domingo, 3 de julio de 2016

I Macabeos 6


1 Mientras tanto, el rey Antíoco recorría las provincias de la meseta. Allí se enteró de que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, célebre por sus riquezas, su plata y su oro.
2 Ella tenía un templo muy rico, donde se guardaban armaduras de oro, corazas y armas dejadas allí por Alejandro, hijo de Filipo y rey de Macedonia, el primero que reinó sobre los griegos.
3 Antíoco se dirigió a esa ciudad para apoderarse de ella y saquearla, pero no lo consiguió, porque los habitantes de la ciudad, al conocer sus planes,
4 le opusieron resistencia. El tuvo que huir y se retiró de allí muy amargado para volver a Babilonia.
5 Cuando todavía estaba en Persia, le anunciaron que la expedición contra el país de Judá había fracasado.
6 Le comunicaron que Lisias había ido al frente de un poderoso ejército, pero había tenido que retroceder ante los judíos, y que estos habían acrecentado su poder, gracias a las armas y al cuantioso botín tomado a los ejércitos vencidos.
7 Además, habían destruido la Abominación que él había erigido sobre el altar de Jerusalén y habían rodeado el Santuario de altas murallas como antes, haciendo lo mismo con Betsur, que era una de las ciudades del rey.
8 Al oír tales noticias, el rey quedó consternado, presa de una violenta agitación, y cayó en cama enfermo de tristeza, porque las cosas no le habían salido como él deseaba.
9 Así pasó muchos días, sin poder librarse de su melancolía, hasta que sintió que se iba a morir.
10 Entonces hizo venir a todos sus amigos y les dijo: «No puedo conciliar el sueño y me siento desfallecer.
11 Yo me pregunto cómo he llegado al estado de aflicción y de amargura en que ahora me encuentro, yo que era generoso y amado mientras ejercía el poder.
12 Pero ahora caigo en la cuenta de los males que causé en Jerusalén, cuando robé los objetos de plata y oro que había allí y mandé exterminar sin motivo a los habitantes de Judá.
13 Reconozco que por eso me suceden todos estos males y muero de pesadumbre en tierra extranjera».
14 Luego, llamó a Filipo, uno de sus Amigos, y lo puso al frente de todo su reino.
15 Le entregó su diadema, su manto y su anillo, encargándole que dirigiera a su hijo Antíoco y lo educara para que fuera rey.
16 El rey Antíoco murió en aquel lugar, el año ciento cuarenta y nueve.
17 Cuando Lisias se enteró de la muerte del rey, puso en el trono a su hijo Antíoco, que él había educado desde niño, dándole el sobrenombre de Eupátor.
18 La gente de la Ciudadela tenía confinados a los israelitas alrededor del Santuario, y no perdía ocasión de hacerles mal y de apoyar a los paganos.
19 Judas resolvió acabar con ellos y convocó a todo el ejército para sitiarlos.
20 El año ciento cincuenta, se reunieron todos y sitiaron la Ciudadela, construyendo torres de asalto y empalizadas.
21 Pero varios de los sitiados rompieron el cerco y se les unieron algunos renegados de Israel,
22 que acudieron al rey para decirle: «¿Hasta cuándo vas a estar sin hacernos justicia y sin vengar a nuestros hermanos?
23 Nosotros aceptamos de buen grado servir a tu padre, cumplir sus órdenes y obedecer sus decretos.
24 Por eso, nuestros compatriotas han sitiado la Ciudadela y nos tratan como extraños. Más aún, han matado a los nuestros que caían en sus manos y han confiscado nuestros bienes.
25 Y no sólo han levantado su mano contra nosotros, sino que también sobre todos los países limítrofes,
26 Ahora mismo tienen sitiada la Ciudadela de Jerusalén para apoderarse de ella y han fortificado el Santuario y la ciudad de Betsur.
27 Si no te adelantas rápidamente, harán cosas mayores todavía y ya no podrás detenerlos».
28 El rey, al oír esto, se enfureció y convocó a todos sus Amigos, a los capitanes del ejército y a los comandantes de caballería.
29 Además, le llegaron tropas mercenarias de otros reinos y de las islas del mar.
30 El número de sus fuerzas era de cien mil soldados, veinte mil jinetes y treinta y dos elefantes adiestrados para la guerra.
31 Entraron por Idumea y acamparon cerca de Betsur, atacándola durante mucho tiempo con máquinas de guerra. Pero los sitiados, en una salida sorpresiva, se las quemaron y combatieron valerosamente.
32 Entonces Judas levantó el sitio de la Ciudades y acampó en Betzacaría, frente al campamento del rey.
33 A la mañana siguiente, el rey se levantó de madrugada y condujo apresuradamente al ejército por el camino de Betzacaría. Las tropas se dispusieron para el ataque y se tocaron las trompetas.
34 A los elefantes les mostraron mosto de uva y de moras para excitarlos al combate.
35 Los animales estaban repartidos entre los batallones. Al lado de cada elefante se alineaban mil hombres con cota de malla y cascos de bronce, además de quinientos jinetes escogidos.
36 Estos estaban pendientes de los movimientos del animal, de manera que adónde iba él, iban también ellos, sin apartarse de su lado.
37 Cada elefante llevaba encima, sujeta con cinchas, una sólida torre de madera que servía de defensa, y en cada una de ellas iban tres guerreros que combatían desde allí, además del conductor.
38 En cuanto al resto de la caballería, el rey la ubicó a un lado y a otro, sobre los flancos del ejército, con la misión de hostigar al enemigo y cubrir a los batallones.
39 Cuando el sol brilló sobre el oro y el bronce de los escudos, sus reflejos iluminaron las montañas que relucían como antorchas.
40 Una parte del ejército real se había alineado en lo alto de la montaña, y la otra en el valle. Todos avanzaban con paso seguro y en perfecto orden.
41 Los israelitas se estremecían al oír el rumor de aquella multitud, el ruido de su marcha y el estrépito de sus armas, porque era un ejército inmenso y poderoso.
42 Entonces Judas se adelantó con sus tropas para entrar en batalla, y cayeron seiscientos hombres del ejército real.
43 Mientras tanto, Eleazar, llamado Avarán, vio a un elefante pertrechado con una cota real, que sobresalía entre todos los demás, y pensó que en él iba el rey.
44 Entonces sacrificó su propia vida para salvar a su pueblo y adquirir una fama imperecedera.
45 Corrió resueltamente hacia él, al través del batallón, matando a derecha e izquierda. Así se abrió paso a un lado y a otro
46 y se deslizó por debajo del elefante, clavándole su espada. Al desplomarse por tierra el animal, cayó sobre él y lo mató.
47 Pero los judíos, al ver el poderío del rey y el empuje de sus tropas, emprendieron la retirada.
48 El ejército real subió a Jerusalén, al encuentro de los judíos, y el rey acampó frente a Judea y al monte Sión.
49 El hizo la paz con los habitantes de Betsur, que abandonaron la ciudad por carecer de víveres para resistir el asedio, ya que aquel era un año sabático para la tierra.
50 El rey ocupó Betsur y dejó allí una guarnición para su defensa.
51 Durante mucho tiempo estuvo sitiando el Santuario. Levantó contra él ballestas y torres de asalto, lanzallamas y catapultas, lanza flechas y hondas.
52 Los sitiados, por su parte, construyeron armas similares para el contraataque, y así resistieron mucho tiempo.
53 Pero, al fin, se agotaron los víveres almacenados, porque era el séptimo año y, además, porque los refugiados en Judea, provenientes de las naciones, habían consumido las últimas reservas.
54 Así no quedaron en el Santuario más que unos pocos hombres, porque se hacía sentir el hambre. Los demás se dispersaron, cada uno por su lado.
55 Mientras tanto, Lisias se enteró de que Filipo –a quien el rey Antíoco había encargado antes de morir que educara a su hijo Antíoco, para que fuera rey –
56 había vuelto de Persia y de Media con las tropas que acompañaron al rey, y trataba de tomar el poder.
57 Por eso pensó que era necesario partir en seguida y dijo al rey, a los capitanes del ejército y a los soldados: «Cada día estamos peor y escasean los víveres; el lugar que asediamos está bien fortificado y nos urgen los asuntos del reino.
58 Tendamos la mano a estos hombres, y hagamos la paz con ellos y con toda su nación.
59 Dejemos que vivan según sus costumbres tradicionales, ya que se han irritado y han hecho todas estas cosas, porque nosotros hemos tratado de abolirlas».
60 El rey y los capitanes aprobaron la propuesta, y el rey mandó ofrecer la paz a los sitiados. Estos la aceptaron,
61 y el rey y los capitanes se comprometieron con un juramento.
62 Con esta garantía salieron de la fortaleza y el rey subió al monte Sión. Pero al ver las fortificaciones de aquel lugar, violó el juramento que había hecho y ordenó destruir la muralla que lo rodeaba.
63 Luego partió rápidamente y volvió a Antioquía, donde encontró a Filipo dueño ya de la ciudad: lo atacó y ocupó la ciudad por la fuerza.

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