viernes, 15 de abril de 2016

16 de Abril - Joaquín de Siena

Joaquín de Siena, Beato
Religioso Servita, 16 de Abril

Martirologio Romano: En Siena, de la Toscana, Italia, beato Joaquín, religioso de la Orden de los Siervos de María, que se distinguió por su devoción a la Virgen María y cumplió la ley de Cristo asumiendo el cuidado de los pobres (1306). 
Etimológicamente: Joaquín = Aquel que obra con la aprobación de Dios, es de origen hebreo.
Fecha de beatificación: Culto aprobado el 14 de abril de 1609 por el Papa Pablo V.

Joaquín nació en el seno de una familia noble en la ciudad de Siena. Ya desde su infancia, cuando iba a la escuela, daba muestras de una especial devoción a la Virgen María: todo lo que podía tomar a hurtadillas de su casa, lo repartía luego entre  los que se lo pedían en el nombre y por amor de la Virgen. Toda planta de Dios ya desde el principio da señales de su buena cepea, y así, nuestro Beato, ya desde su niñez, manifestó su gran inclinación a la virtud y dio claros indicios de que buscaba, por encima de todo, el honor de la santísima Virgen; todos le tenían casi por santo y, como si adivinaran su futuro, se decían: Este niño, si vive, llegará a ser una gran santo.
A la edad de catorce años tuvo un sueño en el que vio a la Virgen, nuestra Señora, que le decía: Hijo dulcísimo, ven a mí: sé cuán grande es el amor que me tienes, y por esto te he tomado para siempre a mi servicio. Al despertar del sueño, movido por esta visión determinó firmemente entrar en la Orden de los Siervos de María.
Por aquel entonces, en el convento de Siena resplandecía aquella luz admirable que fue el bienaventurado Felipe, superior general de la Orden, hombre de gran santidad; él recibió a Joaquín en la Orden, y le preguntó qué nombre quería adoptar. El muchacho, que se llamaba Claramonte, por su ferviente devoción a la Virgen, eligió el nombre de Joaquín, padre de la Virgen María, con el propósito de estar más íntimamente unido a ella.
Así pues, habiendo ingresado en la Orden, el siervo de Dios Joaquín, se dio totalmente a la práctica de una profunda humildad: olvidándose de su noble linaje y comportándose, a pesar de su corta edad, como un hombre adulto, manifestó siempre una inclinación particular a realizar los trabajos más humildes y despreciables. Reconfortaba a los afligidos, servía a los enfermos y ejecutaba con sus propias manos, con gran espíritu de entrega, los menesteres que a los demás les repugnaban.
Amó con intensidad la obediencia, a la que llamaba Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Jn 4, 34).
San Felipe lo mandó al convento de Arezzo, donde vivió un año entero, Sucedió que, acompañado una vez por la ciudad a fray Acquisto de Arezzo, hombre muy famoso, les sorprendió de noche un fuerte temporal y buscaron guarecerse en un hospicio. Había allí un hombre afligido por una larga y grave enfermedad. Joaquín oyó que se quejaba y le dijo: Hermano, ten paciencia, porque esta enfermedad será para ti motivo de salvación. El enfermo le contestó: Buen hermano, ponderar las ventajas espirituales de la enfermedad no cuesta nada, pero otra cosa es soportarla. Entonces Joaquín añadió: Pues yo pido a Dios todopoderoso que te libre de esta enfermedad y la haga recaer sobre mí, su siervo, durante toda la vida, para que lleve continuamente la pasión de Cristo. Al instante, el enfermo se levantó de su lecho completamente curado, mientras que Joaquín contrajo allí mismo la epilepsia que lo atribuló toda la vida y él la aceptó como un martirio. Plugo al Altísimo coronarlo, además con otra enfermedad: algunas partes de su cuerpo fueron cubiertas por llagas purulentas, una corrosión que le llegaba hasta los huesos y en la que pululaban los gusanos. Él lo ocultaba en lo posible a los hermanos, pero cuando éstos se dieron cuenta les causó un profundo dolor y le suplicaban que pidiese a Dios por su propia curación; el siervo de Dios les respondía: Queridos hermanos, eso no me conviene, porque esta enfermedad es la expiación de mis pecados y la fortaleza de mi alma, según aquella sentencia del Apóstol: Cuando soy débil, entonces soy fuerte (Co 12, 10).
Sabiendo por revelación divina que se acercaba el día de su muerte, pidió al Altísimo que lo llamara el mismo día en que el Salvador pasó de este mundo al Padre. Y el jueves santo, un día antes de su muerte, hallándose junto a él todos los frailes, les dijo: Hermanos muy queridos, he estado con vosotros durante treinta y tres años, los mismos que el Señor vivió en este mundo. He recibido de vosotros innumerables atenciones, y me habéis ayudado con gran solicitud, siempre que lo he necesitado, No encuentro palabras para expresaros mi agradecimiento: Jesucristo, el Señor, os recompense todo lo que habéis hecho por mí. Yo, por mi parte, mañana me separaré de vosotros. Os pido que roguéis al Señor por mí, pecador, a fin de que pueda entrar en su morada. Antes de separarme de vosotros, quiero que nos expresemos un gesto de mutua caridad. Y a continuación bebió con ellos un poco de vino.
El viernes santo, mientras se cantaba la pasión del Señor, llamó al prior y le dijo: Reverendo padre, dentro de poco el Señor me llamará de este mundo: aunque ya ayer recibí el cuerpo del Señor con vosotros, reunid junto a mí a los hermanos y administradme los sacramentos, porque no quiero marcharme sin veros antes. El prior no dio mucha importante a estas palabras; no obstante, por lo que pudiera pasar, mandó llamar a cuatro frailes. Joaquín no cesaba de orar y mientras se cantaba la pasión del Señor, a las palabras: Inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Ab 16, 1306), elevando los ojos al cielo, en presencia de dichos hermanos, entregó su alma al Creador altísimo.

ORACION
Dios nuestro, que enseñaste al beato Joaquín,
fiel seguidor de tu hijo y de su humilde Madre a servir con delicadeza a sus hermanos
y aun a tomar sobre sí sus enfermedades, concédenos, por su intercesión,
aprender a soportar nuestras penas y a compartir los sufrimientos de los demás.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén

No hay comentarios.:

Publicar un comentario