martes, 5 de enero de 2016

¿No es la Iglesia demasiado dogmática?


- Pero proponer dogmas..., ¿no supone caer irremisiblemente en actitudes dogmáticas?
Hay una gran diferencia entre ser un dogmático y creer firmemente en algo. Las actitudes dogmáticas nacen de “imponer” dogmas, no de “proponerlos”. Y la Iglesia se dirige al hombre en el más pleno respeto de su libertad. La Iglesia propone, no impone nada.
Creer es una consecuencia de la natural búsqueda de la verdad en la que todo hombre debía estar empeñado. Por el contrario, ser dogmático -caricatura del respeto a los dogmas- es lo que ha llevado a algunos hombres a caer en diversos fanatismos a lo largo de la historia, en los que con gran frecuencia se ha utilizado la fe como pretexto, cuando en realidad los motivos de fondo eran muy distintos. Pero sería injusto cargar a los dogmas la responsabilidad de acciones o actitudes de las que los únicos culpables son unos hombres que los malentendieron o manipularon.
- Pero hay cierto descontento en algunos ambientes con respecto a esta posición de la Iglesia, que consideran demasiado firme, incluso un poco radical.
Ese descontento se reduce a ámbitos bastante limitados. Casi todo el mundo entiende que la Iglesia ha de seguir un derecho y mantener un mínimo de disciplina. Una iglesia cuya fe se constituyera como simple equilibrio o agregación de las opiniones de sus miembros, no sería propiamente una iglesia sino un simple lugar de coincidencia de algunas preferencias particulares, una mera asociación privada.
Es cierto que en la Iglesia hay una unidad clara y firme. Pero se trata de una unidad que no excluye el pluralismo, no nos hace caminar marcando el paso. Una gran unidad compatible con una gran diversidad, capaz de expresarse a través de muchas lenguas, pueblos y naciones, y capaz de incorporar las legítimas tradiciones de muchos lugares. La Iglesia católica siempre ha tenido presente la diversidad propia de la cultura humana.
Por poner un ejemplo, el prólogo del Catecismo de la Iglesia católica advierte de la necesidad de adaptar su doctrina, en cada lugar, a diversas exigencias ineludibles, entre las que incluye aquellas que dimanan de las diferentes culturas. Y aunque la adaptación a las culturas exige a veces rupturas con hábitos o enfoques incompatibles con la fe católica -puesto que la Iglesia está en la historia pero al mismo tiempo la trasciende-, subraya siempre los valores positivos de toda construcción cultural. AA

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