Pregunta: Fray Nelson, mi nombre es María. Una joven (a quien conocí recientemente) que supuestamente era muy cristiana carismática, decidió alejarse del Señor, porque veía que los que actuaban mal, pecaban y hacían mil barbaridades más, eran más prósperos y no les pasaba nada, pues existe el PERDON. Si alguien peca, el Señor perdonará, si sigue vuelve a perdonar, y así sucesivamente... Preguntó: si el Señor perdona siempre y además pareciera que ‘esos’ precisamente tienen más suerte en todo, ¿será del todo necesario ‘portarse bien’, sabiendo que si pecamos luego nos perdonará y para qué esforzarnos? Me dio miedo escribir esa pregunta. Gracias. Y siga adelante con su evangelización.
Responde Fray Nelson Medina, OP:
La prosperidad de los malos ha sido siempre un desafío a la fe de los creyentes. La verdad es que es fácil creer cuando vemos los frutos de nuestra fe, o sea, cuando podemos decir: “El Señor es mi fuerza y mi escudo; en El confía mi corazón, y soy socorrido; por tanto, mi corazón se regocija, y le daré gracias con mi cántico”. (Salmo 28,7)
Mas hay ocasiones en que nuestra oración se parece más a un lamento: “¿Por qué, oh Señor, te mantienes alejado, y te escondes en tiempos de tribulación? Con arrogancia el impío acosa al afligido; ¡que sea atrapado en las trampas que ha urdido! Porque del deseo de su corazón se jacta el impío, y el codicioso maldice y desprecia al Señor. El impío, en la altivez de su rostro, no busca a Dios. Todo su pensamiento es: No hay Dios”. (Salmo 10,1-4)
Es muy interesante notar que la Biblia reconoce abiertamente este problema. A lo largo de sus páginas aparecen varias respuestas, que van como marcando una evolución en la comprensión de un asunto que es muy difícil, mírese como se mire.
La primera es que “en esta vida todo se paga”, como dice el refrán. En esa línea va por ejemplo el Salmo 37, el que precisamente empieza diciendo: “No te irrites a causa de los malhechores; no tengas envidia de los que practican la iniquidad. Porque como la hierba pronto se secarán, y se marchitarán como la hierba verde”.
El problema es que hay personas buenas a las que nunca parece que les llegue su retribución. La reflexión sobre este hecho condujo a una solución más profunda: Dios es siempre justo y si no hay justicia en esta vida, la habrá y completa en la otra vida. Es lo que encontramos sobre todo en el Segundo Libro de los Macabeos.
En realidad, el Nuevo Testamento viene a profundizar esa misma enseñanza. Tal vez el texto más claro, y casi rudo, lo encontramos en la predicación de san Pablo: “No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”. (Gálatas 6:7-8)
Queda el problema de aquellos que pecan como a sabiendas, precisamente porque conocen ya que Dios perdona. Tampoco este cuadro es ajeno a la Biblia: corresponde al caso de los que retrasan su conversión. También san Pablo es uno que insiste con vehemencia en el imperativo de acoger la gracia ahora, sin dar largas inútiles: “Os exhortamos a no recibir la gracia de Dios en vano; pues El dice: EN EL TIEMPO PROPICIO TE ESCUCHÉ, Y EN EL DIA DE SALVACION TE SOCORRÍ. He aquí, ahora es EL TIEMPO PROPICIO; he aquí, ahora es EL DIA DE SALVACIÓN”. (2 Corintios 6,1-2)
La Biblia también muestra que el tiempo propicio terminará, y nos recuerda sin terrorismo que el mismo que hoy nos ofrece salvarnos un día nos juzgará por todo lo que somos y hacemos. Podemos contar con el perdón de Dios, que es suficiente, pero no podemos contar con que tendremos la sensatez de contar con ese perdón si obramos torpemente encegueciéndonos en nuestros pecados.
Lo lógico, pues, y sano y normal, es reconocer que todos necesitamos misericordia y todos hemos de revestirnos de paciencia. Misericordia que perdone nuestras faltas, de las que ya queremos estar arrepentidos, y paciencia que nos ayude a sobrellevar las contradicciones que sufrirán nuestros proyectos y buenos propósitos, si acaso nos parece que otros gozan de mejor suerte con menor esfuerzo.
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