Montaña, risco o cerro.
A veces la naturaleza amplifica lo divino. Un viento que parece susurro. Un
amanecer que parece respuesta.
Cristo también habla entre árboles y rocas. Su voz rebota en las alturas… y
vuelve al alma convertida en paz. Porque
el eco de Dios no hace ruido. Hace sentido.
“Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde
vendrá mi ayuda? Mi ayuda viene del Señor…” (Salmo 121,1-2) RM
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