martes, 20 de septiembre de 2016

La vida de fe, una gran aventura


Llámame y te responderé; te mostraré cosas grandes y secretas que tú no conoces. Jeremías 33:3
Es del dominio público que hay que tener un propósito en la vida, una causa, un proyecto, una pasión, un rumbo específico, a fin de vivir una vida plena, no inútil y sin sentido. De modo que algunos se dedican al arte, otros a la política, otros a deportes extremos, otros a la acción social, otros a la ecología, otros a escribir libros, otros a la familia, etcétera.
Pero hay una clase de personas que han decidido encontrar el propósito divino para su vida, más allá del propósito humano, terrenal. La Biblia, desde su primer libro (el Génesis) está lleno de historias y ejemplos de gente que estuvo en contacto con Dios, bajo diferentes empresas o circunstancias, quienes tuvieron vidas apasionantes, con un propósito eterno cuyo legado persiste hasta nuestros días. El cristianismo es la continuación y culminación de todo ello.
Si bien, en el Antiguo Testamento, todavía Cristo no estaba presente, el plan de Dios ya estaba trazado desde el principio, y fue anunciado a la humanidad a través de los profetas (mayores y menores) de las Escrituras. El Espíritu Santo ya coexistía con el Padre y con el Hijo en las regiones celestes, como una Trinidad.
Adán, Noé, Moisés, Abraham, Josué, David, Salomón, Daniel, Ruth, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Juan el Bautista, Pedro, Pablo, Juan, María y José, María Magdalena, etcétera, son personajes cuyas historias nos impactan cuando leemos la Biblia. En general, la gente que no conoce las Escrituras ni la vida cristiana, piensa que es un libro simplemente histórico, referencial, genealógico y doctrinal. La Biblia es todo eso y más, pero mucho más allá de todo eso la Biblia es la fuente principal de revelación de Dios al hombre, junto con el Espíritu Santo que nos enseña todas las cosas.
La vida cristiana es una vida apasionante, de retos imposibles que sólo son posibles de lograr con la ayuda de un Dios todopoderoso, cuyo amor es inconmensurable, quien entregó lo que más amaba: a su Hijo unigénito, para darnos redención. La vida cristiana para muchos puede parecer absurda, o pueden tener una idea de que la santidad es algo aburrido, una pérdida de tiempo o algo fanático, irracional y fantasioso.
Pero la vida de santidad es una vida llena de exigencias y retos cada día, en donde negarnos a nosotros mismos, a los deseos de la carne y la renuncia al pecado son la meta y la prioridad, a fin de poder permanecer en comunión con el Creador, y con Jesús, nuestro Maestro y Salvador, quien nos dijo que permaneciéramos junto a Él pues lejos de Él nada podemos hacer. La vida cristiana tiene como propósito el amor, la expansión del evangelio, el establecimiento de la paz, la restauración de vidas perdidas, la sanidad de los enfermos, la reconstrucción de familias, la salvación de las almas, la justicia divina en la tierra, la vida de plenitud. No sé si pueda existir algo más importante que eso.
Puede parecer una utopía bajo la opinión y la visión social. Pero es una realidad tan clara para quienes la vivimos, que sólo puede explicarse como una vida sobrenatural, de total dependencia en Dios. La humildad, la renuncia a los placeres del mundo, el sacrificio y el servicio a los demás son el propósito medular de los creyentes verdaderos, aquellos que lo han dejado todo para tomar la cruz y seguir a Cristo.
Hay gozo, pasión, plenitud, milagros, pero también hay dolor, sacrificio, persecución en la vida cristiana. Sin embargo, ésta es una vida llena de sentido porque nos transforma de manera individual, primeramente. Y luego nos lleva al servicio a los demás, a dar nuestra vida no sólo por una meta personal y egoísta, sino por una causa comunitaria, compasiva, constructiva, donde el amor es el motor y el amor es algo que provoca milagros inimaginables.
Una vez escuché a alguien decir que aún en el supuesto de que el cristianismo fuera un “cuento”, como muchos creen, no se imaginaba poder tener una vida mejor o más plena que seguir a Jesucristo. Yo apenas comenzaba a andar en este camino. Treinta y tres años después puedo decir que tenía toda la razón: la vida cristiana es una vida que vale la pena vivir, y no puede haber otra más intensa, llena de sentido y fruto que esta. MG

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