Ha escrito un pensador español que quien, en aras de la libertad, pretendiera caminar sobre las aguas, solo conseguiría ahogarse. Y si esto sucede en el orden físico, algo parecido ocurre en el orden moral.
Es verdad que los efectos de transgredir las leyes morales no suelen ser tan patentes como ir en contra de las leyes físicas, pero no por eso las consecuencias son menos destructoras. Transgredir las leyes físicas -como, por ejemplo, al pretender caminar sobre las aguas- acarrea unas consecuencias fácilmente comprobables. Pero el hecho de que sean más fácilmente comprobables no implica que por eso sean más ciertas: simplemente, son más fáciles de entender.
Es cierto que somos libres. Somos libres de tirarnos volando desde un tercer piso. Somos libres de intentar caminar por el agua. Pero eso no significa que sea lo más sensato, porque no tenemos alas ni aletas.
Somos libres para caminar desnudos por el polo Norte, pero no es lo más aconsejable si la naturaleza no nos ha dado una protección térmica como la de la foca o el pingüino. Hacemos un uso sensato de la libertad solo en la medida en que asumimos libremente las leyes que rigen nuestra propia naturaleza.
Necesitamos de nuestra libertad, pero debemos contar siempre, además, con la realidad de nuestra naturaleza. Si no, podremos demostrar que somos muy libres, pero no habremos demostrado mucha sensatez.
—Pero no todo el mundo coincide en cuáles son las exigencias morales de la naturaleza del hombre.
Todo ser humano tiene un conocimiento íntimo, natural, de la ley moral, con los consiguientes deberes para con uno mismo, con los demás y con la propia naturaleza. Otra cuestión es que podamos engañarnos al percibirlo o al llevarlo a la práctica. AA
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