El diálogo
entre María y su prima Isabel, narrado en el Evangelio (cf. Lc 1), nos presenta
un momento de profunda comunión espiritual. La exclamación de Isabel, “Bendita
eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”, no solo reconoce
la gracia divina en María, sino que también se ha inmortalizado en la oración
del “Ave María”. Esta oración, repetida innumerables veces por los fieles, es
un acto de salutación y bendición a María, quien es venerada como la portadora
de Jesús.
La respuesta de
María a la bendición de Isabel es el Magnificat, un cántico que ha resonado a
través de los siglos como un himno de esperanza y alabanza. María celebra las
‘grandes cosas’ que el Señor ha hecho en ella, pero su visión trasciende su
experiencia personal. Ella contempla la acción de Dios en la historia,
proclamando un mundo al revés donde los poderosos son derribados y los humildes
exaltados, donde los hambrientos son saciados y los ricos enviados vacíos.
Este cántico, a
menudo llamado ‘el cántico de la esperanza’, puede parecer una descripción
utópica, especialmente cuando contrastamos sus palabras con la realidad de la
época. Los poderosos, como Herodes, permanecían en sus tronos, y las
desigualdades sociales y económicas persistían. Sin embargo, el Magnificat no
es simplemente un reflejo de la realidad social de su tiempo, sino una
proclamación profética de la visión de Dios para el mundo.
La pregunta que
surge es: ¿exagera María al describir un mundo que parece distante de la
realidad? La respuesta puede encontrarse en la naturaleza misma de la
esperanza. La esperanza cristiana no es una mera expectativa de que las cosas
mejorarán; es una confianza activa en las promesas de Dios, independientemente de
las circunstancias actuales. Es una invitación a vivir en un estado de
anticipación gozosa por la justicia divina que eventualmente prevalecerá.
El Magnificat
nos invita a reflexionar sobre nuestra propia percepción de la realidad. ¿Vemos
el mundo solo como es, o somos capaces de percibirlo como podría ser bajo la
gracia de Dios? María nos desafía a mirar más allá de las apariencias y a
confiar en que, a pesar de las injusticias presentes, hay un plan divino en
marcha que transformará la realidad de maneras que aún no podemos comprender
plenamente.
En última
instancia, el Magnificat es un recordatorio de que la esperanza es una fuerza
poderosa que puede inspirar cambio y acción. Nos anima a ser agentes de ese
cambio, trabajando para construir un mundo más justo y compasivo, alineado con
la visión profética de María. Así, cada vez que recitamos el ‘Ave María’, no
solo honramos a la madre de Jesús, sino que también reafirmamos nuestro
compromiso con los valores del reino de Dios, donde la justicia, la misericordia
y el amor prevalecen sobre todas las cosas. Cn
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