El
trabajo es una participación en la obra creadora de Dios y de ninguna manera es
un castigo. Se puede leer en el Génesis: “Multiplicaos y llenad la tierra y
dominadla, dominad los peces del mar y las aves del cielo y todo animal que se
mueve sobre la tierra”. Jesucristo asumió el trabajo en su vida y, por lo
tanto, un trabajo bien hecho se presenta como realidad redentora, es el ámbito
en el que el ser humano vive y puede ser medio y camino de santidad. La fatiga
y el cansancio son una consecuencia del pecado de origen que trastornó nuestra
naturaleza. El esfuerzo por sacar adelante el propio trabajo será, a veces, el
momento de vivir la Cruz que es esencial para el cristiano, es la ocasión para
participar en la obra redentora de Cristo. La experiencia de nuestra debilidad,
los fracasos que se dan en toda tarea humana, procuran más realismo y más
comprensión hacia los demás. Este es el enfoque cristiano del trabajo al que
enriquece otorgándole un sentido espiritual.
En
la ‘Laborem exercens’ se habla del
trabajo como un derecho y como un deber, y a su vez, el trabajo es fuente de
derechos: derecho a un trabajo digno que en ningún caso conduzca a un abuso por
parte del capital; derecho a una justa remuneración y a una justa distribución
de la renta; derecho a subsidios adecuados e indispensables para la
subsistencia de los trabajadores sin empleo y sus familias; derechos a la
seguridad social para la enfermedad, accidentes, jubilación, maternidad,
minusvalías; derecho a la huelga justa, etc. Qué actualidad tiene cuando se
refiere a la existencia, en distintas zonas de la tierra, de grandes recursos
de la naturaleza que no se utilizan y, por otro lado, un gran número de
personas sin empleo y un sinfín de multitudes hambrientas “…un hecho que
atestigua, sin duda, el que dentro de las comunidades políticas, como en las
relaciones existentes entre ellas a nivel continental y mundial -en lo
concerniente a la organización del trabajo y del empleo- hay algo que no
funciona y concretamente en los puntos más críticos y de mayor relieve social”.
Y
una reflexión: muchos años después, Benedicto XVI promulga su encíclica
‘Cáritas in veritate’ y al hablar de las personas que permanecen sin trabajo
durante mucho tiempo y, por lo tanto, dependen de la asistencia pública o
privada, disminuyendo su libertad y creatividad, y resultando afectadas sus
relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y
espiritual, dice: “Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que
se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo que
el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona
en su integridad pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida
económico-social”.
Y
otra consideración a tener en cuenta es que hay que saber exigir el derecho al
trabajo que toda persona tiene y esto nunca puede plantearse como fruto de un
egoísmo individualista sino como algo justo para todos. A este respecto, creo
que son muy interesantes estas palabras de San Josemaría, al hablar sobre el
trabajo y la justicia: “No se ama la justicia si no se ama verla cumplida con
relación a los demás. Como tampoco es lícito encerrarse en una religiosidad
cómoda, olvidando las necesidades de los otros. El que desea ser justo a los ojos
de Dios se esfuerza también en hacer que la justicia se realice de hecho entre
los hombres”.
El
trabajo, que es un medio ordinario de subsistencia para todos los seres
humanos, es también uno de los mayores bienes y es ocasión para desarrollar
toda una serie de actitudes y valores humanos: reciedumbre, solidaridad,
superación, constancia, tenacidad y espíritu de servicio. CSM
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