Diciembre suele ser un mes que trae mucha intensidad, por donde se lo
mire, las expectativas suelen ser muchas: reunirse a despedir el año con amigos
y compañeros, pasar Navidad con toda la familia, pedir deseos para el año
entrante, agradecer todo lo bueno de este año que se va; pero si además de todo
eso en la familia hay alguien con un diagnóstico con cáncer la intensidad puede
aumentar.
El paciente puede sentir la presión de tener que cumplir con las
expectativas de los demás y, a veces, también las propias, por ejemplo, no
perderse de disfrutar cada momento porque si para algo vino esta enfermedad es
para reorganizar prioridades y tener una valoración distinta de la vida y de
los vínculos. Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo y, a causa de los
tratamientos y el cansancio, ir a las reuniones puede resultar difícil si uno
no se siente bien, o no tiene ganas que le pregunten sobre el tema, o la famosa
‘tiranía de la positividad’ se vuelve una presión que también hay que afrontar.
Sucede que quienes acompañan no siempre saben exactamente qué hacer;
quieren estar al lado del paciente, pero no saben cómo se siente, suponen qué
es lo que necesita, intentan adivinar qué es lo mejor para él, porque para éste
suele ser difícil transmitir específicamente sus emociones. ¿Cómo acercarse?
Simplemente preguntándole y escuchándolo, respetando sus espacios y sus tiempos
de elaboración.
¿Qué
emociones predominan en los pacientes?
Ante el diagnóstico de cáncer el impacto emocional
tanto en el paciente como en su familia y allegados suele ser muy fuerte, ya
que aún hoy la palabra ‘cáncer’ está directamente relacionada con la muerte, y el afrontamiento
de la enfermedad dependerá de qué experiencia previa tenga esa persona con la
enfermedad y de los recursos con los que cuente para llevar adelante el
proceso.
Además del impacto de la noticia, puede aparecer la negación,
especialmente al principio (“esto no está
pasándome a mí”), el enojo, la tristeza, la ansiedad, la incertidumbre, la
desmoralización (“¿para qué? si total me
voy a morir”) y, sobre todo, la aparición de nuevos duelos de los que
tienen que hacerse cargo: por el estilo de vida, por la posible pérdida de
autonomía, por la imagen de sí mismo, por la pérdida de salud y por sobre todo,
por la pérdida del ‘control’: queda muy expuesto que hay cosas que no pueden
controlarse y no dependen del paciente, sino de muchos factores. En este caso,
siempre hay que tener presente sobre qué cosas sí tenemos el control y, sobre
todo, apoyarse en lo concreto. Lo mental es clave para afrontar la enfermedad
de la mejor manera posible, tratar de ir día a día para no agotarse antes de
tiempo y ahorrar energía.
Hay pacientes que ante las fiestas de fin de año disfrutan de las
reuniones familiares, y de repente recuerdan que tienen cáncer y se sienten mal
por estar disfrutando del momento. “No sé de qué me río si tengo cáncer”. ¿Y
por qué no te vas a reír? Tratar de hacer la vida lo más normal posible,
promoviendo recursos de afrontamiento positivos (como apoyarse en los vínculos,
hablar sobre lo que nos pasa, planificar, ser responsable, tener los cuidados
necesarios, encontrar con el tiempo una valoración positiva, etcétera) pueden
cambiar muchísimo cómo se sobrelleva el proceso.
Actualmente la detección temprana de la enfermedad puede salvar vidas y
existe una nueva población: los pacientes que se curan y dejan al cáncer como
una anécdota más. Una de esas que se puede contar en la mesa navideña y por la
cual brindar cada año. MG
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