Mártir, 01 de Agosto
Elogio: En Girona, en la Hispania
Tarraconense, san Félix, mártir en la persecución bajo el emperador
Diocleciano.
País: España - †: s. IV
in.
Félix fue
una de las innumerables víctimas de la última de las grandes persecuciones del
Imperio romano contra el cristianismo; y uno de los más ilustres mártires
españoles inmolados por el furor del pretor Daciano, encargado de ejecutar la
persecución en España.
En la
vida de San Félix, el glorioso mártir gerundense, se mezclan profundamente la
historia y la leyenda, hasta tal punto que se hace difícil descubrir su
verdadera personalidad. Las actas de su martirio, junto con las de su compañero
san Cucufate, fueron adulteradas por manos piadosas pero totalmente
indiscretas, careciendo del valor histórico necesario para dibujar sobre ellas
la silueta de nuestro biografiado. Nos será necesario, por consiguiente, con
pocos datos intentar ver, tras lo que nos cuentan las fuentes, sólo destellos
de lo que fue y de lo que hizo San Félix.
Él y su
compañero de andanzas Cucufate, nacieron en el continente africano, en la
región Scilitana, de familias acomodadas. En Cesarea marítima cursan sus
estudios y tienen sus primeros contactos con los seguidores de Cristo. Las
enseñanzas evangélicas hallan terreno abonado en el corazón noble, puro y
generoso de los dos jóvenes, que deciden recibir el bautismo. Félix y Cucufate
deciden abandonar su país, donde aún no ha llegado la orden imperial de
exterminio, para ayudar a los cristianos de la Tarraconense a soportar la
difícil prueba en que se hallan. Llenos de santo amor y simulando el oficio de
mercaderes, pasan el Mediterráneo y llegan respectivamente a Ampurias y
Barcino. Félix se traslada a Gerona, que será el centro de sus actividades
heroicas.
En
Gerona, Félix promueve tanta admiración entre el pueblo por su integridad de
vida y por su ferviente caridad, que convierte muchos paganos. Pronto su
presencia y actividad inquietan a las autoridades, que le llevan ante el
tribunal del Pretor. Del tribunal pasa a la cárcel y después de recibir
sentencia condenatoria, es sometido a los más atroces tormentos, de los que es
varias veces liberado por intercesión angélica. Primero es víctima de
diferentes torturas, después es atado a unos caballos y arrastrado por las
principales calles de la ciudad. Curado milagrosamente, pasa nuevamente por
diferentes pueblos y, trasladado a la playa de San Feliu de Guíxols, le echan
al mar llevando atada una rueda de molino al cuello. Nuevamente es salvado por
intercesión de unos espíritus evangélicos que suavemente le conducen a la
playa. Por último, termina heroicamente su vida cuando es sometido al terrible
suplicio de desgarrarle la carne con garfios de hierro. Esto ocurriría cerca
del año 304.
Parece
claro que San Félix no perteneció a la clerecía, ni desempeñó algún ministerio
sagrado. Era un simple seglar que se convirtió en misionero. Su fervor era tan
grande, que no dudó en abandonar su tierra natal, su familia y sus riquezas,
para testimoniar su fe en Cristo, para ayudar a nuestros antepasados en la fe a
permanecer fieles ante la persecución, incluso hasta entregar su vida y ser con
ello simiente de nuevos cristianos. Pronto la fama de su martirio se extiende
por toda la cristiandad, y cien años después el primer gran poeta cristiano,
Prudencio, en su Peristephanon, el libro de los mártires, le citará diciendo: La
pequeña Gerona, rica en cuerpos santos, mostrará los venerables restos de San
Félix.
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