martes, 21 de marzo de 2017

¿Decide el enfermo su muerte?


Algunos repiten una y otra vez que el enfermo es quien decide cuándo y cómo morir, que tal decisión es “su derecho”. Otros, además, dicen que el médico estaría obligado a ayudar al enfermo si éste no pudiese terminar con su vida por sí mismo.
Con fórmulas como las anteriores se busca defender, de modo muy sutil, el suicidio como si fuese un derecho.
En realidad, nadie tiene “derecho” al suicidio. Porque el derecho regula las relaciones entre las personas, pero no puede regular el acto por el cual una persona, sana o enferma, se quita la vida. Si alguien se suicida deja de participar en el derecho, rompe con sus relaciones humanas, renuncia a sus derechos y deberes como miembro de la sociedad.
Lo mismo vale para el enfermo: ningún enfermo tiene derecho al suicidio, a provocarse la propia muerte. Si no tiene tal derecho, ningún médico puede “ayudarle a morir”, una fórmula con la que se oculta una realidad trágica: ayudar a morir a veces es igual a matar al enfermo si éste lo ha pedido. El homicidio sigue siendo homicidio si la víctima solicita a otros que lo maten. Aunque esos otros tengan bata blanca y títulos oficiales de médico...
Lo anterior no debe confundirse con el deseo, el derecho, del enfermo de decir “no” a un tratamiento doloroso o desproporcionado.
Imaginemos, por ejemplo, el caso de un enfermo terminal que pudiera vivir algunos meses si fuese introducido en un pulmón artificial que no lo curase. ¿Puede decir que no le conecten al pulmón artificial? Sí puede pedirlo, si considera excesiva esta ayuda, si la ve como un alargar inútilmente su enfermedad ya incurable.
El enfermo puede, por lo tanto, decidir si recibe ciertos tratamientos o si renuncia a los mismos por motivos válidos y cuando tales tratamientos son desproporcionados. No puede, en cambio, decidir que otros lo asesinen.
No confundamos los términos del problema: no presentemos el “no” al ensañamiento terapéutico como un “sí” a la eutanasia. Lo primero es un derecho legítimo de todo enfermo terminal. Lo segundo es un homicidio que no deja de serlo aunque cuente con el apoyo de una ley.
Toca a la sociedad, a la familia, al personal sanitario, promover aquellas atenciones y cuidados paliativos que acompañen y alivien al enfermo en sus últimos meses de vida. Su vida es un tesoro maravilloso que vale siempre.
Nuestro cariño podrá hacer menos dura esa fase terminal de la existencia humana que tiene un valor enorme para todo ser humano: para los creyentes, pues saben que se preparan al encuentro con Dios; y para los que no creen, porque asumen en plenitud el valor que tienen los momentos últimos de su aventura terrena. FP

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