miércoles, 31 de mayo de 2017

01 de Junio - Iñigo de Oña

Iñigo de Oña, Santo
Abad, 01 de Junio

Martirologio Romano: En el monasterio de Oña, en el territorio de Burgos, de la región de Castilla, en Hispania, san Enecón (o Iñigo), abad, varón pacífico, cuya muerte fue llorada también por judíos y musulmanes (c. 1060). 
Etimológicamente: Iñigo = Ignacio = Aquel que es ardiente, es de origen latino.

San Iñigo, decoroso ornamento de la Orden de San Benito, nació en Calatayud, ciudad antiquísima y muy noble de la corona de Aragón. 
Sus padres fueron mozárabes, esto es, cristianos mezclados con los árabes, los cuales dieron a Iñigo una educación conforme a las piadosas máximas del Evangelio. Llegado el ilustre joven a edad competente, dejó su patria, sus padres y sus cuantiosos bienes, y se retiró a los montes Pirineos, donde pasó algún tiempo en la contemplación de las grandezas divinas; mas llegando a su noticia la santidad de los monjes que vivían en el célebre monasterio de san Juan de la Peña, establecido en lo alto de las montañas de Jaca, resolvió abrazar la regla de san Benito. Hecha ya su solemne profesión, cuando era amado y venerado de todos los monjes por sus eminentes virtudes, alcanzó licencia del esclarecido abad, llamado Paterno, para retirarse a un espantoso desierto de las montañas de Aragón, donde resucitó con sus austeridades las imágenes de penitencia que se leen de los solitarios de la Tebaida, de la Nitria y de la Siria; y donde atraía a gran número de gentes que aprovechaban sus saludables instrucciones. Mas habiendo fallecido por este tiempo el primer abad del monasterio de Oña, llamado García, y deseando el rey Sancho nombrar un digno sucesor del difunto, envió tres veces embajadores al santo para que aceptase aquel cargo y aun pasó el mismo rey personalmente al desierto y logró al fin rendirle y traerlo consigo a aquel monasterio. En su gobierno practicó con gran eminencia todas las virtudes del más perfecto prelado, a los pobres oprimidos pagaba sus créditos, les buscaba para mantenerlos y vestirlos, libró a muchos presos de las cárceles, redimió cautivos y obró esclarecidos milagros. Cuando le acometió su última enfermedad en un pueblo llamado Solduengo y tomó al anochecer el camino para Oña a fin de consolar a sus hijos, se le aparecieron dos ángeles en figura de dos hermosísimos niños vestidos de blanco con sus hachas encendidas, los cuales le acompañaron hasta el monasterio. Era el 1 de junio de 1057. En la hora de su muerte se llenó el ámbito de su celda de un resplandor celestial y se oyó una voz que dijo: Ven, alma dichosa, a gozar de la bienaventuranza de tu Señor. Se celebró con gran pompa sus funerales, y no sólo los cristianos, sino también los judíos y los moros concurrieron a sus exequias y rasgaron sus vestiduras con grandes muestras de sentimiento. Fue canonizado por el Papa Alejandro IV el año 1259.

Diez preguntas para matrimonios


Un Matrimonio de éxito es una relación de tomar y dar, ¡en la que cada parte da noventa por ciento y solo toma diez por ciento!
Aquí tiene diez preguntas para que se haga a fin de comprobar su capacidad de dar y recibir:
1. ¿Está dispuesto a guardar silencio cuando su cónyuge necesita un momento de quietud?
2. ¿Es capaz de aceptar un reproche y quedarse tranquilo sin protestar?
3. ¿Está dispuesto a darle el beneficio de la duda a su cónyuge?
4. ¿Está dispuesto a hacerse cargo de una tarea extra cuando su cónyuge está estresado?
5. ¿Está dispuesto a dar una palabra espontánea de ánimo?
6. ¿Está dispuesto a dedicarle tiempo a su cónyuge, a solas y sin interrupción?
7. ¿Está dispuesto a responderle a su cónyuge con cortesía por favor y gracias?
8. ¿Está dispuesto a tomarse un tiempo para que los ánimos se enfríen cuando la discusión parece caldearse?
9. ¿Está dispuesto a dar un cumplido?
10. ¿Está dispuesto a aceptar la crítica?
Qué tanto estoy dispuesto a dar, pero cuánto puedo recibir, y no me refiere solo a lo bueno, me refiere a esas críticas, discusiones, peleas, enojos, etc.… que se dan en toda relación. ¿Estoy dispuesto a escuchar y analizar si estoy en error, o solo puedo ver los “errores” de mi cónyuge?
Se necesita mucho valor y amor para con esa persona, el poder pedir perdón y tratar de arreglar las situaciones difíciles.
Cuando una pareja decide casarse, casi todo es maravilloso, como estar en las nubes, hasta que comienza la convivencia es donde se pone a prueba el verdadero amor en ambos.
Cuando usted puede responder estas preguntas, se da cuenta de sus flaquezas y fortalezas como pareja.
Entonces, qué tan dispuesto está en mejorar esas flaquezas para poder disfrutar una vida en pareja sana y feliz.
Soportándose unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Colosenses 3:13

Punto final...


Cerca de nosotros...


Evangelio del Jueves 01 de Junio

Día Litúrgico: Jueves VII (A) de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. 
»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».

«Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí»

Comentario: P. Joaquim PETIT Llimona, L.C. (Barcelona, España)

Hoy, encontramos en el Evangelio un sólido fundamento para la confianza: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí» (Jn 17,20). Es el Corazón de Jesús que, en la intimidad con los suyos, les abre los tesoros inagotables de su Amor. Quiere afianzar sus corazones apesadumbrados por el aire de despedida que tienen las palabras y gestos del Maestro durante la Última Cena. Es la oración indefectible de Jesús que sube al Padre pidiendo por ellos. ¡Cuánta seguridad y fortaleza encontrarán después en esta oración a lo largo de su misión apostólica! En medio de todas las dificultades y peligros que tuvieron que afrontar, esa oración les acompañará y será la fuente en la que encontrarán la fuerza y arrojo para dar testimonio de su fe con la entrega de la propia vida.
La contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús por los suyos, tiene que llegar también a nuestras vidas: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí». Esas palabras atraviesan los siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de los creyentes.
En el recuerdo de la última visita de Juan Pablo II a España, encontramos en las palabras del Papa el eco de esa oración de Jesús por los suyos: «Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón —dijo el Pontífice ante más de un millón de personas—. El recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda». Y ya no tan cercano, otro Papa hacía una exhortación que nos llega al corazón después de muchos siglos: «No hay ningún enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no le ayude la oración de Cristo. Ya que si ésta fue de provecho para los que se ensañaron con Él, ¿cuánto más lo será para los que se convierten a Él?» (San León Magno).

martes, 30 de mayo de 2017

Éxito 02


31 de Mayo - Mariano de Roccacasale

Mariano de Roccacasale, Beato
Religioso Franciscano, 31 de Mayo

Martirologio Romano: En el pueblo de Bellegra, en los alrededores de Roma, Italia, beato Mariano de Roccacasale, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, que, cumpliendo el oficio de portero, abrió la puerta del convento a los pobres y a los peregrinos, a quienes con suma caridad atendía en todo. (1866)
Fecha de beatificación: 3 de octubre de 1999 por el Papa Juan Pablo II.

Nació el 14 de junio de 1778 en Roccacasale, pueblo de la provincia de L’Aquila (Italia). En su bautismo recibió el nombre de Domingo. Sus padres, Gabriel De Nicolantonio y Santa De Arcángelo, agricultores y pastores, profundamente creyentes, educaron a sus hijos en los valores cristianos. Domingo fue precisamente el que se quedó con sus padres, después de que los demás se casaron. Le tocó cuidar el rebaño. La soledad de los campos y majadas formó el temperamento del joven Domingo para la reflexión y el silencio, haciendo resonar en él la voz del Señor: comprendió que el mundo no era para él. Tenía entonces veintitrés años. No podía resistir a esta fuerza interior. Y decidió dedicarse con más radicalidad al seguimiento de Cristo.
El 2 de septiembre de 1802 vistió el sayal franciscano en el convento de Arisquia y tomó el nombre de fray Mariano de Roccacasale. Terminado el año de noviciado se consagró definitivamente a Cristo con la profesión de los votos. Permaneció en ese convento doce años.
Su vida se puede resumir en dos palabras: oración y trabajo; eran como dos cuerdas en las que vibraba su existencia. Cumplía escrupulosamente los múltiples encargos que se le confiaban: carpintero hábil y valioso, hortelano, cocinero y portero.
Pero su aspiración a la santidad no encontraba en Arisquia el ambiente favorable, no por culpa de los compañeros o de los superiores, sino porque aquella época no era propicia para la vida religiosa y los conventos.
En 1814, tras el regreso del Papa a Roma, la vida conventual pudo rehacerse lentamente en medio de dificultades sin número. Hicieron falta varios años para que todos los religiosos regresaran a sus conventos, y la vida de oración y de apostolado volviera a florecer con regularidad en los claustros.
En ese momento llegó a los oídos de fray Mariano el nombre del Retiro de San Francisco en Bellegra. La fama de la vida regular y austera que desde hacía tiempo se había instaurado en ese convento por obra de santos religiosos ya corría por los alrededores. Fray Mariano acogió aquella voz como una invitación del Señor. Los superiores aceptaron su petición de dirigirse a Bellegra en peregrinación. Así fray Mariano dejó el convento de Arisquia por el Retiro de Bellegra. Tenía treinta y siete años.
Poco tiempo después, recibió del superior el encargo de la portería, oficio que desempeñó durante más de cuarenta años y que se convirtió en su medio de santidad. Abrió la puerta a muchos pobres, peregrinos y viandantes, y convirtió muchos corazones, cerrados hasta entonces a la gracia divina. Para todos tenía una sonrisa, que acompañaba siempre con el saludo franciscano: « ¡Paz y bien!»; les besaba los pies, los instruía en las verdades de la fe y rezaba con ellos tres avemarías; después se ocupaba del cuerpo: les lavaba los pies; si hacía frío, les encendía el fuego y les distribuía la sopa, mientras les daba consejos. Jamás se lamentaba del trabajo ni daba signos de cansancio; siempre sereno, afable, sonriente. La fuente de tanta virtud era, sin duda, la oración. Todo el tiempo que le quedaba libre de sus ocupaciones lo dedicaba a la adoración eucarística y a la participación en la misa. Era también muy devoto de la pasión del Señor.
Falleció el 31 de mayo de 1866, jueves del «Corpus Christi».

Cómo distinguir un ataque de pánico de un ataque al corazón


Un ataque de ansiedad (pánico) y un ataque al corazón tienen síntomas similares: dolor fuerte en el pecho, sudoración, picazón, problemas de respiración, náuseas. El hecho de que un ataque al corazón pueda provocar pánico todavía lo vuelve más confuso. Sin embargo, a pesar de los síntomas similares, se puede distinguir una cosa de la otra. 

Cómo reconocer un ataque cardíaco
  • Quienes han sufrido un ataque al corazón, describen el dolor como opresivo.
  • Por lo general, aparece en medio del pecho y se puede sentir en el brazo izquierdo y en la espalda.
  • El dolor también puede irradiar al cuello, muelas y mandíbula.
  • La intensidad del dolor puede variar.
  • Este estado dura por más de 5 minutos y no afecta la respiración.
  • La sensación de picazón muchas veces solo se siente en el brazo izquierdo. También se pueden presentar sudoración fría y pegajosa, náuseas e incluso vómito.
  • Las personas sienten miedo, el cual está enfocado en el dolor opresivo en el pecho y la posibilidad de morir por un paro cardíaco.
  • Por lo general, las personas no presentan una respiración agitada, menos los casos cuando el ataque al corazón provoca ataques de ansiedad.
Si tienes estos síntomas desde hace 5 minutos, ¡llama una ambulancia! Si no puedes hacerlo, pídele a alguien que te lleve a urgencias. 

Cómo reconocer un ataque de ansiedad
A pesar de la creencia popular, el ataque de ansiedad puede aparecer en las situaciones más comunes.
  • Los síntomas de un ataque de ansiedad, por lo general, llegan a su culminación al cabo de 10 minutos.
  • El dolor se localiza en el área del pecho y viene en oleadas: aparece y se va.
  • El entumecimiento y la sensación punzante que se presentan a veces durante un ataque de ansiedad, no se limitan con el brazo izquierdo, también se pueden sentir en el brazo derecho, en las piernas y en los dedos.
  • En caso de un ataque de ansiedad, las personas sienten miedos irracionales, por ejemplo, el miedo a ahogarse o volverse loco.
Si no puedes entender si tienes un ataque al corazón o de ansiedad, acude de inmediato al médico. En cualquier caso, esperar no es la mejor opción en ambas situaciones. Si resulta que estás teniendo un ataque al corazón, no pedir ayuda médica puede terminar en la muerte. En caso de un ataque de ansiedad, no tener tratamiento puede agravar el problema y aumentar la frecuencia de los ataques. 
Una consulta médica a tiempo te ayudará a mejorar la calidad y la duración de tu vida.

Hacia nuestra propia Ascensión


¿Cómo está Cristo con nosotros, en nuestra tierra?
Cristo está presente. Cristo está aquí, en la tierra, con nosotros, y ya no nos abandonará jamás. Está presente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía. Está presente en la comunidad cristiana. Está presente en nuestro corazón que es un templo de Cristo y del Dios Trino
La Ascensión del Señor, nos quiere revelar algo más que su presencia invisible en medio de nosotros. Nos revela cómo se va a acabar nuestro destino, nuestra vida terrenal. Creo que ésta es una pregunta que nos inquieta a todos. Y la fiesta de la Ascensión del Señor nos da la respuesta: nuestro final será una ascensión.
Algún día nos encontraremos en el cielo, lo mismo que ahora estamos reunidos en la tierra. Nuestra presencia en cada misa dominical, no hace más que prefigurar, anunciar y preparar esa gran asamblea final en torno al Señor. Al final de la misa la vida nos dispersará; pero será solo algo transitorio, hasta que llegue la hora de nuestra ascensión final.
Todo es transitorio: alegrías, tristezas, bienes…
Porque todo lo que pasa aquí abajo en esta tierra es transitorio. Cuántas veces nos desanimamos por cualquier contrariedad, cualquier sufrimiento y cruz, diciendo: no es posible que Dios exista y permita estas cosas; no es posible que Dios dirija nuestra vida y que la transforme de esta manera. Sí, es verdad que las cosas no nos resultan siempre fáciles. Pero esperemos, tengamos paciencia, no juzguemos hasta haber visto el final. Porque sabemos ya por experiencia que después de la Pasión y del Calvario viene siempre la Resurrección y la Ascensión.
Por eso, toda tristeza es transitoria. Somos desgraciados, pero solamente por un tiempo breve.
¿Por qué recé y no me escuchó Dios? Porque Dios se reserva el derecho de darme muchas cosas y mucho mejores que las que yo me atreví a pedirle. ¿Por qué sigo enfermo, sin fuerzas? Porque pronto quedaré curado para siempre. ¿Por qué tengo que lamentar la muerte de una persona querida?
¿O por qué la vida me separa de los únicos con quienes me gusta vivir? Porque pronto me encontraré reunido para siempre.
También la alegría, toda alegría de este mundo, es pasajera. Los hijos saben que no pueden tener siempre consigo a sus padres. Los padres saben también que no guardarán para siempre a sus pequeños. Y lo mismo la mujer a su marido, el marido a su mujer, y así todas las personas que se aman. No existe más que un solo lugar definitivo en el que nos juntaremos para siempre, y este sitio no está aquí abajo en esta tierra.
Lo mismo con nuestros bienes: No podemos llevarlos con nosotros: los perderemos todos. Algún día, nuestras manos se abrirán para entregarlos todo. Hoy todavía estamos a tiempo de abrirlas para ofrecerlos libremente. Porque todo lo que no ofrezcamos a Dios, lo vamos a perder.
Llevar el mundo a Dios. En todas las Misas, ofrecemos un poco de pan, un poco de vino – en representación de nosotros mismos, de nuestras vidas, de nuestros trabajos, de nuestros bienes. Y el sacerdote tomará todo esto y luego lo consagrará llevándolo al mundo de Dios.

· Así en cada una de nuestras Misas, un poco de nuestro mundo pasa a formar parte del mundo del otro mundo.
· En cada una de las Misas, tiene lugar la ascensión de un poco de tierra al cielo.
· En cada una de las Misas, los cristianos, estamos invitados a elevarnos, a separarnos un poco de la tierra, a dar un paso hacia el mundo de Dios. NS

Fiesta de la Ascensión, verdadera esperanza


Los niños de hoy están acostumbrados a oír de los viajes espaciales, a naves que viajan a velocidades que escapan a la imaginación y que tocan países insospechados con otras costumbres y otras formas de vida. Por eso podrían quedarse con la impresión de que Cristo en su Ascensión a los cielos, se hubiera adelantado al tiempo, subiendo en su propia nave hasta desplazarse hasta el mismísimo cielo. Tenemos que decir entonces de entrada que el cielo y el espacio de las estrellas, los astros, los asteroides y los cometas, un mundo vastísimo, es otro totalmente distinto del que nos presentan los evangelistas que afirman que Cristo subió al cielo, donde “Dios habita en una luz inaccesible” (1 Tim 6.16), lo cual quiere decir que nosotros mismos estaremos invitados a subir con Cristo pero no precisamente a un espacio o a un lugar sino a una situación nueva si vivimos en el amor y en la gracia de Dios.
La fiesta de la Ascensión del Señor es entonces la fiesta de la Verdadera esperanza para los cristianos y en general para todos los hombres, pues cuando Cristo envía a sus apóstoles al mundo, quiere hacer que su mensaje llegue precisamente a todos los hombres, rotas ya las barreras y todas las fronteras, hasta hacer de la humanidad una sola familia salvada por la Sangre de Cristo. Cristo no sube solo, somos parte suya, y por lo tanto, algo nuestro ya está en la casa el Padre, esperando la vuelta de todos para sentarnos con Cristo a ese banquete que se ofrece a todos los que fueron dignos de entrar al Reino de los cielos.
La fiesta en cuestión comenzó a celebrarse hasta el siglo VI pues los siglos anteriores se consideraba como una sola festividad tanto la Resurrección de Cristo como su misma Ascensión, pero se pensó en celebrar ésta última como la plena glorificación de Cristo, su exaltación a los cielos, el sentarse a la diestra de Dios Padre, su constitución como Juez y Señor de vivos y muertos y por lo tanto con poder para enviar a su Iglesia al mundo a hacerlo presente en sus sacramentos, en su Eucaristía, descubriéndole en los pobres y los marginados del mundo, comprometiéndose seriamente con ellos como Él lo hizo con cada uno de los actos de su vida, pero sobre todo con su muerte en lo alto de la cruz.
La Ascensión tiene lugar en Galilea, donde Jesús comenzó su ministerio público pero no fue tanto un dato meramente geográfico, sino para hacerles entender a sus apóstoles que Jerusalén ya no era el centro de religiosidad y de culto, sino que desde ahora Él se constituía en Aquél por el que se podía tener libre acceso al Padre. Galilea sería como un símbolo de una humanidad que vive una nueva esperanza y una nueva acogida por el Buen Padre Dios, invitándonos a romper toda esclavitud, pues Él ya no quiere más sirvientes sino hijos.
Cristo tuvo mucho cuidado antes de su subida de darles poder a sus Apóstoles para hacerlo presente en el mundo, pero también afirmó, y con un verbo en presente que Él estaría con ellos siempre, hasta el fin de los tiempos. Esa es la gran alegría de los cristianos, poder unirse desde ahora al Salvador sin tener que esperar hasta el momento final, y hacerlo como discípulos del único Maestro, que quiere a la humanidad unida en su Amor. ARM

Gustos y valores...


Evangelio del Miércoles 31 de Mayo

Día Litúrgico: Miércoles VII (A) de Pascua

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

«Saltó de gozo el niño en mi seno»

Comentario: Mons. F. Xavier CIURANETA i Aymí Obispo Emérito de Lleida (Lleida, España)

Hoy contemplamos el hecho de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Tan pronto como le ha sido comunicado que ha sido escogida por Dios Padre para ser la Madre del Hijo de Dios y que su prima Isabel ha recibido también el don de la maternidad, marcha decididamente hacia la montaña para felicitar a su prima, para compartir con ella el gozo de haber sido agraciadas con el don de la maternidad y para servirla.
El saludo de la Madre de Dios provoca que el niño, que Isabel lleva en su seno, salte de entusiasmo dentro de las entrañas de su madre. La Madre de Dios, que lleva a Jesús en su seno, es causa de alegría. La maternidad es un don de Dios que genera alegría. Las familias se alegran cuando hay un anuncio de una nueva vida. El nacimiento de Cristo produce ciertamente «una gran alegría» (Lc 2,10).
A pesar de todo, hoy día, la maternidad no es valorada debidamente. Frecuentemente se le anteponen otros intereses superficiales, que son manifestación de comodidad y de egoísmo. Las posibles renuncias que comporta el amor paternal y maternal, asustan a muchos matrimonios que, quizá por los medios que han recibido de Dios, debieran ser más generosos y decir “sí” más responsablemente a nuevas vidas. Muchas familias dejan de ser “santuarios de la vida”. El Papa San Juan Pablo II constata que la anticoncepción y el aborto «tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».
Isabel, durante cinco meses, no salía de casa, y pensaba: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor» (Lc 1,25). Y María decía: «Engrandece mi alma al Señor (...) porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). La Virgen María e Isabel valoran y agradecen la obra de Dios en ellas: ¡la maternidad! Es necesario que los católicos reencuentren el significado de la vida como un don sagrado de Dios a los seres humanos.

lunes, 29 de mayo de 2017

Por eso les digo...


Para descubrir...


Excelente clima...


30 de Mayo - Marta Wiecka

Marta Wiecka, Beata
Religiosa, Hija de la Caridad, 30 de Mayo

Martirologio Romano: En Sniatyn, en el Ivano-Frankivsk (Ucrania), beata Marta María Wiecka, virgen. († 1904) 
Fecha de beatificación: 24 de mayo de 2008, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI en Aviv, Ucrania, dejando en herencia un “Himno a la Vida” que nos motiva a amar la vida humana y defenderla.

Sor Martha Ana nació el 12 de enero de 1874 en Nowy Wiec, al noroeste de Polonia. La familia Wiecka era de una fe profunda y un arraigado patriotismo. Con otras muchas familias constituyeron la base de la oposición ante la invasión germánica. A la edad de dos años una grave enfermedad tuvo a Marta a las puertas de la muerte. La mejoría radical sucedió tras una oración intensa a la Virgen. Este acontecimiento dejó una gran huella en su vida que se tradujo en relación cercana y filial con la Santísima Virgen.
En el año de 1892 entró en la Compañía de las Hijas de la Caridad en la Provincia de Cracovia. Después del postulantado y noviciado fue enviada al Hospital de Leopoli, un gran hospital donde trabajaban 50 Hermanas. Sor Marta tuvo aquí la oportunidad de hacer fuertes aquellas actitudes que hacen de una enfermera una maestra en humanidad, una mensajera de la fe. Un año después la vemos en el Hospital de Podhajce, pequeña ciudad de 6 000 habitantes donde, al trabajo con los enfermos, se añadía el de los obreros desocupados que venían a buscar un poco de comida. Fue aquí donde emitió los primeros votos ratificando su entrega total a Dios para servirle en los más pobres.
Después de 5 años de trabajo en Podhajce pasó a un hospital en Bosnia. En este lugar sufrió la prueba de la calumnia. Durante este tiempo permaneció atada a la cruz, fuerte en su inocencia. Un día, durante la oración le pareció ver la Cruz de la que surgían rayos y escuchó una voz: “Hija, soporta todas las calumnias y acusaciones. Dentro de poco te llevaré conmigo”. En el año de 1902 fue destinada Sor Marta a Snityn.
Sor Marta amaba mucho su vocación e irradiaba alegría y satisfacción en su entrega a los pobres. Siempre tenía una sonrisa sincera en su rostro, sabía establecer empatía con sus pacientes a los que aliviaba de sus sufrimientos físicos y morales. De forma discreta y callada les ayudaba en la preparación para la confesión, les instruía sobre la doctrina de la fe, les ayudaba a ver sus problemas en coherencia con una visión cristiana de la vida.
Sor Marta tenía encomendada la sección de infecciosos y el peligro de contagio era continuo. En el cuarto de aislados había muerto una mujer de un tifus maligno, era necesario proceder a una cuidadosa desinfección. La tarea fue confiada a un empleado del hospital. Sor Marta tomó la determinación de ser ella quien hiciera ese trabajo. Unos días después se empezaron a notar los síntomas del contagio. Sor Marta murió serena y confiada en las manos de Dios Padre el 30 de mayo de 1904.
Las Hijas de la caridad salieron del Hospital de Snytin en 1920 pero los fieles del lugar cuidan y veneran la tumba de Sor Marta. La gente peregrina hacia ella y sostiene que ha sido escuchada y consolada por su intercesión en asuntos muy difíciles. Flores frescas, pañuelos ucranianos colgados en los brazos de la cruz y muchísimas velas encendidas son las características de la tumba de Sor Marta Ana.
Los devotos solicitaron insistentemente que se iniciase el proceso de su canonización que fue posible por los numerosos testimonios recogidos sobre las gracias obtenidas por la intercesión de sor Marta. El 20 de diciembre de 2004, el Papa Juan Pablo II promulgó el decreto sobre la heroicidad de sus virtudes y el 6 de junio de 2007 el Papa Benedicto XVI autorizó su beatificación.
La vida de Sor Marta fue corta, sólo 30 años fueron suficientes para alcanzar la santidad. Fue una auténtica Hija de la Caridad. Su entrega total al Señor y a los pobres fue testimonio atrayente para quienes vivían junto a ella. Sirvió a Jesucristo en los enfermos, con el estilo vicenciano de la humildad, la sencillez y la caridad.

¿Después de la Ascensión, qué?


Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que anuncie la Buena Nueva. Ahora nos toca a nosotros, sus discípulos, hacerlo. Los Sacerdotes predicando (sobre todo) con la palabra, los laicos predicando (sobre todo) con el ejemplo, los padres de familia predicando con la palabra y el ejemplo.
Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que compadezca a los pobres y lo enfermos. Ahora nos toca a nosotros.
Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que multiplique los panes y los pescados para alimentar a las multitudes. Esa es ahora nuestra tarea, multiplicando nuestros esfuerzos para dar de comer sino a las multitudes, por lo menos a los pobres que podamos.
Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que cuide a sus ovejas. Ahora nosotros tenemos que velar por ellas, especialmente por aquellas (el cónyuge, los hijos, los hermanos, los trabajadores) que Dios nos ha encomendado a cada uno.
Después de la Ascensión a nosotros nos toca ser la voz de Jesús para alentar y consolar. Sus manos para tenderlas a todo el que necesite ayuda. Sus pies para llevarlo a donde no lo conocen.
Después de la Ascensión: ¡No podemos quedarnos mirando al Cielo! KA

Eucaristía y muerte


En dos sentidos quiero enfocar mi reflexión: primero, la Eucaristía es prenda de inmortalidad; y segundo, en cada Eucaristía yo debo también morir con Cristo a mis tendencias malas para resucitar con Él a una vida nueva.

Primero, la Eucaristía es prenda de inmortalidad.
Nadie quiere morir. Todos queremos vivir. Por eso el hombre huye de la muerte. Es un instinto que tenemos.
La historia del hombre está definida y determinada por un comienzo y un fin. Lo mismo que el mundo, el hombre se comprende si examinamos su origen y su fin. Esta peregrinación debe tener un sentido que sólo se alcanza a la luz de la fe. “Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre” (Gaudium et spes, 49).
La muerte no admite excepciones: todos hemos de morir, pues todos nacimos manchados con el pecado original, autor de la muerte, como nos dice la carta a los Romanos 5, 12. Y un día nos tocará a nosotros, pues “lo mismo muere el justo y el impío, el bueno y el malo, el limpio y el sucio, el que ofrece sacrificios y el que no. La misma muerte corre para el bueno que para el que peca. El que jura, lo mismo que el que teme el juramento. De igual modo se reducen a pavesas y a cenizas hombres y animales” (San Jerónimo, Epístola 39). Todo acabará: cada cosa a su hora.
Pero el hombre se resiste a morir. No quiere morir. A este deseo profundo de vivir siempre y eternamente ha venido a dar respuesta la Eucaristía. Cristo nos dijo: “El que coma mi carne vivirá para siempre y no morirá”.
La Eucaristía es prenda de inmortalidad. Quien comulga aquí en la tierra está ya alimentándose con el germen de la vida eterna. Su alma, que ya desde su creación Dios hizo inmortal, con la comunión se hace más transparente, más limpia, más fuerte, más brillante, para gozar de la eternidad de Dios cuando se tenga que separar del cuerpo con la muerte temporal.

Segundo, en cada Eucaristía yo tengo que morir a mí mismo.
Cristo instituyó la Eucaristía la víspera de su muerte, en la noche en que se entregó. Por eso, a la santa Misa se le llama con toda propiedad Santo Sacrificio, porque ahí Cristo renueva su sacrificio en la cruz, aunque de manera incruenta. Cristo vuelve a morir por la humanidad.
Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte del Señor hasta que él vuelva, nos dice san Pablo en 1 Corintios 11, 26.
Muerte mística de Cristo. En cuántas iglesias podemos percibir esta realidad. Ese altar es una tumba que encierra huesos de mártires. Encima preside una cruz, alumbrada con una lámpara, como en las tumbas. Envuelve la Santa Hostia el Corporal, nuevo sudario. Cuántas casullas que el sacerdote se pone al celebrar la santa Misa tienen por delante y por atrás el signo de la cruz, símbolo de la muerte. Todo nos recuerda a ese Cordero inmolado por nuestros pecados y para nuestra salvación.
Y en la comunión consumimos ese sacrificio de Cristo, y con su muerte Él nos da su vida divina.

¿Por qué quiso Cristo establecer una relación tan íntima entre el sacramento de la Eucaristía y su muerte? 
Primero, para recordarnos el precio que le costó su sacramento. La Eucaristía es el fruto de la muerte de Jesús. La Eucaristía es un testamento, un legado, que sólo tiene efecto por la muerte del testador. Jesús necesitó morir para convalidar su testamento.
Segundo, para volvernos a decir incesantemente cuáles deben ser los efectos de la Eucaristía en nosotros. En primer lugar, nos debe hacernos morir al pecado y a las inclinaciones viciosas; en segundo lugar, morir al mundo, crucificándonos con Jesús y exclamando con san Pablo: “Para mí el mundo está crucificado y yo para el mundo”. Finalmente, morir a nosotros mismos, a nuestros gustos, deseos y sentidos, para revestirnos de Jesús de tal forma que Él viva en nosotros y que nosotros seamos apenas sus miembros, dóciles a su Voluntad.
En tercer lugar, Cristo quiso establecer una relación íntima entre la Eucaristía y su muerte para hacernos partícipes de su resurrección gloriosa. Cristo mismo como que “se siembra Él mismo” en nosotros con la comunión. Al Espíritu Santo cabe reanimar ese germen y darnos nuevamente la vida, Vida gloriosa que nunca tendrá fin.
Aquí están algunas de las razones que llevaron a Cristo a envolver en insignias de muerte este sacramento de la Eucaristía, sacramento de Vida verdadera, sacramento donde reina glorioso y triunfa su amor.
Cristo quiso ponernos incesantemente sobre los ojos cuánto le costamos y cuánto debemos hacer para corresponder a su amor.
Terminemos diciendo con toda la Iglesia:
“Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el Memorial de tu Pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu Redención. Amén”. AR

Evangelio del Martes 30 de Mayo

Día Litúrgico: Martes VII (A) de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 17,1-11a): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. 
»Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. 
»Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti».

«Padre, ha llegado la hora»

Comentario: Rev. D. Pere OLIVA i March (Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio de san Juan —que hace días estamos leyendo— comienza hablándonos de la “hora”: «Padre, ha llegado la hora» (Jn 17,1). El momento culminante, la glorificación de todas las cosas, la donación máxima de Cristo que se entrega por todos... “La hora” es todavía una realidad escondida a los hombres; se revelará a medida que la trama de la vida de Jesús nos abra la perspectiva de la cruz.
¿Ha llegado la hora? ¿La hora de qué? Pues ha llegado la hora en que los hombres conozcamos el nombre de Dios, o sea, su acción, la manera de dirigirse a la Humanidad, la manera de hablarnos en el Hijo, en Cristo que ama.
Los hombres y las mujeres de hoy, conociendo a Dios por Jesús («las palabras que tú me diste se las he dado a ellos»: Jn 17,8), llegamos a ser testigos de la vida, de la vida divina que se desarrolla en nosotros por el sacramento bautismal. En Él vivimos, nos movemos y somos; en Él encontramos palabras que alimentan y que nos hacen crecer; en Él descubrimos qué quiere Dios de nosotros: la plenitud, la realización humana, una existencia que no vive de vanagloria personal sino de una actitud existencial que se apoya en Dios mismo y en su gloria. Como nos recuerda san Ireneo, «la gloria de Dios es que el hombre viva». ¡Alabemos a Dios y su gloria para que la persona humana llegue a su plenitud!
Estamos marcados por el Evangelio de Jesucristo; trabajamos para la gloria de Dios, tarea que se traduce en un mayor servicio a la vida de los hombres y mujeres de hoy. Esto quiere decir: trabajar por la verdadera comunicación humana, la felicidad verdadera de la persona, fomentar el gozo de los tristes, ejercer la compasión con los débiles... En definitiva: abiertos a la Vida (en mayúscula).
Por el espíritu, Dios trabaja en el interior de cada ser humano y habita en lo más profundo de la persona y no deja de estimular a todos a vivir de los valores del Evangelio. La Buena Nueva es expresión de la felicidad liberadora que Él quiere darnos.

domingo, 28 de mayo de 2017

Perdonar 02


La tarea de hoy...


Canción agradecida...


29 de Mayo - José Gérard

José Gérard, Beato
Misionero Oblato, 29 de Mayo

José Gérard nació el 12 de Marzo de 1831 dentro de una familia de labradores en la provincia de Lorraine en Francia. Parte de su niñez la pasó siendo pastor de ovejas. 

José Gérard escribe sobre una tal Hermana Odile que lo preparó para su Primera Comunión, un evento que tuvo un gran impacto en su vida. Entre otras personas que tuvieron un gran impacto en su vida están Monsieur Richard y el Abbé Cayens. Monsieur Richard ofreció pagar la educación del joven y lo guió en una enseñanza sobre el arte de orar. El Abbé Cayens fue misionero en Argelia y vio una posible vocación sacerdotal en el joven José Gérard. Por lo tanto lo ayudó a aprender latín y luego lo guió al seminario menor en Pont-à-Mousson. También estudió algún tiempo en el seminario mayor de Nancy. Llegó a conocer a los Oblatos a través de algunos misioneros Oblatos que visitaron el seminario. Entró al noviciado y el 10 de Mayo de 1852 tomo sus votos perpetuos. 
El 3 de Abril de 1853 fue ordenado Diacono por el Obispo Eugenio de Mazenod. El Obispo luego le pidió que ejerciera su misión en el reino de Natal en el Sur de África. En mayo de 1853 José Gérard tomó un barco con otros dos Oblatos al pequeño reino.
En 1854 El Obispo Allard lo ordenó sacerdote y comenzó su trabajo con un grupo de irlandeses en Pietermaritzburg. Su misión era con los Zulúes de Natal y por lo tanto tenía que aprender el idioma Zulú junto con el inglés que usaba con los irlandeses. Para aprender el idioma decidió pedir permiso para crear una misión en un pueblo Zulú. José Gérard trató varias veces a evangelizar a los Zulúes pero no tuvo éxito. 
José Gérard decidió tomar su misión al oeste de Natal a un pueblo llamado Roma en otro reino llamado Lesotho. Allí conversó con el jefe de una tribu familia de los Zulúes de Natal. El jefe le dio permiso a construir una Iglesia y ejercer su misión. Tuvo que aprender un idioma nuevo y una cultura nueva, pero siguió adelante. Después de dos años tuvo su primer catecúmeno. El jefe de la tribu también se convirtió después de algunos años. Después de 22 años en Roma decidió llevar su misión al norte de Lesotho y comenzó la Misión de Santa Mónica donde trabajo con los Basothos. Luego regresó a Roma donde viviría el resto de su vida. En 1914 se encontró con una enfermedad que lo dejó en cama. El 22 de Mayo celebró su última Misa. El 29 de Mayo Padre José Gérard dio su último sí a Dios con la palabra Amén. Aunque sufrió muchos desafíos en su misión en África, el Padre Gérard nunca se dio por vencido. Siempre fue fiel a su voto de perseverancia. Dado a esto muchos de los nativos de aquellos países en el sur de África se convirtieron a la fe Católica. El Padre José Gérard fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 15 de Septiembre en Maseru, Lesotho donde le dieron el titulo de Apóstol de Lesotho.

Jesús, compañero del camino


Jesucristo se nos da en la Eucaristía como Compañero de camino. Recordemos aquel pasaje de los dos discípulos de Emaús que se iban de Jerusalén a su pueblito, tal vez con la convicción de que no había ya nada que hacer. Regresaban a lo de antes, regresaban a su vida antigua. Y, de pronto, un caminante se les acerca, un caminante que no quería, no permitía que lo reconocieran; era Jesús. Comienza una conversación más o menos larga, un poco difícil al principio, porque hasta le dicen: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha pasado en Jerusalén?” Y Él pregunta: “¿qué?, ¿qué ha pasado?” Después... les explica con la Biblia en la mano todos los pasajes que se referían a Él; dando obviamente a esta explicación un calor, una vitalidad que tuvo efecto
Cuando ya llegaron a Emaús, Jesús hizo el ademán de seguir adelante, como queriendo decir: ¡si me necesitan, díganmelo! Entonces le dijeron: ¡Quédate con nosotros! Lo invitan a cenar, Y a lo que voy es a esto, que cuando están cenando, Él permite que lo reconozcan: se les abren los ojos, y en ese momento se desaparece. La frase en la que me quiero fijar ahora es ésta, la que dijeron ellos: ¿No ardía nuestro corazón mientas nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras? Eso es lo que pasa con los cristianos, con las personas que tienen fe en la Eucaristía, en los que saben reconocer que en el camino de su vida nunca van solos; Jesús va con ellos. “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
La vida puede ser dura, puede tener muchas lágrimas, muchas amarguras, mucho sufrimiento, pero es muy distinto sufrir solos que sufrir con Jesús; es muy diferente caminar solos por la vida que caminar codo con codo con Jesús de Nazareth; su presencia transforma el mismo sufrimiento en una cosa distinta. Pero muchas veces nosotros nos empeñamos en caminar solos por la vida; nos hacemos una vida amarga, dura, demasiado difícil, y Jesús nos podría decir: “¿No estoy yo aquí? ¿Por qué no me llamas? ¿Por qué no crees en Mí?
“Venid a mí todos: los leprosos, los tullidos, los endemoniados”. Todos cabemos ahí.
¿Pero, dónde estás, dónde das cita?
Y Él nos dice: “En todos los Sagrarios del mundo”- En tu parroquia, de día y de noche, sin horas de citas, con ganas enormes de darnos lo que nos ha regalado a precio de su sangre.
No cabe duda que se le queman las manos y el corazón por ayudarnos. Ojalá que vayamos muchas veces, aunque sea con el alma destrozada, tristes, cansados, y sepamos hallar allí la paz y el consuelo prometidos.
El que queda más contento es Él, porque Cristo encuentra su felicidad en curarnos, en salvarnos, en darnos la paz. ¡Hagamos feliz a Cristo! Podemos entristecerlo o alegrarlo, si vamos a Él con fe, o si huimos de Él como el joven rico. Zaqueo hizo feliz a Jesús en día de su conversión; María Magdalena hizo feliz a Jesús el día de su cambio de vida. El Hijo pródigo hizo feliz al Padre Celestial, al regresar; pero el joven rico lo puso muy triste. Cuando tú te vas, ten la certeza de que Jesús llora, y, cuando regresas, ten la certeza de que Jesús está muy contento.
Pensemos, por otra parte, en aquellos que no vienen a la Eucaristía. Cuántos hombres hay hoy infelices, desgraciados, desesperados, ¡cuántos jóvenes, sobre todo, que están en la primavera de la vida, y están viviendo la crueldad y la dureza de un invierno. Estando el remedio tan cerca. La fuente a unos pasos, y morirse de sed. Además siendo tan fácil, porque ¿qué hace falta para acercarnos a Cristo en la Eucaristía? Tener un alma dispuesta, ser humildes, un precio bastante pequeño.
Es necesario llegar a ese Cristo, a ese compañero de camino y decirle desde el corazón: Tengo un hambre y una sed incontenibles. Vengo cansado de buscar por mil caminos... No he encontrado, no he encontrado paz, ni amor verdadero; no he encontrado sentido a la vida... lejos de ti. Y tú has dicho que eres el camino, la verdad y la vida ¡Por eso vengo a pedirte ese maravillosos Pan de tu Eucaristía, quiero comer de ese pan para encontrar la paz, la vida verdadera, el amor y la felicidad auténticos! “Señor, danos siempre de ese pan y acompáñanos siempre en nuestro caminar” MdeB

Evangelio del Lunes 29 de Mayo

Día Litúrgico: Lunes VII (A) de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 16,29-33): En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios». Jesús les respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo».

«¡Ánimo!: yo he vencido al mundo»

Comentario: Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala (Sant Hipòlit de Voltregà, Barcelona, España)

Hoy podemos tener la sensación de que el mundo de la fe en Cristo se debilita. Hay muchas noticias que van en contra de la fortaleza que querríamos recibir de la vida fundamentada íntegramente en el Evangelio. Los valores del consumismo, del capitalismo, de la sensualidad y del materialismo están en boga y en contra de todo lo que suponga ponerse en sintonía con las exigencias evangélicas. No obstante, este conjunto de valores y de maneras de entender la vida no dan ni la plenitud personal ni la paz, sino que sólo traen más malestar e inquietud interior. ¿No será por esto que, hoy, las personas van por la calle, enfurruñadas, cerradas y preocupadas por un futuro que no ven nada claro, precisamente porque se lo han hipotecado al precio de un coche, de un piso o de unas vacaciones que, de hecho, no se pueden permitir?
Las palabras de Jesús nos invitan a la confianza: «¡Ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33), es decir, por su Pasión, Muerte y Resurrección ha alcanzado la vida eterna, aquella que no tiene obstáculos, aquella que no tiene límite porque ha vencido todos los límites y ha superado todas las dificultades. 
Los de Cristo vencemos las dificultades tal y como Él las ha vencido, a pesar de que en nuestra vida también hayamos de pasar por sucesivas muertes y resurrecciones, nunca deseadas pero sí asumidas por el mismo Misterio Pascual de Cristo. ¿Acaso no son “muertes” la pérdida de un amigo, la separación de la persona amada, el fracaso de un proyecto o las limitaciones que experimentamos a causa de nuestra fragilidad humana?
Pero «sobre todas estas cosas triunfamos por Aquel que nos amó» (Rom 8,37). Seamos testigos del amor de Dios, porque Él en nosotros «ha hecho (...) cosas grandes» (Lc 1,49) y nos ha dado su ayuda para superar toda dificultad, incluso la muerte, porque Cristo nos comunica su Espíritu Santo.

sábado, 27 de mayo de 2017

Si quieres sentirte rico...


Que Dios te dé...


28 de Mayo - Guillermo de Gelona

Guillermo de Gelona, Santo
Monje, 28 de Mayo

Martirologio Romano: En el monasterio de Gelona, en la Galia Narbonense, san Guillermo, monje, el cual, habiendo sido personaje muy brillante en la corte imperial, se unió luego con verdadero afecto de amor a san Benito de Aniano y vistió el hábito monástico con gran honestidad de costumbres († 812).

Décimo duque de Aquitania y conde de Toulouse. Dirigió parte de las fuerzas de Carlomagno que reconquistaron Barcelona en el 801, y sus proezas le convirtieron en uno de los héroes de la épica francesa con el nombre de Guillermo de Orange; dejándolo todo se hizo benedictino en la abadía de Aniane en el 804. Fundó el monasterio de Gellone (diócesis de Londeve), que puso bajo la dirección de san Benito de Aniano, que tomó después el nombre de Saint-Guilhem-du-Desert, donde murió. Fue padre de Bernardo de Septimania.
Según otro autores, la realidad es que después de haber sostenido al antipapa Anacleto contra Inocencio II, fue devuelto por el buen camino por san Bernardo de Claraval, quién le presentó una hostia en el umbral de la iglesia de Parthenay. Después de este hecho decidió retirarse y convertirse en ermitaño. Para mortificarse, hizo voto de llevar durante toda la vida una cota de malla sobre la piel. Con este aparato peregrinó a Roma para pedir al Papa que lo absolviera de sus pecados. Luego fue a Jerusalén y a Santiago de Compostela donde murió en 1138. Se le confunde también con san Guillermo de Malavalle, como si fuera una duplicación. Tiene culto local.

1 cada 100 personas padecería epilepsia y 60% de ellas son niños


La epilepsia es una enfermedad cerebral crónica y es una de las enfermedades neurológicas más comunes que afecta a todas las edades. Tiene una prevalencia que oscila entre el 4 al 10 por 1000 habitantes, es decir, aproximadamente 1 de cada 100 personas padecería epilepsia, de las cuales el 60% son niños. Si bien la epilepsia puede presentarse a cualquier edad y sin distinción de sexo, raza, o clase social, la mayoría de las veces tiene su inicio en la infancia y adolescencia tardía, presentando un nuevo pico de incidencia después de los 65 años de edad. 

Causas
Las causas varían según el tipo de epilepsia pudiendo ser el resultado de anomalías congénitas, enfermedades vasculares como el infarto cerebral, infecciones del cerebro, tumores, enfermedades degenerativas o lesiones. En muchas ocasiones no se descubre una causa concreta y se denominan epilepsias idiopáticas. 

Crisis epilépticas
Se manifiesta por episodios repetidos o recurrentes de crisis epilépticas que suelen denominarse ataques epilépticos, crisis comiciales o convulsiones. Las mismas se presentan de forma súbita e inesperada, duran unos segundos o minutos y son la expresión de una actividad eléctrica anormal de las neuronas en algún punto del cerebro. Las más llamativas son las convulsiones o “Gran Mal”, donde la persona pierde la conciencia, se pone rígida y comienza a sacudirse. Hay otro tipo de crisis que se reducen a una desconexión momentánea con el entorno por unos segundos y se conoce como “Crisis de Ausencia”. 

Tratamientos
La epilepsia tiene diferentes causas, presentaciones y respuesta a los tratamientos. Estos últimos consisten generalmente en medicación específica, conocida como antiepiléptica o anticonvulsivante. El 70 % de los pacientes con epilepsia responden de forma adecuada al tratamiento con drogas anticonvulsivantes, mientras que el 30% no logra controlar la epilepsia con medicación; a estas epilepsias se las denomina Epilepsias Refractarias. Este grupo menor de pacientes, con epilepsia refractaria pueden necesitar tratamientos especiales tales como una cirugía de la epilepsia, estimulación vagal o dieta cetogénica, siguiendo criterios rigurosos de selección y basándose en la evidencia científica. 

Ley relacionada al uso de cannabis
Recientemente fue aprobada una ley en nuestro país relacionada al uso de cannabis y sus derivados para el tratamiento de la epilepsia y otras patologías neurológicas. El proyecto contempla la investigación médica y científica del uso medicinal de la planta de cannabis, estableciéndose así un marco regulatorio para la investigación, lo que permitirá próximamente definir con mayor evidencia científica quiénes son candidatos al tratamiento con esta sustancia en particular. Al momento actual, el cannabis se está utilizando excepcionalmente para algunos tipos puntuales de epilepsia tales como el Síndrome de Dravet. 

Una enfermedad antigua
Es un padecimiento tan antiguo como la humanidad ya que para los pueblos primitivos la epilepsia era el castigo de los dioses o la posesión del enfermo por un espíritu maligno; el término deriva del griego y significa “tomar por sorpresa”. La medicina griega fue la primera en intentar despojar a la epilepsia de la esfera mística e incluirla dentro de las enfermedades físicas. Hipócrates, 460 años antes de Cristo en su obra titulada “Sobre la enfermedad sagrada”, explicaba que la epilepsia no es más divina ni sagrada que cualquier otra enfermedad localizando su origen en el cerebro. 
Es deber de la comunidad en general eliminar la estigmatización y fomentar la inclusión del paciente con epilepsia. Dra. Marisol Toma

Abrir el horizonte


Ocupados solo en el logro inmediato de un mayor bienestar y atraídos por pequeñas aspiraciones y esperanzas, corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de eternidad. ¿Es un progreso? ¿Es un error?
Hay dos hechos que no es difícil comprobar en este nuevo milenio en el que vivimos desde hace unos años. Por una parte, está creciendo en la sociedad humana la expectativa y el deseo de un mundo mejor. No nos contentamos con cualquier cosa: necesitamos progresar hacia un mundo más digno, más humano y dichoso.
Por otra parte, está creciendo el desencanto, el escepticismo y la incertidumbre ante el futuro. Hay tanto sufrimiento absurdo en la vida de las personas y de los pueblos, tantos conflictos envenenados, tales abusos contra el Planeta, que no es fácil mantener la fe en el ser humano.
Sin embargo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología está logrando resolver muchos males y sufrimientos. En el futuro se lograrán, sin duda, éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un bienestar físico, psíquico y social.
Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo prodigioso nos va “salvando” solo de algunos males y de manera limitada. Ahora precisamente que disfrutamos cada vez más del progreso humano, empezamos a percibir mejor que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anhela y busca.
¿Quién nos salvará del envejecimiento, de la muerte inevitable o del poder extraño del mal? No nos ha de sorprender que muchos comiencen a sentir la necesidad de algo que no es ni técnica ni ciencia ni doctrina ideológica. El ser humano se resiste a vivir encerrado para siempre en esta condición caduca y mortal.
Sin embargo, no pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la tierra, Al parecer, no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor quiero recordar unas palabras del aquél gran científico y místico que fue Theilhard de Chardin: “Cristianos, a solo veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza cristiana?”.
En medio de interrogantes e incertidumbres, los seguidores de Jesús seguimos caminando por la vida, trabajados por una confianza y una convicción. Cuando parece que la vida se cierra o se extingue, Dios permanece. El misterio último de la realidad es un misterio de Bondad y de Amor. Dios es una Puerta abierta a la vida que nadie puede cerrar. JAP

Evangelio del Domingo 28 de Mayo

Día Litúrgico: Domingo VII (A) de Pascua

Texto del Evangelio (Mt 28,16-20): En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra»

Comentario: Dr. Josef ARQUER (Berlin, Alemania)

Hoy, contemplamos unas manos que bendicen —el último gesto terreno del Señor (cf. Lc 24,51). O unas huellas marcadas sobre un montículo —la última señal visible del paso de Dios por nuestra tierra. En ocasiones, se representa ese montículo como una roca, y la huella de sus pisadas queda grabada no sobre tierra, sino en la roca. Como aludiendo a aquella piedra que Él anunció y que pronto será sellada por el viento y el fuego de Pentecostés. La iconografía emplea desde la antigüedad esos símbolos tan sugerentes. Y también la nube misteriosa —sombra y luz al mismo tiempo— que acompaña a tantas teofanías ya en el Antiguo Testamento. El rostro del Señor nos deslumbraría.
San León Magno nos ayuda a profundizar en el suceso: «Lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado ahora a sus misterios». ¿A qué misterios? A los que ha confiado a su Iglesia. El gesto de bendición se despliega en la liturgia, las huellas sobre tierra marcan el camino de los sacramentos. Y es un camino que conduce a la plenitud del definitivo encuentro con Dios.
Los Apóstoles habrán tenido tiempo para habituarse al otro modo de ser de su Maestro a lo largo de aquellos cuarenta días, en los que el Señor —nos dicen los exegetas— no “se aparece”, sino que —en fiel traducción literal— “se deja ver”. Ahora, en ese postrer encuentro, se renueva el asombro. Porque ahora descubren que, en adelante, no sólo anunciarán la Palabra, sino que infundirán vida y salud, con el gesto visible y la palabra audible: en el bautismo y en los demás sacramentos.
«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Todo poder.... Ir a todas las gentes... Y enseñar a guardar todo... Y El estará con ellos —con su Iglesia, con nosotros— todos los tiempos (cf. Mt 28,19-20). Ese “todo” retumba a través de espacio y tiempo, afirmándonos en la esperanza.