Compartir, ayudar y motivar son las prioridades de este blog, tratando de iluminar el camino de nuestros semejantes con nuestra pequeña luz interior, basados en tres pilares fundamentales: "Respeto, Humildad y Honestidad"
miércoles, 31 de mayo de 2023
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¿Por qué pareciese que a los malos les va mejor que a los buenos?…
Pregunta: Fray Nelson, mi nombre es María. Una joven (a quien conocí recientemente) que supuestamente era muy cristiana carismática, decidió alejarse del Señor, porque veía que los que actuaban mal, pecaban y hacían mil barbaridades más, eran más prósperos y no les pasaba nada, pues existe el PERDON. Si alguien peca, el Señor perdonará, si sigue vuelve a perdonar, y así sucesivamente... Preguntó: si el Señor perdona siempre y además pareciera que ‘esos’ precisamente tienen más suerte en todo, ¿será del todo necesario ‘portarse bien’, sabiendo que si pecamos luego nos perdonará y para qué esforzarnos? Me dio miedo escribir esa pregunta. Gracias. Y siga adelante con su evangelización.
Responde Fray Nelson Medina, OP:
La prosperidad de los malos ha sido siempre un desafío a la fe de los creyentes. La verdad es que es fácil creer cuando vemos los frutos de nuestra fe, o sea, cuando podemos decir: “El Señor es mi fuerza y mi escudo; en El confía mi corazón, y soy socorrido; por tanto, mi corazón se regocija, y le daré gracias con mi cántico”. (Salmo 28,7)
Mas hay ocasiones en que nuestra oración se parece más a un lamento: “¿Por qué, oh Señor, te mantienes alejado, y te escondes en tiempos de tribulación? Con arrogancia el impío acosa al afligido; ¡que sea atrapado en las trampas que ha urdido! Porque del deseo de su corazón se jacta el impío, y el codicioso maldice y desprecia al Señor. El impío, en la altivez de su rostro, no busca a Dios. Todo su pensamiento es: No hay Dios”. (Salmo 10,1-4)
Es muy interesante notar que la Biblia reconoce abiertamente este problema. A lo largo de sus páginas aparecen varias respuestas, que van como marcando una evolución en la comprensión de un asunto que es muy difícil, mírese como se mire.
La primera es que “en esta vida todo se paga”, como dice el refrán. En esa línea va por ejemplo el Salmo 37, el que precisamente empieza diciendo: “No te irrites a causa de los malhechores; no tengas envidia de los que practican la iniquidad. Porque como la hierba pronto se secarán, y se marchitarán como la hierba verde”.
El problema es que hay personas buenas a las que nunca parece que les llegue su retribución. La reflexión sobre este hecho condujo a una solución más profunda: Dios es siempre justo y si no hay justicia en esta vida, la habrá y completa en la otra vida. Es lo que encontramos sobre todo en el Segundo Libro de los Macabeos.
En realidad, el Nuevo Testamento viene a profundizar esa misma enseñanza. Tal vez el texto más claro, y casi rudo, lo encontramos en la predicación de san Pablo: “No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”. (Gálatas 6:7-8)
Queda el problema de aquellos que pecan como a sabiendas, precisamente porque conocen ya que Dios perdona. Tampoco este cuadro es ajeno a la Biblia: corresponde al caso de los que retrasan su conversión. También san Pablo es uno que insiste con vehemencia en el imperativo de acoger la gracia ahora, sin dar largas inútiles: “Os exhortamos a no recibir la gracia de Dios en vano; pues El dice: EN EL TIEMPO PROPICIO TE ESCUCHÉ, Y EN EL DIA DE SALVACION TE SOCORRÍ. He aquí, ahora es EL TIEMPO PROPICIO; he aquí, ahora es EL DIA DE SALVACIÓN”. (2 Corintios 6,1-2)
La Biblia también muestra que el tiempo propicio terminará, y nos recuerda sin terrorismo que el mismo que hoy nos ofrece salvarnos un día nos juzgará por todo lo que somos y hacemos. Podemos contar con el perdón de Dios, que es suficiente, pero no podemos contar con que tendremos la sensatez de contar con ese perdón si obramos torpemente encegueciéndonos en nuestros pecados.
Lo lógico, pues, y sano y normal, es reconocer que todos necesitamos misericordia y todos hemos de revestirnos de paciencia. Misericordia que perdone nuestras faltas, de las que ya queremos estar arrepentidos, y paciencia que nos ayude a sobrellevar las contradicciones que sufrirán nuestros proyectos y buenos propósitos, si acaso nos parece que otros gozan de mejor suerte con menor esfuerzo.
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Roberto Thorpe y Tomás Watkinson, Santo
Tomás Watkinson era de Menthorpe, en el condado de York. Era viudo, tenía hijos y era agricultor. Llevaba una vida retirada y tenía ofrecida su casa a los misioneros para que en ella pudieran hospedarse y celebrar la santa misa. Era, como este hecho lo demuestra, un católico piadosísimo y valeroso. Ya era un anciano cuando sufrió el martirio.
El 18 de marzo de 1591 la policía registró su casa y encontró en ella los vasos sagrados propios para la santa misa y, además, localizó al P. Thorpe, motivo por el cual ambos fueron arrestados y llevados ante Topcliffe, el gran enemigo de la fe católica y buscador de sacerdotes. A ambos se les aplicó el estatuto 27 de Isabel, que prohibía no sólo entrar en Inglaterra a los sacerdotes ordenados en el extranjero, sino también dar albergue a tales sacerdotes. Thorpe declaró con toda claridad que la Reina no era la autoridad suprema en materias religiosas sino que lo era el Papa, y Watkinson reconoció haber auxiliado al sacerdote. Llevados al lugar del suplicio en York, Thorpe se enfrentó a los ministros anglicanos que querían atraerlo a su religión y los calificó de doctores de una religión falsa. El juez le quito la palabra y mandó que fuera enseguida ahorcado y descuartizado. Watkinson fue requerido a pasarse al anglicanismo y pedir perdón a la Reina por haber albergado a un traidor, a lo que el mártir respondió que no había albergado a un traidor sino a un ministro del Señor. Seguidamente fue ahorcado. Era el 31 de mayo de 1591. Fueron beatificados el 22 de noviembre de 1987.
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María, Madre de la Iglesia…
El Vaticano estableció la memoria a través de un Decreto de la Congregación para el Culto Divino firmado el 11 de febrero de 2018.
El documento sostiene que el Papa Francisco “consideró atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana”.
En el decreto, la misma Congregación señala que “esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana, debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos”.
“La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer, la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia”, precisa el texto.
En una reciente columna semanal, el Arzobispo de Los Ángeles, Mons. José Gómez, indicó que los primeros cristianos “tenían una conciencia profunda de que la Iglesia era su ‘madre’ espiritual, que los daba a luz en el bautismo, constituyéndolos en hijos de Dios a través de los sacramentos”.
También en el Nuevo Testamento “los apóstoles a menudo se referían a los fieles como a sus hijos espirituales, reflejando así nuevamente su comprensión de que la Iglesia es nuestra madre y nuestra familia”.
“Y en esto, los primeros cristianos entendieron que María era el símbolo perfecto de la maternidad espiritual de la Iglesia”, afirmó Mons. Gómez.
Por ello, señaló que la nueva memoria que los católicos celebrarán el 21 de mayo es “un profético redescubrimiento de una antigua devoción”.
En el siglo XX, el Papa Pablo VI, dirigiéndose a los padres conciliares del Vaticano II, declaró que María Santísima era Madre de la Iglesia.
La memoria “Virgen María, Madre de la Iglesia” recuerda que ella es Madre de todos los hombres y especialmente de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, desde que es Madre de Jesús por la Encarnación.
Así lo confirmó Jesús desde la Cruz, antes de morir, al apóstol San Juan, y el discípulo la acogió como Madre.
La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano, cumpliendo así la profecía de la Virgen, que dijo: “Me llamarán Bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1,48). R