No olviden que los niños son hombres y mujeres en miniatura, y que aunque debe permitírseles actuar como niños, debemos tratarlos de manera adulta, evitando siempre la aspereza. Se debe también tener en cuenta que cada mirada, palabra, tono de voz o ademán, e incluso la forma de vestir, deja en ellos una impresión.
Jamás se debe disciplinar a un niño basándose en suposiciones, ni sin estar perfectamente al tanto de lo que haya sucedido. No se debe tampoco manipular los sentimientos del niño cuando se le corrija.
Debemos procurar ser siempre amables y alegres cuando estemos delante de ellos; tenemos que ser comunicativos, sin caer jamás en la extravagancia, en la frivolidad ni en las palabras o los gestos vulgares. No se le debe tomar a la ligera cuando se comporte mal, ni rogarle que obedezca.
Se debe supervisar de cerca el cumplimiento de nuestras órdenes, hasta que hayan concluido, y no permitirles que abandonen la tarea, o que no la cumplan tal como se les ha pedido que la realicen, a menos que lo soliciten expresamente y les sea concedido.
Nunca se les debe hablar de forma impaciente o irritada cuando se les descubra en falta.
Jamás debemos defraudar la confianza que el niño deposite en nosotros, ya sea que se trate de algo que nos ha dado para que lo cuidemos o de alguna promesa realizada.
Debemos estar siempre prestos a atender al niño cuando nos hable, para evitar así que deba insistir en requerir nuestra atención y para que aprenda a acudir de inmediato cuando lo llamemos.
Incluso cuando se encuentre enfermo, es mejor para el niño que le ayudemos amablemente a guardar la disciplina, y no que le consintamos los caprichos.
Jamás se debe tratar de impresionar a un niño con principios religiosos cuando estemos enojados con él, ni hablarle en esas ocasiones de Dios, pues tal cosa no cumpliría el efecto deseado. Debemos buscar para ello situaciones más propicias.
Se debe tratar de realizar el máximo de progreso en los diez primeros años, pues se trata de una oportunidad de oro que tal vez nunca regrese. Es la época de la siembra, y la cosecha posterior dependerá de la semilla que sembremos entonces.
Ese tipo de egoísmo que encadena a los avaros y endurece el corazón no debe ser tolerado jamás.
Debemos evitar reprender severamente al niño delante de otras personas, ponerlo en ridículo o burlarse de sus debilidades.
Deberá enseñársele que en la mesa tiene que estar bien sentado y comportarse educadamente, no importunar a los mayores ni levantarse de su asiento sin permiso. En tales ocasiones los deseos de los padres deben ser para el niño órdenes indiscutibles.
No se debe permitir que existan dos códigos de comportamiento, uno de carácter doméstico y otro frente a las visitas. Se debe exigir siempre un comportamiento cortés.
No debemos decirle jamás a un niño: “No creo lo que dices”, y ni siquiera expresar dudas. Si uno tiene alguna sensación de ese tipo debe guardarla para sí, y esperar. Al final la verdad siempre saldrá a relucir.
Quizás si los padres modernos siguieran el consejo de la Sra. Bell (dado hace 150 años), se produciría una nueva generación de niños bien comportados, educados, con buenos valores y mejores oportunidades de tener éxito en la vida. ¡Disfruten ser padres!
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