Se ha dicho que el problema del hombre moderno es un problema de ruido. Envuelto en ruido exterior e interior, agitado por toda clase de estímulos y sensaciones, llevado de una parte a otra por la ansiedad y las prisas, el hombre de nuestros días se ha quedado sin silencio y no sabe cómo curarse de esta grave enfermedad que comienza a arruinar su ser.
El ruido impide a la persona conocerse debidamente a sí misma pues obstaculiza el acceso a su mundo interior. El individuo no tiene oído para escuchar lo mejor de sí mismo. Así hablaba hace unos años aquel gran Papa que fue Pablo VI: «Nosotros, hombres modernos, estamos demasiado extrovertidos, vivimos fuera de nuestra casa e incluso hemos perdido la llave para volver a entrar en ella.»
Al mismo tiempo, el ruido aliena a la persona, pues la disgrega, introduce en ella confusión y la hace vivir desde lo exterior. El hombre sin silencio y sosiego interior corre el riesgo de vivir dirigido desde fuera. Se convierte en un ser vulnerable al que falta consistencia interior y profundidad. Cualquier acontecimiento negativo puede hacerle perder estabilidad.
Por otra parte, al hombre ruidoso se le hace difícil el encuentro con Dios. Pierde el contacto con su núcleo interior; no acierta a escuchar con claridad la voz de su conciencia ni su anhelo de infinito; su religiosidad se hace cada vez más superficial. El problema de no pocas personas indiferentes y desencantadas de Dios es un problema de ruido interior.
El silencio es imprescindible si la persona quiere vivir con cierta hondura. El sosiego interior ayuda a la persona a encontrarse consigo misma y escuchar sus verdaderos deseos. Un cuerpo relajado, una mente serena, un espíritu pacificado ayudan a curarse de muchos problemas, pues permiten enfrentarse a ellos con más fuerza interior. El silencio, la atención a nuestro mundo interior, la meditación abren el acceso a todo lo más humano.
La fe en Jesucristo es posible, cuando de alguna manera, se escucha su voz aunque sea de manera casi imperceptible. En el cuarto evangelio se recogen estas palabras de Jesús: «Las ovejas siguen al pastor porque conocen su voz» (Jn 10, 4). Cuando se vive lleno de ruido interior y exterior es difícil escuchar esa voz. JAP
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