El movimiento ambientalista y ecologista trabaja por mantener un mundo “habitable” y por defender la biodiversidad del planeta.
Son objetivos hermosos y buenos, pues la vida no puede continuar si dañamos gravemente el ambiente, y porque en cierto modo la compleja interdependencia entre las especies exige un serio compromiso por evitar la extinción de formas de vida que resultan imprescindibles para el bien del conjunto.
Puede surgir entonces la pregunta: ¿tiene algo que ver el ambientalismo con el aborto? En otras palabras, ¿existiría un cierto deber de los ambientalistas para impedir el aborto de millones de seres humanos?
La respuesta es positiva si pensamos que cada ser humano tiene una dignidad intrínseca y un valor excepcional, no sólo en cuanto ser vivo, sino en cuanto ser espiritual.
Probarlo, desde luego, exigiría un pequeño tratado de antropología. De forma breve, es bueno reconocer que sólo los seres humanos son capaces de planear y estudiar formas concretas (esperamos que eficaces) para defender la limpieza de los ríos y los mares, para proteger a las especies en peligro de extinción, para crear parques naturales, para estudiar el complejo mundo de los distintos ecosistemas terrestres.
Esas (y otras muchas actividades) son posibles porque existen en el hombre unas capacidades superiores, una inteligencia y una voluntad, que le permiten pensar, reflexionar, buscar el bien, conocer la verdad, comprometerse en la lucha por causas justas.
Si el ser humano es capaz de realizar semejantes actos, tiene una dimensión superior, espiritual, que lo convierte en digno, en particular, en distinto entre los demás seres vivos. Ello no significa que el hombre pueda vivir como un depredador que tiene permiso para destruir a placer, sino que precisamente en cuanto ser espiritual y “superior”, es responsable de sus actos, ante los demás, ante las generaciones futuras, ante sí mismo, y ante Dios.
Por lo mismo, los defensores del ambiente no pueden dejar de lado el drama de miles de seres humanos que permiten y que provocan la muerte de otros miles de seres humanos: los hijos antes de nacer. La defensa de la vida de animales y plantas, y la tutela del ambiente, deben ir de la mano del esfuerzo por evitar que se cometan millones de abortos en el planeta.
Igualmente, los defensores de la vida, los que buscan erradicar el aborto, no pueden dejar de lado la tarea de cuidar el ambiente en el que vivimos, de conservar el don de la Tierra con sus riquezas y sus equilibrios más o menos complejos.
Amar la vida de los seres humanos lleva no sólo a luchar para extirpar leyes que permiten el aborto y clínicas que lo realizan como un negocio rutinario. Trabajar para que cada hijo pueda nacer y ser respetado en su integridad física y en sus necesidades básicas también nos lleva a evitar comportamientos que contaminan el ambiente, que destruyen formas de vida sumamente importantes para el planeta.
¿Es posible una alianza entre el ambientalismo y los grupos pro vida? Para algunos quizá no, porque no faltan entre los ambientalistas quienes ven con indiferencia el aborto, si es que no llegan a aceptarlo y a promoverlo como “camino” para mejorar la suerte del ambiente y evitar un “exceso” de seres humanos. Pero si existe buena voluntad, el verdadero defensor del ambiente no puede olvidar que el trabajo por un aire limpio y un agua fresca necesita estar acompañado por la defensa de la vida de cada ser humano, en cuanto dotado de un alma espiritual y en cuanto parte integrante de la biodiversidad.
Si el ambiente es importante lo es en mayor medida cada uno de los seres humanos que empezamos a vivir un día en el seno materno y que hoy caminamos en un mundo necesitado de decisiones sabias y bien ponderadas que permitan “salvar” el planeta.
En ese sentido, el verdadero pro vida también será un sano ecologista, y el verdadero ecologista será un decidido defensor de la vida de cada hijo, que vale mucho más que las ballenas y las focas, y que da sentido a los esfuerzos para que también mañana las nuevas generaciones puedan disfrutar de colibrís y de pingüinos y, sobre todo, de hombres y mujeres amados y respetados en su dignidad, desde los primeros momentos de su existencia terrena en el seno materno. FP
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