Hoy la claridad no aparece en el horizonte ni en
las noticias.
No viene en forma de buenas nuevas ni de certezas
que alivian.
Pero está.
A veces la claridad no ilumina: apenas acompaña. Es ese brillo tenue que no se nota, como el reflejo
en un charco, como la sombra de una vela a lo lejos.
Hoy descubrí que hay días que parecen iguales a
todos, pero traen una claridad silenciosa.
Una claridad que no resuelve, pero sostiene. Que no cambia las circunstancias, pero cambia la
forma en que uno respira.
Pensé en este año: en lo que pesó, en lo que costó, en lo que se
rompió sin que lo buscáramos. Y sin embargo, algo se mantuvo firme, algo nos trajo hasta aquí. Quizá esa es la claridad que importa.
No vine a entenderlo todo hoy. Ni a ordenar lo que sigue revuelto. Vine sólo a reconocer que, aun sin verla, la
claridad hace su trabajo y el corazón ya empieza a orientarse.
Como quien, en medio de la noche, descubre que la
luz no está lejos: simplemente
está encendiendo sus pasos… despacio. RM
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