Con frecuencia
nos dicen hoy que el secreto de tener paz es no dejar que nuestra vida gire
alrededor de lo que pasa fuera, las circunstancias, sino que la realidad
depende de la forma en que nos tomamos las cosas, de nuestra actitud. Todo
depende de cómo nos tomamos las cosas, de la actitud, pero está claro que esto
no es algo automático, pues muchas personas que quieren tener paz no dejan de
tener cierta angustia, incluso podemos sentirnos como el que no sabe nadar y se
encuentra ‘sin hacer pie’ con la sensación de ahogo, en el mar de la vida,
desencantados e inseguros, con pensamientos negativos que se amontonan en
la cabeza en desorden… por la pérdida de trabajo o miedo a perderlo, miedo a
perder la salud… Por tanto, no depende la actitud de algo automático que
podemos controlar, sino de un trabajo interior que se basa en una comprensión,
que nos mueve a desarrollar una ‘gimnasia’ de evitar pensamientos
contaminantes, y desarrollar actitudes positivas de acuerdo con esa nueva
realidad que vamos conociendo. Vamos ahora a ver lo que podría ser la base de
esta comprensión.
Precisamente
cuando llega algo malo en nuestra actividad exterior, ahí es importante que no
nos quedemos en la estacada pues en aquella contrariedad intuimos que hay
algo más, tenemos una experiencia de que puede llegar a ser un
cierto conocimiento vago por lo menos, algo aunque sea confuso, de que
la nuestra vida está siendo sostenida por unas manos amorosas… Los que
optan por la trascendencia oyen el eco de esa voz que lleva a zambullirse
en la interioridad más íntima, de Alguien que nos ama. Esto hace que por
encima de la soledad esté la compañía, el descubrimiento de una chispa
divina en lo interior, ‘más interior a mí que lo más íntimo mío’, y ese
encuentro es siempre fecundo y es un tipo de comunicación único que
desvanece toda soledad como la niebla con el sol. Esta bendita soledad
interior es camino de la soledad a la comunión, y se pasa por un
descubrimiento de cierta voz interior, que precisamente no nos cierra a
nosotros mismos, sino que intuimos que hemos de tener confianza en alguna
persona para recuperar en esos momentos la brújula interior, y saber para
dónde ir en medio de un tornado. Pues si conquistamos esa paz interior, en
medio del tornado podemos sentarnos tranquilamente en una silla mientras
todo vuela a nuestro alrededor.
En nuestra vida
hay contrariedades, cada uno puede recordar aquello que le ha quitado la paz
alguna vez. Ganar en la paz interior no es ser invulnerables a las
circunstancias exteriores, pero en medio de ellas tener paz. Para ello, necesitamos
una comprensión, pues ‘cuando hay un por qué es muy fácil el cómo’
(frase de Nietzsche que ha usado mucho el
psiquiatra Viktor Frankl). Eso sí, aparte de tener esa luz interior, necesitamos
la confianza en ciertas personas podemos tener un contacto con la
realidad, y no estaremos nunca neuróticos, no acabaremos ‘mal de la
azotea’. Lo que digan los demás poco nos importa, que nos llamen locos si
quieren, porque nos importa la opinión de esas personas que nos dan confianza.
A mí personalmente no me han faltado esos amigos que me han sostenido, y
pienso que se nos ha puesto en el camino esas personas oportunas, en el
momento oportuno. Una vez existen esas personas ni siquiera hace falta ya
verlas. Cuando hay un amigo, todo es soportable, más aún: útil para el
crecimiento.
Cuentan los
expertos que el primer año de la vida de una persona probablemente es el más
influyente de su vida: sentirse mirado con amor le da seguridad, confiabilidad
en la vida, y un desarrollo armónico y equilibrado. Lo he comprobado al ver la
alegría de niños que sienten esa seguridad de sentirse amados. Pienso que lo
que nos da paz interior es sentirnos seguros, sentirnos mirados con amor por alguien que nos cuida y que no
va a fallarnos. Esa mano amorosa, invisible, no es fácil de percibir en ciertas
formas de cultura actual. No me refiero ahora a una religión concreta, aunque
sin duda nadie como Jesús nos habla de la filiación divina, de poder tener la
osadía (parresia, en griego) de un niño pequeño que llama a Dios con el
apelativo confiado abba, papá. Sentirse en las manos de Dios da una paz
imperturbable pues nada malo nos puede pasar, todo tendrá un sentido, todo será
para bien.
Este sentido de
filiación divina no siempre se ha vivido. Por desgracia, a veces la religión ha
sido fuente de obsesiones y escrúpulos para muchos, con la culpa continua de
haber pecado y el remordimiento consiguiente, y el miedo a la condenación
eterna. Son creencias obsesivas que van unidas a un control de las conciencias
con pretextos religiosos. Cuando Jesús dice “la paz esté con vosotros” está
precisamente dando la clave de lo que viene de Dios: si algo nos da paz, es de
Dios, si no da paz aquello viene de una creencia falsa. “Dios tiene
pensamientos de paz y no de aflicción” (Jeremías
29,11).
Jesús ha
insistido siempre en el “no tengáis miedo”. Lo que está claro es que si nos
sabemos cuidados por esa providencia divina, si sentimos esa mirada, tendremos
paz. La clave está en abrir las puertas del corazón a esa mirada amorosa, sin
temor porque estamos en buenas manos, se trata entonces de dejarnos guiar, como
el niño que se deja conducir en bicicleta porque él se cae si lleva solo el
manillar. LlPS
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