Etimológicamente significa “floreciente”. Viene de la lengua latina.
Dice Isaías: “Buscad al Señor, él se dejará encontrar pues es grande su perdón”.
Como se ve por el Santoral, hay santos de todas las condiciones sociales. La santidad es un deber de todo creyente.
Florencio pertenecía a una de las familias más ilustres de Irlanda. Había oído hablar de Jesús. Y sin pensárselo dos veces, emprendió camino hacia Francia. La razón no era otra que sabía que existían buenos maestros en la fe del Resucitado. Se preparó a fondo para recibir el bautismo y hacerse cristiano. Se dio perfecta cuenta de que Dios lo llamaba a que comenzara el sendero de la santidad.
Ya establecido en Francia, construyó una ermita en Alsacia muy cerca del río Hazle, en los Vosgos. Allí se pasaba el día haciendo oración de contemplación ante el bello paisaje que le brindaba la naturaleza. Poco a poco la gente se fue enterando de que allí había un ermitaño con fama de santidad.
El mismo rey Dagoberto iba a menudo a esta región. Se enteró de los prodigios que hacía el solitario irlandés. Tras haber hablado con él, le nombró obispo de Estrasburgo. Era un privilegio que tenían entonces algunos reyes cristianos. No quería aceptar, pero al fin cedió por los intensos ruegos del monarca. Y dice su biografía que lo hizo tan bien que se convirtió en el padre y guía de todos sus feligreses.
Fundó el monasterio de Haselach y la colegiata de santo Tomás, que fueron dos centros de verdadera espiritualidad. Murió en el año 693.
|
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario