Hace varios años, una maestra pública fue contratada para visitar a niños internados en un gran hospital de la ciudad. Su tarea era guiarlos en sus deberes a fin de que no estuvieran muy atrasados cuando pudieran volver a clases.
Un día, esta maestra recibió una llamada de rutina pidiéndole que visitara a un niño en particular. Tomó el nombre del niño, el del hospital y el número de la habitación, y la maestra del otro lado de la línea le dijo:
-Ahora estamos estudiando sustantivos y adverbios en clase. Le agradecería si lo ayudara con sus deberes, así no se atrasa respecto de los demás.
Hasta que la maestra no llegó a la habitación del niño no se dio cuenta de que se hallaba ubicada en la unidad de quemados del hospital. Nadie la había preparado para lo que estaba a punto de descubrir del otro lado de la puerta. Antes de que le permitieran entrar, tuvo que ponerse un delantal y una gorra esterilizada por la posibilidad de infección. Le dijeron que no tocara al niño ni la cama. Podía mantenerse cerca pero debía hablar a través de la máscara que estaba obligada a usar.
Cuando por fin terminó de lavarse y se vistió con las ropas prescriptas, respiró hondo y entró en la habitación. El chiquito, horriblemente quemado, sufría mucho a ojos vista. La maestra se sintió incómoda y no sabía qué decir, pero había llegado demasiado lejos como para darse la vuelta e irse. Por fin pudo tartamudear:
-Soy la maestra del hospital y tu maestra me mandó para que te ayudara con los sustantivos y los adverbios.
Después, le pareció que no fue una de sus mejores sesiones.
A la mañana siguiente, cuando volvió, una de las enfermeras de la unidad de quemados le preguntó: -¿Qué le hizo a ese chico?
Antes de que pudiera terminar una sarta de disculpas, la enfermera la interrumpió diciendo:
-No me entiende. Estábamos muy preocupados por él, pero desde que vino usted ayer toda su actitud cambió. Está luchando, responde al tratamiento... Es como si hubiera decidido vivir.
El propio niño le explicó luego que había abandonado completamente la esperanza y sentía que iba a morir, hasta que vio a esa maestra especial. Todo había cambiado cuando se dio cuenta de algo. Con lágrimas de felicidad en los ojos, el chiquito tan gravemente quemado que había dejado de lado toda esperanza, lo expresó así:
-No le habrían enviado una maestra para trabajar con los sustantivos y los adverbios a un chico agonizante, ¿no le parece?
La esperanza es el factor preponderante que mantiene viva la llama que desarrolla nuestros proyectos. Si se pierde la esperanza de algo, se pierde la motivación y todo lo referente a ello parece no tener sentido. No resulta entonces difícil imaginarse lo que ocurriría si se pierde la esperanza de vivir. Todo parece derrumbarse, y la voluntad nada puede hacer porque está paralizada por la sensación de “sin sentido”. Es una situación terrible que puede acarrear consecuencias también terribles. Pero basta una pequeña palabra de esperanza para despertar todos los sentidos, para movilizar todo aquello que se hallaba paralizado. Porque se le comienza a encontrar a la vida un significado fundamental, que va dando respuestas a muchas preguntas sobre la existencia, sobre el ser. Es importante mantener viva la esperanza de un mañana. Es importante la certeza de que mañana también está la vida... Si mañana tenemos “sustantivos y adverbios”, eso significa que hay... un mañana. Y se renueva entonces la motivación de seguir adelante en búsqueda del preciado tesoro de la felicidad...
Pídele a Dios tener esperanza siempre en cualquier circunstancia y que te enseñe a ser feliz.
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