sábado, 5 de noviembre de 2016

Respetar es aceptar al otro


Concepto ambiguo, abstracto. Culturalmente parecería ser un importantísimo valor, que al faltar genera disputas, peleas y numerosas reacciones. Para la gran mayoría de las personas la falta de respeto es algo a condenar, y muchas de las veces, imperdonable. El problema radica en tener tan diversas, y hasta inclusive, opuestas, concepciones acerca de este concepto tan popular. 
Existen variados tipos de respeto altamente valorados en la sociedad, como lo son: el respeto a los mayores, a la autoridad, a las personas con capacidades diferentes, entre otros. 
De manera casi inconsciente, uno actúa por medio de aquello que se filtró en nuestra mente sin que fuésemos capaces siquiera de percibirlo; por lo que introyectamos innumerables pensamientos que luego consideramos propios. Pocos son los capaces de detenerse, observar y hasta cuestionar estos pensamientos. 
Hacerle frente a estos le propone al sujeto un desafío y, a la vez, un riesgo, para quien está dispuesto a rever aquello que comienza a vislumbrar como introyectado; ya que lo que parecía seguro, ya no lo es. Perfectamente uno puede replantearse la idea de respeto que firmemente radica dentro de cada uno de nosotros como una verdad absoluta. 
¿A quién estoy respetando y por qué? Podría ser una de las posibles preguntas a hacerse a uno mismo. ¿Qué hizo esta persona por mí para ser merecedora de mi respeto? ¿O se lo estoy otorgando porque simplemente alguna vez escuché que alguien que aparenta estar en la etapa de la vejez merece mayor respeto de mi parte que un niño de 5 años que anda experimentando por la vida a modo de prueba y error? 
El respeto, desde mi acotado punto de vista, no debe dirigirse a determinados sectores de la población, como lo pueden ser las personas mayores; o a sujetos con determinada posición de autoridad o poder, como bien podría ser el caso de un jefe en el ámbito laboral; sino, simple y llanamente, a todos. 
Al haber dicho esto quiero aclarar que todo ser vivo es merecedor de mi respeto por el simple hecho de estar vivo. Pocas actitudes pueden despertar tal alto nivel de agresividad, como aquella que desvaloriza al sujeto y desautoriza quien el/ella es. 
Actualmente la sociedad, es decir, nosotros, tendemos a desvalorizar lo diferente, lo que no se nos parece; y al demostrar que no acepto que ese otro sea diferente, lo que realmente me encuentro haciendo es cancelándolo como sujeto, quitándole el valor del ser humano que es. Respetar es aceptar al otro porque simplemente es “Otro”, haciendo lo que puede con lo que tiene. 
Empatía, actitud difícil de encontrar, pero no imposible de trabajar; podría ser la capacidad a desarrollar que algún día logre reemplazar al respeto como valor supremo de la sociedad, de modo que entender y comprender al otro sea algo corriente, y no algo meramente circunstancial. Micaela Martin Lilla

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