domingo, 25 de septiembre de 2016

Brindar cariño al propio hijo


No es fácil ofrecer una palabra de aliento y de consejo a la mujer que acaba de iniciar un embarazo y que lo ve sin esperanza, con miedo, como si fuese un problema, tal vez incluso como si fuese un drama.
Su corazón está inquieto al ver cómo su vida cambiará radicalmente. Sabe que en ella se esconde una nueva vida, pero sabe también que esa nueva vida llega precisamente en una situación difícil, en medio de tensiones profundas o fuera de cualquier proyecto de acoger a un nuevo hijo.
La tentación del aborto puede hacer su aparición, incluso tal vez se presenta como la “solución” más fácil. Si desaparece el hijo, se acaba el “problema” y la vida vuelve a sus cauces normales. La tentación es fuerte, apoyada por el consejo o las presiones de algunos “amigos” o familiares.
Al mismo tiempo, surge una voz interior que desearía hablar fuerte, abrir una puerta a la esperanza. Que repite, respetuosamente, que vale la pena amar al hijo que ya está en diálogo íntimo, profundo, con su madre.
A quien se encuentra en ese drama, a quien tiene momentos fuertes de angustia y de dudas, a quien piensa en lo “fácil” que sería el aborto, podría ayudarle leer el testimonio de quienes han pasado por una situación parecida.
Las líneas que ahora recogemos fueron escritas el 4 de julio de 2005, en un mensaje firmado. Vienen de un corazón que dijo “no” al hijo. Un corazón que luego lloró profundamente ante el error de esa opción triste y dramática. Vienen de quién querría ayudar a otras mujeres a no cometer el mismo fallo, a abrirse al amor hacia el hijo necesitado. Vienen de quien invita a pensar en Dios, Amante de la Vida y defensor de los débiles, misericordioso con los que yerran y siempre cercano a quienes le piden ayuda.
 “Es importante para la mujer con actitudes de rechazo el pensar no solamente en el corto o incluso mediano plazo de las consecuencias del aborto. El creer que se «acabó» con un «problema» es una falacia tan peligrosa y tan sencilla de creer.
Debe pensar más allá, en las cuentas que rendirá a Dios cuando la vida terrenal haya terminado. No contarán entonces las circunstancias que se haya tenido por más difíciles que éstas hayan sido, como la falta de apoyo de la pareja, el miedo al qué dirán los amigos, la sociedad, los jefes, la situación económica, etc.
A fin de cuentas, toca sólo a la mujer el tomar o no la decisión de abortar... Y solamente ella dará explicaciones al Todopoderoso. Ni la pareja, ni los papás, ni los amigos, ni los jefes, tendrán que justificar este acto ante Dios, sino sólo la mujer.
Yo, en lo personal, tuve mucho miedo al qué dirán, pues la gente tiene un concepto muy diferente de mí al de una mujer que ha abortado por decisión propia... Pero me olvidaba que no es a la sociedad a quien debo de agradar: el que importa realmente es Dios. No debe de ganar en esos momentos de decisión la desesperación, madre de tantos errores, al menos en mi vida...
Hoy no me sirve de mucho el sentirme «socialmente aceptada» ya que no me siento completamente en paz con Dios. Con ese Dios que me brindó la oportunidad de ser madre y guiar a un ser humano carne de mi carne, sangre de mi sangre... Y yo, sencillamente, maté esa oportunidad.
Ahora pienso en las alegrías que esa oportunidad me habría traído consigo: el verle crecer, el poder amar y brindar todo mi cariño y amor incondicional a un ser tan inocente y tan puro. Las oportunidades que le quité como el ser feliz, el apreciar la belleza de un amanecer, de un atardecer, el sentirse amado y amar, el hacer grandes acciones para el bienestar común; poder demostrarle que la vida está llena de cosas buenas y malas, pero que vale la pena el afrontar las dificultades por más difíciles que éstas parezcan... Pero ya es demasiado tarde...
En conclusión, no solamente debí de pensar en las dificultades, sino también en las alegrías y satisfacciones que el seguir con el embarazo me hubiese traído. Cuando inicialmente tienes una actitud de rechazo como mujer ante el embarazo hay que pensar en todas las circunstancias, las buenas y las malas. Y si las malas circunstancias parecen ser mayores que las buenas, hay personas a quienes recurrir y que nos pueden apoyar, como una buena amistad, un familiar de mucha confianza, un sacerdote, etc. Ellos nos ayudarán a despejar un poco nuestra mente en esos momentos de desesperación y desconcierto, al darnos una visión más amplia de la decisión que implica el abortar. Esta fue mi experiencia, espero sirva de algo a alguna persona”. FP

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