¿Cuántos millones de personas viven encadenadas a diversos tipos de drogas?
No es fácil dar respuesta a esa pregunta. En parte, porque existen diversos tipos de drogas, así como otras sustancias que no son conocidas como drogas pero que dañan y encadenan a millones de personas. En parte, porque el mundo de la droga se mueve en zonas oscuras, en la clandestinidad, por lo que resulta muy difícil conseguir cifras exactas sobre la situación. En parte, porque la droga no sólo afecta a los “usuarios”, sino a sus familiares y a personas más o menos cercanas a los mismos.
Podemos observar, como punto de referencia, algunas estadísticas recientes. En el informe mundial sobre la droga hecho público por las Naciones Unidas en el año 2001 se hablaba de 180 millones de usuarios de drogas en todo el mundo. En el año 2007 la cifra de usuarios de drogas (referida a los años 2005-2006) llegaba a 200 millones de personas. Las estadísticas sobre el consumo mundial de drogas dadas a conocer por las Naciones Unidas en el año 2010, referidas al año anterior, daban un margen de variación entre los 155 y los 250 millones de personas que usaban drogas ilícitas.
Se trata de cifras aproximativas, que no recogen toda la realidad del fenómeno. Detrás de esas cifras hay personas con nombres y apellidos, con una historia a sus espaldas, con un presente más o menos claro, con un futuro incierto.
Algunos esclavos de la droga entraron en el túnel de la dependencia cuando eran niños, quizá engañados por otros o simplemente tras la presión del grupo de amigos que invitaban a probar algo nuevo. Otros se “enganchan” en la adolescencia o la juventud, por motivos parecidos a los ya indicados o tal vez por el deseo de acceder a experiencias más intensas y placenteras. Otros tenían una disposición física que les facilitaba sumergirse en el mundo de las dependencias: bastó con que una vez probasen una droga (también de las “legales”) para que el organismo reaccionase de modo desordenado.
Independientemente de las causas del inicio de la drogadicción, es importante reconocer que los esclavos de las drogas no son simples números, sino hombres y mujeres que tienen un corazón como los demás, un alma con la que pueden pensar y amar, un destino eterno que les permite mirar al horizonte de lo que existe tras la muerte.
Cada uno de ellos sufre ahora una situación de mayor o menor precariedad, al depender física o psíquicamente de sustancias sin las cuales consideran que no pueden vivir. Algún día pueden reconocer su estado y pedir ayuda (médica, psicológica, espiritual), o abrir la mente a los consejos de familiares y amigos que les invitan a dar pasos concretos para liberarse de un mundo destructivo.
En el camino hacia la libertad, puede ser de gran ayuda reconocer lo que hace años explicaba un documento de la Iglesia: “La droga no es el problema principal del toxicodependiente. El consumo de droga es sólo una respuesta falaz a la falta de sentido positivo de la vida” (Pontificio Consejo para la Familia, “De la desesperación a la esperanza. Familia y toxicodependencia”, 1992).
En otras palabras, en la búsqueda de caminos para prevenir el fenómeno de la drogadicción, y en el esfuerzo por ofrecer ayuda a quienes han sido atrapados por las diversas formas de dependencia, hay que promover una visión en la que la vida humana desvele toda su belleza y su sentido profundo. Tal visión no puede prescindir del horizonte religioso, pues la dignidad de cada hombre, de cada mujer, radica en la relación intrínseca que tenemos con Dios en cuanto origen y meta de nuestro existir terreno.
Sólo así será posible superar el vacío existencial que nace desde la idolatría del placer y de la autocomplacencia para abrirnos al horizonte en el que Dios y los demás se convierten en el verdadero centro del propio camino humano. FP
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