Después de haber anunciado con valor y ardor el Evangelio, llegaba a los conventos de retiro y soledad, donde en perfecto silencio, en oración asidua, en penitencia austera, se recargaba su espíritu de nuevo fervor. A menudo su único alimento era la Eucaristía y pan y agua.
En 1429 su ilustre maestro, Fray Alberto de Sarteano lo tomó como compañero en una misión especial en Palestina, donde, por orden de Eugenio IV iba para tomar posesión de los Lugares Santos en nombre de la Orden de los Hermanos Menores. La visita a los lugares santificados por la vida de Jesús, de la Virgen y de los Apóstoles dejó en el corazón de Herculano una marca imborrable. Después de algunos meses volvió a su patria completamente transformado, listo a reemprender su camino apostólico.
En 1430, mientras predicaba la cuaresma en el duomo de Lucca, los florentinos asediaron la ciudad. Herculano se ofreció como mediador de paz, se interesó en socorrer a los sitiados, y faltando los víveres, ocultamente hizo introducir en el cerco de la ciudad cuanto era necesario para sostener la población. Predijo el retiro de las fuerzas enemigas y la victoria de los Lucenses. La ciudadanía en señal de agradecimiento cedió al beato el convento de Pozzuolo. Construyó otros dos conventos en Toscana: en Barca y en Castelnuovo en Carfagna, donde fue sabio y celoso superior.
El 28 de mayo de 1451 a los 61 años de edad se durmió santamente en la paz del Señor. Los milagros glorificaron su vida apostólica y también su tumba. Aprobó su culto Pío IX el 29 de marzo de 1860.
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