miércoles, 29 de marzo de 2017

Siempre alguien paga por ello


La incontinencia sexual suele traer, después de los primeros momentos de goce, una pesada impresión de insatisfacción, de error, de disgusto. Sabes que has hecho algo indebido. Es fácil que te sientas descontento, culpable, degradado. Después, con el tiempo, quizá llegues a racionalizarlo de alguna manera y consigas olvidarlo, o considerarlo normal, o incluso positivo, pues cuando el pecado se convierte en hábito, su dependencia dificulta cada vez más discernir lo bueno y lo malo. Cuando se antepone el placer a la responsabilidad, siempre hay un precio que pagar. Los que creen poder conseguir lo uno y lo otro se dejan engañar con demasiada facilidad.
La obsesión por la satisfacción de los propios deseos ciega a quien la sufre. Impide ver el efecto perjudicial que ese comportamiento tiene sobre los demás. Pero alguien, en algún momento, tendrá que pagar por esas claudicaciones. Puede que sea una persona con cuyos sentimientos más íntimos has jugado; o una criatura aún no nacida que acabará sus días en un cubo de basura, condenada porque fue el resultado de un “error”; o un matrimonio, y quizá unos hijos, destrozados por una relación adúltera frívola y absurda. Un egoísmo disfrazado de amor que ha roto un compromiso, ha allanado los derechos de otro, o ha convertido a unos niños en víctimas inocentes.
Siempre hay alguien que paga por ello. Entre otras cosas, porque quien nunca falta en esa cadena de quebrantos es uno mismo. Tolstoi aseguraba que el hombre que ha conocido a varias mujeres para solo su placer, ya no es un hombre normal, sino alguien que difícilmente dejará de ver a la mujer como a un objeto. Será un hombre que necesitará, para volver a ser normal, todo un proceso de rehabilitación. Un hombre que pagará un alto precio por haberse dejado seducir por esa máscara del amor. AA

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