sábado, 5 de marzo de 2016

Los dos sacos


Hay una antigua leyenda acerca de tres hombres, cada uno de los cuales cargaba dos sacos sujetos a sus cuellos, uno al frente y el otro a sus espaldas.
Cuando al primero de ellos le preguntaron qué había en sus sacos, respondió:
Todo cuanto de bueno me han dado mis amigos se halla en el saco de atrás, ahí fuera de la vista, y al poco tiempo olvidado.
El saco de enfrente contiene todas las cosas desagradables que me han acontecido y, en mi andar, me detengo con frecuencia, saco esas cosas y las examino desde todos los ángulos posibles. Me concentro en ellas y las estudio. Y dirijo todos mis sentimientos y pensamientos hacia ellas.
En consecuencia, como el primer hombre siempre se estaba deteniendo para reflexionar sobre las cosas desafortunadas que le habían sucedido en el pasado, lo que lograba avanzar era muy poco.
Cuando al segundo hombre le preguntaron qué era lo que llevaba en sus dos sacos, contestó: En el saco de enfrente están todas las buenas acciones que he hecho. Las llevo delante de mí y continuamente las saco y las exhibo para que todo mundo las vea. Mientras que el saco que llevo atrás contiene todos mis errores. Los llevo conmigo a dondequiera que vaya. Es mucho lo que pesan y no me permiten avanzar con rapidez, pero por alguna razón, no puedo desprenderme de ellos.
Al preguntarle al tercer hombre sobre sus sacos, dijo: El saco que llevo al frente está lleno de maravillosos pensamientos acerca de la gente, los actos bondadosos que han realizado y todo cuanto de bueno he tenido en mi vida. Es un saco muy grande y está lleno, pero no pesa mucho. Su peso es como las velas de un barco: lejos de ser una carga, me ayudan a avanzar. Por su parte, el saco que llevo a mis espaldas está vacío, pues le he hecho un gran orificio en el fondo. En ese saco, puse todo lo malo que escuché de los demás así como todo lo malo que a veces pienso acerca de mí mismo. Esas cosas se fueron saliendo por el agujero y se perdieron para siempre, de modo que ya no hay peso que me haga más penoso el trayecto.
De vez en cuando, conforme cada uno de nosotros avanzamos por el sendero de la vida, debemos examinar qué es lo que llevamos cargando. ¿Nos abruma el peso de los pensamientos negativos que tenemos de nosotros mismos, o bien se trata de todo un fardo de temores que nos dicen que no estamos a la altura de cierto estándar artificial; acaso una serie de escudos protectores y armaduras psicológicas que nos impiden relacionarnos con los demás de manera libre y sincera? ¿Llevamos a cuestas todo el peso de las malas acciones que hemos recibido de parte de amigos y familiares, y que nos han afligido en el pasado?
¿O bien el peso de todas esas falsas lecciones que nos enseñan a detectar cualidades indeseables en los demás y luego darle la espalda a la persona en cuestión una vez que identificamos una de tales características?
Cada uno de nosotros nace con la libertad de seleccionar aquellos pensamientos que habrán de dirigir nuestras vidas. Nosotros elegimos la senda que queremos recorrer. Y tenemos la capacidad de elegir lo que hemos de llevar en el trayecto.
Los pensamientos y actitudes negativas nos abruman, hacen que nuestra travesía por la vida resulte más difícil. Todo pensamiento que alojamos en nuestra mente afecta los razonamientos, sentimientos y acciones que manifestamos.
Si alimentamos pensamientos negativos, nuestras acciones van a ser negativas y, a su vez, resultados negativos serán los que obtendremos a cambio.
Sin embargo los pensamientos positivos propician resultados positivos y la vida se vuelve una aventura feliz, motivante, en la que podemos vernos y ver a los demás a la luz de lo que somos en realidad. De pronto nos damos cuenta de que cada uno de nosotros es una expresión maravillosa y misteriosa de la vida.
Según escojas tus pensamientos podrás crearte el cielo o el infierno en la tierra... Pídele ayuda al Señor para que actúes como el tercer hombre de este relato.

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