María Inés Teresa Arias, Beata
Fundadora de las Congregaciones de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal, 22 de Julio
Martirologio Romano: En Roma, Italia, Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento (en el siglo, Manuela de Jesús Arias Espinosa), Fundadora de las Congregaciones de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal. († 1981)
Fecha de beatificación: 21 de abril de 2012, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI
Tomado de la Autobiografía de la Sierva de Dios y de sus Notas Íntimas las cuales fueron encontradas después de su muerte.
Nací en Ixtlán del Río, Nayarit, México el 7 julio de 1904. Fui la quinta de ocho hijos.
Mi madre, una mujer toda de su hogar, inteligente, llena de prudencia, de una sensibilidad exquisita. Cuánto era querida de pobres y ricos. Mi padre, ocupando siempre puestos públicos, no se desdeñaba jamás de que lo vieran en la iglesia rodeado de su familia, su esposa y 8 hijos.
Iba a fiestas familiares, paseos y otras diversiones inocentes, me gustaba lucir y ser atendida. Sin embargo esto no me llenaba (Experiencias Espirituales, f. 449).
En mayo de 1924 salimos de Tepic a Colima, sentía en mi alma algo que no acertaba a comprender. Se acercaba el tiempo de la gracia (Exp. Esp., f. 449).
En septiembre me dio un acceso fuerte de apendicitis, me llevaron a Guadalajara., necesitaba operación. Me negué, tenía miedo (Exp. Esp., f. 449).
Antes de que regresáramos a Colima me prestaron la vida de santa Teresita, en el camino fui leyendo. En la lectura de «Historia de un alma», no sólo encontré mi vocación, sino a Dios de una manera muy especial en mí (Exp. Esp., f. 449).
En octubre en los días del Congreso Eucarístico en México 1924, sentía ya un cambio en mí, en la iglesia me sentía otra, todo me empezaba a parecer despreciable. Sonó el momento designado por la infinita misericordia para transformarme y no lo pude resistir.
Dios, el amor, me atraía con fuerza irresistible. Sólo quería amar y darme a Dios. Todo mi anhelo era la Eucaristía (Exp. Esp., f. 449).
Resolví que me operaran para ofrecerle mis sufrimientos a Dios. Nadie en casa se había dado cuenta del cambio operado en mí (Exp. Esp., f. 449).
Y después en los días 8 al 12 de diciembre del mismo año inolvidable las gracias de la Madre de Dios, sus caricias y ternuras llovieron a profusión sobre mi pobre corazón que se sentía incapaz de resistir a tanta dicha (Estudios y meditaciones, f. 734). Nunca sabré decir exactamente, lo que ha sido esta Madre para mí. Lo que sí sé decir es que yo nunca acierto a separarme de ella (Exp. Esp., f. 540).
En la fiesta de Cristo Rey de 1926, me consagré por primera vez al Amor Misericordioso, como víctima de holocausto (Exp. Esp. f. 451).
Dios me llevaba por el camino de la mortificación, y penas interiores muy intensas, por causa del deseo inmenso de pertenecerle del todo y no poderlo realizar por las persecuciones religiosas de México: 1926 - 1931. Nuestro Señor me detuvo, cuánto me costó. Me marcaba el camino, y luego no me dejaba marchar.
Estos años de clausura en mi propia casa me fueron de grande utilidad, pues el buen Dios fue preparando mi alma a una vida intensa de contemplación, siendo la oración el anhelo más grande de mi alma.
Fue en el año 1929, el 5 de junio, cuando al fin, después de muchas penas interiores, pude ingresar; en Los Ángeles, California.
¡Cuán dolorosa fue mi partida!, la deseaba con ansias; siendo Dios quien llama, ¿se le puede decir que no?
No se puede negar que se siente el corazón partido al dejar seres tan amados.
Pero también es verdad que Dios llena todos esos huecos y cuando se va a encontrarse con el Amado del alma para realizar con él, los desposorios divinos, es una dulzura, una paz y una alegría espiritual, que sólo las almas que lo han experimentado lo pueden comprender.
Si yo ingresé a una Orden de clausura fue por el deseo inmenso de imitar, en la medida de mis fuerzas, a mi santita predilecta: santa Teresita del Niño Jesús.
Se deslizaron los días del postulantado en una alegría exuberante. La comunidad estaba muy pobre; yo pasé muchas hambres, eran sacrificios para comprar almas para el cielo.
Así transcurrió el tiempo de mi noviciado en Los Ángeles, California.
Mi primera profesión fue el día 12 de diciembre de 1930; no podía menos que, en ese día de mi Morenita amada. Ella me hizo una promesa, promesa formal y solemne que yo se la recuerdo, y le pido la cumpla.
«Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en éstos la gracia que necesiten; me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos con los que tuvieres alguna relación, y aunque sea tan solo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final...» (Estudios y meditaciones, f. 735).
En ese día, le prometí solemnemente que la haría amar del mundo entero, llevando a todos los países su sagrada y hermosísima imagen en su advocación de santa María de Guadalupe.
Se fue acercando el tiempo de los votos perpetuos: 1933, el 14 de ese diciembre fue nuestra consagración total, irrevocable, los desposorios divinos con un Dios que no desecha a sus criaturas. Qué día tan feliz, en medio de nuestras pobrezas, escasez, hambres.
Se consiguió un nuevo medio de sustento: lavado y planchado de ropa. Esto me fue confiado a mí, lo hice varios años. Jesús, mi amado Esposo, me ayudó a comprarle con esto muchas almas.
Mas de esto mismo, de no poder llevar una vida plenamente contemplativa, me ha nacido la idea de dedicar a los pobrecitos infieles, a los paganos, las horas que en el convento dedicamos al trabajo manual, para ganarnos la vida (Exp. Esp. f. 541).
Se fue haciendo este deseo más y más intenso, una verdadera obsesión. Trataba este negocio todos los días con Nuestro Señor en la oración, diciéndole manifestara su santísima voluntad.
El proyecto fundacional fue dilatado y sobre todo doloroso. Mi alma empezaba a dudar; era yo tan feliz en mi comunidad, mis hermanas y superiora todas me querían y el panorama que se me presentaba era aterrador.
Le decía a mi Jesús que manifestara su voluntad, ya que yo solamente eso quería hacer.
En medio de las dificultades que iban surgiendo a causa del proyecto fundacional, me seguí dedicando en cuerpo y alma a mis novicias, de las cuales era maestra. El panorama pacífico y tranquilo de mi convento me invadió, llenándome de paz.
Pasado un tiempo, mi superiora me dijo que la votación del consejo para que se hiciera la fundación había sido unánime. Gozo, alegría, pena, incertidumbre. Pero, al ver así manifiesta la voluntad santísima de Dios, pedí permiso a mi superiora para moverme en ese sentido. Así pues, una vez decidido el que se haría la fundación, pasado un tiempo, tuve que renunciar a mi cargo de Maestra de Novicias
Fuimos a Cuernavaca a recabar el permiso del Sr. obispo de las diócesis, entonces el señor Dr. Don Francisco González Arias, para exponerle los fines de la fundación proyectada. Al escuchar los deseos manifestados por mí de la fundación de una obra misionera, le gusto desde el primer momento. Quedando de enviar a la Santa Sede las Preces solicitando dicho permiso, el cual firmó el día 3 de diciembre de 1944.
¿Cómo se llevó a cabo esa... fundación? Una fundación hecha con los debidos permisos, no deseando en nada sino hacer la voluntad de Dios, hasta en la elección de las hermanas que quisieran acompañarme.
Mi cuñado, que tenía unos bonitos terrenos en la Privada de la Selva, me ofreció darme el que escogiera a mitad de precio (Estudios y meditaciones, f. 725).
Tenía que empezarse la construcción y no teníamos dinero... La Providencia se hacía esperar, probaba mi fe.
Transcurrían los días y los meses, y en ellos penas, alegrías, dudas, sobresaltos, envuelto todo en una gran confianza en Dios nuestro Señor y en un esperar todo de él.
El día 2 de agosto de 1945 se nos entregó el documento en que la Santa Sede aprobaba la fundación en Cuernavaca.
Me dijo mi superiora: «Ya tiene todo, ya puede salir a la fundación. Pero ¿a dónde?, ¿a qué casa?». No la teníamos. Había que orar, orar más y más y con inmensa confianza.
«Ya tienes una casa a tus órdenes en Cuernavaca, para cuando quieras irte» (me dijo Don José María, mi cuñado).
Era la primera casa que habitamos, llamada «Quinta Jesús-María» con un jardín muy hermoso. Las 5 hermanas que se iban a ir conmigo ya estaban también preparadas.
Se empezaron a adquirir los muebles indispensables como es un hermoso altar, de talla, todo en cedro, así como su sagrario y 6 columnas en las cuales se colocaban floreros.
La casa sólo tenía 5 cuartos; el mejor, a la entrada, lo dedicamos a la capilla, luciendo ya su altar de cedro, pero allí mismo, a un lado, la hermosísima imagen de mi Reina y Madre Santa María de Guadalupe.
La primera Misa se celebró el domingo 25 de agosto de 1945. El Santísimo se quedó expuesto durante todo el día en acción de gracias.
Dios tuvo compasión de su Obra, de esta Obra para la cual se había valido del instrumento más deleznable, más inepto, más incapaz. Pero era suya... la Obra.
Bastante se lo dije antes de iniciarla: «Señor, si no es tu voluntad santísima, yo no quiero hacer nada». Por esto ahora muchas veces le digo: «¡Tú tienes la culpa, para qué te valiste de lo peor que encontraste!»
A los años de paz, después de las guerras anteriores, se vino una floración de vocaciones, de días muy hermosos.
Las almas, las instituciones, tienen que pasar también por sus cuatro estaciones, aunque los inviernos, a las veces, nos hagan sangrar.
La Obra no es de esta miserable María Inés-Teresa, sino de Dios sólo, que ha usado este instrumento tan deleznable para que resplandezca a los ojos de todas las hijas la infinita bondad, el infinito amor y protección de Dios.
La vocación misionera fue siempre la mía, ya que, cuando Dios me hizo sentir el deseo de pertenecerle a él por entero, mi vocación fue ser misionera.
Por esto me encerré en el claustro, sabía que la oración y los sacrificios salvan más almas, que todo lo que sea acción, si esto va impregnado del espíritu de sacrificio, del deseo de no sobresalir, pero sí del deseo de llevar muchas almas a Cristo.
En una tarde tranquila de verano, el 22 de julio de 1981, Madre Ma. Inés T. Arias entregó su alma al Padre Eterno en un acto de amor.
"Permíteme, Señor, que desde tu gloria siga fecundizando la semilla que deposité en la tierra para tu mayor gloria, para que fructifique más y más en las manos de los que me han seguido en las tareas apostólicas".
"Yo seguiré viviendo en ellos hasta la consumación de los siglos y por lo mismo, mi trabajo no terminará hasta que se clausuren los siglos y empiece la eternidad".
El milagro para su beatificación
El niño Francisco Javier Carrillo Guzmán, de un año tres meses de edad, tras caer en una alberca, sufrió asfixia de casi ahogamiento y como consecuencia miocardiopatía hipóxico isquémica, encefalopatía hipóxica difusa y estenosis subglótica.
El accidente aconteció el día 17 de junio de 2001, en el rancho El Rocío, a varios kilómetros de la ciudad de Guadalajara. Habiendo realizado repetidos intentos de reanimación, el niño recibió los primeros auxilios médicos especializados después de hora y media aproximadamente del momento del accidente, internándolo en terapia intensiva pediátrica del hospital San Javier.
El pronóstico hasta los primeros seis días fue «reservado a su evolución», agravándose aún más, con una insuficiencia orgánica múltiple: falla hepática, pulmonar, hemática, y neurológica así como alteraciones hidroelectrolíticas. Había muy pocas esperanzas de vida y en caso de sobrevivir, la enfermedad dejaría secuelas neurológicas severas.
Ante tal acontecimiento, los familiares encomendaron a la intercesión de la sierva de Dios María Inés Teresa Arias, la curación total y sin secuelas del niño. El día 23 de junio, séptimo día del accidente, durante una Misa celebrada en el convento de las hermanas misioneras clarisas se oró con insistencia para obtener, por la intercesión de la Madre María Inés, lo que sólo un milagro podía conseguir: la salud total de Paquito. Ese mismo día por la tarde, inesperadamente, el niño empezó a mejorar (comenzó a respirar por sí mismo y a orinar).
Durante la segunda semana se recupera totalmente y el 9 de julio es dado de alta. Ulteriores exámenes clínicos y neurológicos han demostrado que el niño está totalmente sano y no muestra lesión alguna sea física que neurológica. Los médicos tratantes no encuentran explicación científica a la total recuperación del niño por lo que se atribuye a la intercesión de la sierva de Dios María Inés Teresa Arias.
ORACIÓN PARA PEDIR ALGUNA GRACIA O MILAGRO POR SU INTERCESIÓN
Señor Padre Santo,
que sostienes y guías a tu Iglesia,
glorifica a tu sierva fiel,
madre María Inés Teresa Arias,
fundadora de nuestra familia misionera,
ella vivió en sencillez y alegría
en contemplación y acción inflamada
por el ansia misionera de dilatar
el reino de Cristo
concédenos venerarla en los altares
para mejor imitar su caridad misionera,
y por su intercesión concédenos
la gracia que hoy te pedimos confiadamente.
Amén
(se hace la petición y se reza un padre nuestro y ave maría)
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