Las investigaciones para conseguir anticonceptivos cada vez más “eficaces” llevaron, en 1960, a la difusión de la píldora Pincus. Tales investigaciones se nutren de diversos factores culturales, entre los que podemos mencionar el hedonismo, la revolución sexual y ciertas corrientes del feminismo.
La mentalidad hedonista es tan antigua como el ser humano. El placer ejerce un fuerte atractivo en los seres humanos desde la infancia. Al mismo tiempo, genera una serie de problemas y de conflictos, a nivel personal y social, hasta el punto de provocar epidemias, desencadenar violencias, promover el despilfarro y la codicia, alimentar desórdenes psicológicos, herir la vida familiar y otras relaciones humanas, minar la moralidad en las instituciones públicas.
La mentalidad hedonista cuenta con defensores importantes en la Grecia antigua. Los cirenaicos y la escuela de Epicuro, si bien de modos diversos, consideraron el placer como el criterio fundamental a la hora de juzgar sobre la bondad de los actos humanos. Platón y Aristóteles ofrecieron observaciones críticas sobre el hedonismo, y mostraron los peligros que surgen cuando uno vive orientado hacia la búsqueda del placer por el placer, especialmente porque el placer lleva hacia el desenfreno y alimenta formas de adicción que provocan daños enormes en las personas y en las sociedades.
El hedonismo resurgió, de diversas formas, en el mundo moderno. En parte hay un núcleo hedonista en la teoría moral de David Hume (1711-1776), si bien este famoso filósofo deseaba limitar los efectos dañinos del placer desenfrenado a través de la defensa de un sentimiento moral que sería suficiente para orientarnos al respeto de los otros.
El hedonismo encontró una defensa más radical en los libertinos franceses del siglo XVII. Además, tuvo un importante aliado en el utilitarismo, que se origina desde Jeremy Bentham (1748-1832). Para Bentham, todos los actos humanos surgen desde el deseo de placer y están orientados a la búsqueda del placer.
Durante el siglo XX se desarrollaron diversas teorías y movimientos ideológicos que llevaron a lo que algunos autores han denominado como “revolución sexual”. En concreto, algunas ideas de Sigmund Freud (1856-1939) sobre la psicología humana fueron asumidas y manipuladas por pensadores neomarxistas como Wilhelm Reich (1897-1957) y Herbert Marcuse (1898-1979), para los cuales habría que eliminar las barreras culturales y sociales que impiden a hombres y mujeres disfrutar plenamente de la propia sexualidad.
Al mismo tiempo, se desarrollaron corrientes de pensamiento que iban radicalmente en contra del cristianismo y que proponían un modo de interpretar la sexualidad humana basada en el placer, una visión de la economía orientada al mero enriquecimiento material, y una lectura de la condición humana como si se tratase de un simple resultado del azar o de leyes evolutivas más o menos férreas. Todo ello llevaba a defender que la existencia de normas morales absolutas o de estructuras familiares estables no tendría sentido, sobre todo ante la fuerza de tendencias humanas que impulsarían a todos hacia el uso de la sexualidad de un modo espontáneo y sin los tabúes o las barreras del pasado.
Algunas ramas del feminismo moderno se insertaron dentro de estas corrientes, con representantes de importancia. Podemos recordar a Margaret Sanger (1879-1966), que quiso promover la liberación de la mujer, especialmente en el campo sexual, y que apoyó decididamente las investigaciones que llevaron a la fabricación y aprobación de las píldoras anticonceptivas en 1960.
Hay que añadir que Sanger fundó, en 1921, la American Birth Control League, asociación que en 1939 confluyó en la Birth Control Federation of America. Esta asociación cambió al nombre actual, la Planned Parenthood Federation of America (PPFA), en 1942. Posteriormente dio origen a la International Planned Parenthood Federation (IPPF), una de las principales organizaciones que promueven la anticoncepción y el aborto en todo el mundo.
Junto al nombre de Sanger podemos recordar a Marie Stopes (1880-1958), que abrió una clínica de “planificación familiar” en Londres el año 1921, y que promovió también la esterilización de las personas menos dotadas según una mentalidad claramente eugenésica.
Además, hay que mencionar a Simone de Beauvoir (1908-1986), que publicó una obra titulada El segundo sexo (1949). En este escrito, de Beauvoir buscaba promover caminos que ayudasen a las mujeres a “liberarse” de la maternidad, casi como si el llegar a ser madre fuera un obstáculo a la plena realización de la mujer.
¿Por qué estas corrientes de pensamiento han alimentado la mentalidad anticonceptiva? Intentemos ahora dar una respuesta a este fenómeno.
Es manifiesta la falta de simetría que existe entre el hombre y la mujer en lo que se refiere al ejercicio de la sexualidad. Si dos personas de sexo diferente tienen relaciones sexuales, sólo puede quedar embarazada la mujer mientras sea fecunda. En cambio, el hombre siempre queda, al menos físicamente, libre de todo lo que implican los nueve meses de embarazo.
Con el deseo de lograr la máxima paridad posible, Sanger y otras feministas promovieron métodos concretos y eficaces para que la sexualidad pudiera ser “disfrutada” sin el lastre de los embarazos y de todo lo que ocurre tras el parto (los deberes ante el hijo recién nacido). Uno de los caminos para lograrlo consiste precisamente en hacer infecundas las relaciones sexuales, bien sea a través de la esterilización del hombre o de la mujer, bien sea a través del uso de anticonceptivos.
Para el hedonismo en general, la vida de placeres, especialmente en el ámbito de los placeres sexuales, no podía dejar de lado la constatación de una serie de peligros de cierta envergadura que amenazaban la salud o la misma vida de quienes buscaban vivir un sexo libre y sin restricciones.
Algunos peligros serían de tipo cultural, moral y psicológico. Tales peligros tienen una gran relevancia, si bien para los hedonistas se trataría de peligros fácilmente superables.
Otros peligros tocarían a la misma vida física, en concreto dos grupos: diversas enfermedades contagiosas que surgen desde el ejercicio de la sexualidad, que provocan serios dolores y que disminuyen en mucho el placer que uno busca alcanzar; y la posibilidad del inicio de un embarazo no deseado, con lo que ello implica para la mujer y, en algunos lugares, también para el hombre (cuando se ve presionado a “pagar” y asumir una serie de deberes, muchas veces no deseados y costosos, hacia su hijo).
Precisamente para evitar algunas consecuencias físicas, sobre todo para evitar los embarazos no deseados, los anticonceptivos orales fueron presentados como la panacea y la “solución” a casi todos los problemas. Desde luego, la anticoncepción hormonal era insuficiente para prevenir enfermedades de transmisión sexual (como la sífilis, la gonorrea y, a partir de las últimas décadas del siglo XX, el SIDA), por lo que ha habido y sigue habiendo una amplia propaganda a favor del uso del condón (o preservativo).
Resulta obvio que el hedonismo ha buscado en el pasado (con modos más o menos eficaces, algunos sin ninguna base científica seria) como en el presente desligar el disfrute de la sexualidad de cualquier posible embarazo que sería visto como un “daño” y un impedimento a futuras experiencias de placer, sobre todo por las muchas responsabilidades que surgen tras el nacimiento de un hijo, tanto en la vida matrimonial como en la situación en la que se encuentran muchas mujeres no casadas.
Hay que recordar que el deseo de lograr el “sexo sin hijos”, como muestra la experiencia, lleva no sólo a promover métodos anticonceptivos “seguros” y eficaces, sino que alimenta la mentalidad a favor del aborto para “solucionar” la situación en los casos en que se produzca un embarazo a pesar de los esfuerzos realizados para que no iniciase.
En resumen, la píldora anticonceptiva tiene un importante aliado en mentalidades que buscan promover el mayor grado de placer con el menor daño posible. Pero surge entonces la pregunta: ¿es el placer un criterio correcto para juzgar la bondad o la maldad de los actos humanos? ¿No podemos, más bien, reconocer que el hombre y la mujer están abiertos a otros horizontes de bien que les permite ver la llegada de cada hijo como un don y una auténtica fuente de plenitud personal?
Sólo desde una superación del hedonismo y de sus ramificaciones en la revolución sexual y en ciertos grupos feministas será posible no sólo evidenciar la distorsión antropológica que se esconde en el uso de métodos anticonceptivos, sino acoger y aceptar las dimensiones más ricas y completas de la sexualidad humana abierta a la transmisión de la vida. FP
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