No existen comités de expertos para discutir si el racismo está bien o está mal. No existen, ni hacen falta, pues la mayoría sabemos que el racismo es una actitud ideológica que lleva al desprecio de otros, que fomenta la marginación, el odio y la violencia.
En nuestras sociedades, en cambio, se organizan comités de expertos para discutir sobre el aborto. Porque, según dicen, es un tema abierto en el que nos confrontamos desde opiniones diferentes. Porque, añaden, el aborto afecta a miles de personas cada año, y no sería correcto cerrar los ojos ante un hecho cada vez más aceptado entre la gente.
Al organizar un comité de expertos para discutir sobre el aborto, sin embargo, se incurre en un grave error, se comete una injusticia, y se llega a resultados nefastos.
Se incurre en un grave error, porque no tiene sentido instituir un comité para ver si se puede o no se puede realizar el asesinato de un hijo en el seno materno. Ninguna sociedad que alcance un nivel mínimo de justicia puede admitir la discusión sobre si está bien o está mal eliminar a algunos, los más débiles, porque lo piden otros, los más fuertes.
Se comete una injusticia, porque esos “expertos”, a veces seleccionados sólo entre quienes están a favor del aborto, usan su tiempo, sus conocimientos, a veces financiados con fondos públicos, para dialogar y para preparar informes sobre un tema ante el que no habría nada que discutir. ¿Es que resulta difícil reconocer que el aborto es un crimen? Entonces, ¿por qué no dedicar el esfuerzo de los “expertos” para mejorar las terapias de los hijos antes de nacer, para atender a sus madres y a los bebés después del parto, para distribuir mejor los bienes de la tierra?
Por último, estos comités de expertos suelen llegar a resultados nefastos, porque casi siempre lo único que buscan sus promotores es abrir la puerta al aborto. Donde ya es legal, para que sea más “fácil” y más rápido. Donde no es legal, para pedir excepciones que preparan el camino a una futura legalización.
Sobran, por lo tanto, los comités sobre el aborto. No hace falta sentarse en una mesa para decir quién va a nacer o quién va a ser ahogado en su propia sangre, o despedazado poco a poco, o succionado por una aspiradora, o asesinado a través de sustancias químicas. No queremos ni necesitamos que un grupo de hombres y mujeres, políticos, médicos o de otras profesiones, dediquen su tiempo para discutir sobre lo que ya está claro: el aborto es siempre un crimen.
En vez de comités sobre el aborto, sentimos la urgencia de comités para la vida, para la paz, para la justicia, para el desarrollo, para el empleo, para la salud.
Ojalá algún día los dirigentes de nuestras sociedades abran sus ojos para llamar al aborto por su nombre, para erradicar sus causas, para perseguir a quienes lo practican, y para ayudar a tantas miles de mujeres a acoger y cuidar la vida de cada uno de sus hijos. FP
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