entender bien la necesidad de hacerlo con tanta frecuencia. Acabaría por gripar el motor por falta de lubricante, o se estrellaría por falta de líquido de frenos. Y no dejaría de correr esos riesgos por el hecho de desconocerlos, o de no entenderlos bien del todo (o de no querer entenderlos).
Si desea entender bien las razones de lo que hace, lo más sensato entonces es que aprenda mecánica del automóvil. Si sabe poco de esa ciencia, el hecho de seguir esas instrucciones del fabricante no supone actuar de modo poco razonable, sino actuar fiándose de alguien. Cuando se actúa fiado en otro, también se aplica el entendimiento: uno entiende que lo que le dicen merece credibilidad, porque cree que la persona que se lo dice es digna de crédito. AA
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