Allí,
donde el asfalto ya no se escucha y los cláxones se vuelven memoria, el alma
respira distinto.
No
hay necesidad de hablar fuerte: el silencio hace eco con Dios.
Ella
—o él— no subió para olvidar la ciudad, sino para recordarla con otros ojos. Para
bendecirla desde lo alto. Para mirarla como Jesús la miró… con ternura, con
dolor, con esperanza.
Porque
subir no es evadir. Es prepararse para bajar distinto. Con paz. Con mirada
nueva. Con Cristo por dentro.
Versículo
sugerido: “Jesús subió al monte a orar, y
pasó la noche en oración con Dios” (Lucas
6,12) RM
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